Todas las almas (de la ciencia)
En las últimas décadas, Richard Dawkins se ha erigido en el sumo pontífice de la ciencia
En las últimas décadas, Richard Dawkins se ha erigido en el sumo pontífice de la Ciencia. Así, con mayúscula y en singular. Cree y hace creer que la Ciencia es una, santa, católica y apostólica, reproduciendo algunas de las viejas manías del monoteísmo. Ante sus proclamas, los que somos paganos y pluralistas no tenemos otra opción que protestar. Las ciencias son muchas y variadas, como muchas y variadas son las culturas científicas y los métodos que utilizan. Las ciencias, cada una de ellas, ofrecen su propia visión del mundo, y esas visiones no tienen por qué ser coherentes y de hecho no lo son. Pensemos en el mundo regido por leyes matemáticas, con el que soñó Galileo y que hoy hace efectivo el big data, y la evolución azarosa del neodarwinismo, qué mundos tan distintos proyectan e imaginan. Las ciencias conviven unas con otras y no se escandalizan por sus miradas divergentes. Hay un pacto entre caballeros, no escrito, que básicamente consiste en no meterse en coto ajeno. A fin de cuentas, los científicos son gente disciplinada, aunque no alcancen los niveles de obediencia de los jesuitas. A ello se añade el desconocimiento profundo sobre lo que se hace en otros campos e incluso en el mismo campo entre especialidades, de ahí que una misma disciplina puede dibujar mundos diversos y hasta contradictorios. La medicina cubana dista mucho de la anglosajona, y esta de la rusa. Y no solo en sus métodos, también en sus presupuestos. Los filósofos insistimos en que toda ciencia, cualquiera que ésta sea, presupone una antropología, una concepción de lo humano. Y es claro que las antropologías son tan diversas como los pueblos.
En un reciente comunicado, la OMS ha incluido el chi entre las posibles causas de enfermedad. El chi, según la medicina tradicional china, es la energía inmaterial que recorre el organismo, lo que contradice el paradigma materialista, dominante en medicina moderna. Nuestros médicos no han tardado en protestar, aduciendo que ni las hierbas ni las agujas demuestran ser una alternativa fiable a la medicina basada en la investigación científica. Como si esa investigación fuera solo la nuestra y no la de ellos. El nacionalismo científico, como el político, está a la orden del día.
La escala de observación, que es cultural, crea el fenómeno. Lo que un nepalí ve en la montaña no lo ve un bosquimano
Otro factor que contribuye a la colonización intelectual es la idea de un “método científico”, que está bien para las clases de secundaria, pero que no conviene extrapolarla más allá. A esta se añade la idea de unas “leyes de la naturaleza”, eco de las que Moisés descargó del Sinaí. Respecto a la vigencia de dichas leyes, no está de más recordar una anécdota muy conocida entre los historiadores de la ciencia. Niels Bohr dirigía en Copenhague el laboratorio más avanzado del mundo en ese delirio consensuado que es la física cuántica. A él acudió un joven brillante, llamado Werner Heisenberg. El genio alemán creó un modelo matemático para el átomo de hidrógeno, que asombró a todos por su elegancia matemática. Había, sin embargo, un pequeño problema. El modelo violaba el principio de conservación de la energía, la ley fundamental de la física. Bohr, que era otro genio, aceptó el envite del germano y contestó con una frase que hubiera firmado Whitehead: “Bueno, quizá en el mundo subatómico esa ley no se cumpla”. La escala de observación crea el fenómeno. Y la escala de observación, como sabemos, es también cultural, histórica e idiosincrásica. Lo que un nepalí ve en la montaña no lo ve un bosquimano.
Las ciencias, esa es su magia, pueden avanzar gracias a la flexibilidad de sus métodos. Si no hay anestésicos, se recurre a la hipnosis. Como decía Wittgenstein, la exactitud depende de nuestros intereses. La imaginación de Einstein iba por delante de sus matemáticas (que no dominaba), y si se hubiera sometido al dogma de Galileo, la relatividad general nunca hubiera visto la luz. La física cuántica nos enseña que esa “escala de observación” necesariamente incluye al observador. Donde uno ve un tumor, otro puede ver un demonio. El asunto es cómo combatirlos. Promulgar y defender la unicidad del método es una forma más, la última, de imponer lucrativos monopolios. Pero las ciencias, como cualquier investigación genuina, no admiten exclusividades. En estos tiempos es los que las grandes corporaciones del big data tratan de imponer el último y definitivo monopolio, la uniformización total del deseo y el pensamiento, no está de más recordar a Leibniz, genial científico y humanista. Leibniz tenía una idea particular de lo real, antimoderna y antipuritana. Cualquier cosa que digamos de eso que llamamos realidad es cierta. Lo que es falso es lo que le negamos. Gracias a ese carácter rico y poliédrico de la realidad, hay tantas ciencias como acuerdos de la inteligencia humana.
La ciencia en el alma. Textos escogidos de un racionalista apasionado. Richard Dawkins. Traducción de Pedro Pacheco González. Espasa, 2019. 512 páginas. 21,90 euros.
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