Cine para cuando no vamos al cine
Es imposible experimentar nada viendo una película en una sala con media docena de espectadores separados por un laberinto de cintas de plástico
1. Jeremiadas
Puede que suene como otra jeremiada de ese impenitente cascarrabias al que cada día me parezco más, pero hace tiempo que las ciudades españolas vienen perdiendo (quizás irremisiblemente) dos de los espacios que las hacían más vivibles: los quioscos de prensa y las salas de cine. Respecto a los primeros, mi experiencia es que uno puede recorrer muchas cuadras del centro de nuestras ciudades sin encontrar ni rastro de ellos. A menudo, cuando salgo a dar una vuelta con intención de sentarme en una terraza para tomar algo mientras leo la prensa del día, me tengo que volver a casa con el rabo entre las piernas (no en el sentido que una mente sucia podría atribuir a la expresión) y recurrir a la computadora para conseguir enterarme en formato digital de lo que pasa en el mundo. Y si, por temor al contagio, la gente sigue evitando acudir al centro (aún poco animado) de las ciudades, puede resultar que las siguientes víctimas sean las pequeñas librerías: una buena parte de la ciudadanía ha descubierto en masa el comercio de proximidad, y se suministra de lecturas en las librerías de su barrio, que viven un moderado momento de esplendor. En cuanto a los cines, mejor no hablar. La otra tarde, venciendo mi hipocondriaca reluctancia, acudí a una sala en la que solo estábamos media docena de espectadores separados por un laberinto de cintas de plástico que marcaban ominosas distancias: imposible experimentar nada de esa (antes) familiar comunión de unos receptores que suspenden temporalmente sus vidas en la oscuridad para fundirse con las de los protagonistas de la luz que surge de la pantalla; seguro que el gran crítico André Bazin se habría revuelto en su tumba. Quizás por ello, y aprovechando algunos de los últimos envíos editoriales, he recurrido recientemente a lo que alguien alguna vez llamó “cine para leer”, es decir, literatura sobre cine, un género no demasiado frecuente en las mesas de novedades. Cátedra, en su colección Signo e Imagen, que dirige con muy buen tino Jenaro Talens, ha publicado Alberto Closas, a un paso de las estrellas, de Francis Closas y Silvia Ferriol, sobrinos del genial actor (1921-1994), cuyo acceso a los archivos familiares les ha facilitado la composición de una estupenda biografía contextualizada de Closas, de su formación en el exilio familiar y de su singular papel en la cultura cinematográfica española del siglo XX. En El cine comienza con Goya, publicado en la misma colección, Juan Pedro Quiñonero expone, con ejemplos extraídos, entre otros, del cine de Griffith, Murnau, Lang, Dreyer, Buñuel, Hitchcock, Godard, Kubrick y Saura, la importancia de la matriz goyesca en el desarrollo del lenguaje cinematográfico. Las Prensas de la Universidad de Zaragoza acaban de publicar en dos volúmenes (I. El hombre; II. El artista) el integral de todas las conversaciones mantenidas durante años entre Max Aub y su amigo Luis Buñuel, dos figuras clave de la cultura española del siglo pasado. Por último, la editorial Elba ha publicado Los espíritus de Fellini, de José Luis de Vilallonga, una interesantísima (por ambas partes) entrevista-ensayo del aristócrata y actor al gran director italiano, muy apropiada para pasar un buen rato en el año en que ambos cumplirían su primer centenario.
2. Gráfica
Estupenda la novela gráfica (llevada al cine de animación por Tomás Lunák) Alois Nebel, del novelista y músico (punk) Jaroslav Rudis y el ilustrador (y músico) Jaromír 99, autores de una trilogía gráfica refundida con ese título, que acaba de publicar Gallo Nero. Con un dibujo sucio y expresionista, en riguroso blanco y negro (y más del último que del primero), se cuenta la tremenda historia de un apacible ferroviario checo (que recuerda en parte al guardagujas de Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal, llevada al cine por Jirí Menzel) por cuyas fantasías y angustias desfilan los fantasmas de la historia contemporánea de la antigua Checoslovaquia. Una novela gráfica importante, y nada que ver con la “línea clara”, claro.
3. Spinoza
Trotta es uno de los más brillantes sellos de referencia para el pensamiento y la filosofía. La política editorial que le ha otorgado el prestigio de que hoy goza en el ámbito hispánico es no arredrarse ante las dificultades que plantea la publicación de ese tipo de obras (y que requieren un alto grado de complicidad por parte de los libreros que las venden) y, a la vez, la búsqueda de un nicho cautivo de lectores en el que el rigor y la exigencia son particularmente apreciados. En la relativamente nueva (2017) colección Torre del Aire acaba de aparecer, corroborando lo dicho, la Ética demostrada según el orden geométrico, de Baruj Spinoza (1632-1677), en rigurosa edición de Pedro Lomba, quien se ha propuesto facilitar a sus lectores el esfuerzo que sin duda requiere la lectura de una de las obras más influyentes del pensamiento moderno. Empezando, claro, por el método que el pensador eligió para la exposición de su, digamos, summa filosófica y que supone una especie de homenaje al método euclideano. Y no porque el filósofo judío holandés considerara que el more geométrico —con su característica austeridad construida con definiciones, axiomas, proposiciones, demostraciones— le serviría para deducir matemáticamente la totalidad de lo real, sino como solución para exponer su doctrina de modo simple y claro. Curioso que este tratado en cinco partes que comienza precisamente (influencia de la teología medieval) por el estudio de Dios —la única substancia libre e infinita y causa de sí misma que existe— haya sido considerado a menudo como una especie de breviario para ateos. Su famoso Deus sive natura identifica al primero con la naturaleza en una muestra de inmanentismo panteísta ante la que se pronunciarán de uno u otro modo los filósofos posteriores. La obra fundamental de un pensador gigante.
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