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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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Buenos días, Behemoth

Desde esta habitación del pánico en que he convertido mi casa, puedo comprender casi todas las medidas que se han tomado ‘urbi et orbi’ para vencer al enemigo común

Manuel Rodríguez Rivero
Imagen de 'La habitación del pánico' (2002), de David Fincher.
Imagen de 'La habitación del pánico' (2002), de David Fincher.

1. Memorias

Días propicios para ceremonias de interior, como decía Cortázar (tengo su voz con leve acento francés grabada en un arqueológico vinilo que guardo como oro en paño) cuando veía por la ventana su París invernal y nevado, una imagen que identificaba con los paisajes urbanos de Albert Marquet; solo que ahora lo que hay afuera no es nieve, sino un mal invisible. Behemoth, quiero llamarlo, como el monstruo que creó Yahvé (Job, 40:15: “He aquí a Behe­moth, al cual hice como a ti”) y que forma parte de la escatología cristiana como metáfora del poder del mal (Hobbes también lo utilizó para designar los peores abusos del Gobierno).

Me entrego en estos días a los libros memorialísticos (no todo el papel del que nos ocupamos tiene que ser higiénico, por favorrrrr) que me permiten una lectura discontinua, como la interesantísima correspondencia mantenida entre Elena Croce y María Zambrano, publicada por Pre-Textos (edición de Elena Laurenzi; traducción de Ester Quirós) con el título Hasta pronto, pues, y hasta siempre (Cartas, 1955-1990); o los diarios (1985-2006), rezumantes de sinceridad, zozobra y bloqueos de Héctor Abad Faciolince, uno de los grandes novelistas latinoamericanos, publicados por Alfaguara con el título Lo que fue presente.

Más tiempo y continuidad me ha llevado Las caídas de Alejandría, el último volumen de las memorias de Luis Antonio de Villena, subtitulado apropiadamente Los bárbaros y yo, y que cubre los años 1997-2018. Publicado por Pre-Textos hace unos meses, lo había guardado esperando el momento apropiado para leerlo. Y ha merecido la pena. Más episódico que las dos entregas anteriores, nos muestra a un Villena más amargo y desencantado que nunca, en un mundo al que cree no pertenecer y rodeado por los que llama bárbaros. El diario, más bien una sucesión más o menos cronológica y temática de reminiscencias y recuerdos, hace hincapié en sus intereses (“pero naturalmente —equivocado o no—, mi vida ha sido siempre libros y chicos”).

Pero a estas alturas de su vida hoy desencantada (las páginas sobre el vaciamiento de la casa de su difunta madre son particularmente estremecedoras), siente “demasiadas ausencias, demasiados adioses y despedidas”. Villena, brillantísimo poeta sensorial y amante del clasicismo, repudia lo que llama esta “Edad Media tecnológica”, en la que la belleza parece haber desaparecido, sustituida por la vulgaridad y el “chusmerío”, y lo hace con amargura pero sin rencor, evitando mencionar a quienes no puede perdonar. Un libro de memorias importante y lleno de encuentros y desencuentros (y reflexiones sobre ellos) con numerosos escritores españoles e hispanoamericanos de tres generaciones.

2. Alegrías

Una de las pocas alegrías morales que me ha dado el obligado encierro en la común fortaleza asediada por el virus ha sido el “regreso a casa” de la estupenda Maruja Torres, una de las columnistas más agudas, cáusticas y feroces del tardofranquismo, de la Transición y de después, si es que lo ha habido. Maruja es maestra del sarcasmo, una estrategia retórica eficaz para revelar en un clic los aspectos más sórdidos o absurdos de la realidad social o grupal. Personalmente, todavía me río cuando recuerdo una de sus particulares greguerías (publicada en el muy vapuleado y, luego, extinto semanario Por Favor) y que decía algo así como: “Era una mujer tan frígida que orinaba cubitos de hielo”.

Es verdad que esta Casa siempre ha sido un poco madrastra (como la de Blancanieves, quiero decir) con sus hijos y nietos, pero también lo es que cambia de humor de vez en cuando (a veces con cierta brusquedad), por lo que, para decirlo con palabras del melancólico Heráclito (Diels-Kranz; fragmento 12) “a quienes entran en los mismos ríos bañan aguas siempre nuevas”. Maruja es un auténtico lujo, bienvenida sea.

3. Swift

Desde esta habitación del pánico en que he convertido mi casa, puedo comprender casi todas las medidas que se han tomado urbi et orbi para vencer al enemigo común. Todas excepto la del impresentable Boris Johnson, que ha preferido (por ahora) la bolsa a la vida (sobre todo la de los mas débiles), y no se corta un pelo al hablar de la tasa de muertes como el necesario impuesto para la salvación de los que quedarán, de modo igualmente siniestro a como los náufragos que llevan varios días sin comer comienzan a mirar con gula al más vulnerable de sus compañeros.

Seguro que el premier británico estará de acuerdo con la literalidad del abrasivo panfleto Una modesta proposición (1727; Alianza, Nórdica, etcétera), de Jonathan Swift, en el que, para mejorar las condiciones de vida de los campesinos pobres, se les sugería que vendieran a sus hijos a los propietarios ricos para que estos se los comieran, ñam, ñam. Puedo entender, incluso, que las librerías españolas no se encuentren entre los comercios indispensables, como sí lo están los estancos, que drogan más; en todo caso, no olviden consultar www.todostuslibros.com.

Pero se me hace cuesta arriba entender lo de las bibliotecas públicas. No deseo que los bibliotecarios se infecten, claro, pero me extraña que no se haya pensado en arbitrar algún procedimiento imaginativo y coordinado para que pueda realizarse el servicio de préstamo de libros: quizás el usuario podría llamar reservando el título buscado, y acudir a buscarlo en un tiempo razonable, o llegar a un acuerdo con una empresa de mensajería para que se lo trajeran desinfectado a casa como si se tratara de ricas hamburguesas para el espíritu. Lo irónico, como ha declarado el fundador de la estupenda librería de Miami Books & Books, es que “lo que hace a las librerías potentes —es decir, su capacidad de convertirse en lugares de encuentro de nuestra comunidad— se ha convertido en su mayor lastre”. Tal como están las cosas, me temo que de la rampante recesión que se avecina solo van a salir boyantes Mercadona y Amazon.

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