“Mi serie es para encerrarte con alguien que te guste, buen jamón y si la cosa se da...”
Isabel Coixet estrena en HBO 'Foodie Love', su primera serie, una comedia románica rodada en restaurantes de todo el mundo
Chico conoce chica… Y comen. Se ponen ciegos en varios restaurantes. Además, mojan. “Una cosa, a menudo, lleva a la otra”, dice la cineasta Isabel Coixet (Barcelona, 59 años). “Esta es una serie para encerrarte con alguien que te guste: buen jamón, buenas anchoas, pan con tomate y si la cosa se da, ideal… A comer, a follar, parar y vuelta de nuevo”, prosigue. Habla de su nueva propuesta, acorde con una recurrente obsesión de explorar el goce de los sentidos. Algo que ha estado presente en todo su cine y ahora en Foodie Love, su primera serie de televisión, que se acaba de estrenar. Es también la primera ficción producida por HBO España que llega a las pantallas de los suscriptores en todo el mundo. Le seguirá Alex de la Iglesia y Patria.
Forman Foodie Love ocho episodios cortos, a modo de bocaditos de romanticismo bien erotizado, con buenas emulsiones de cocina y química en la piel, a cargo de Laia Costa y Guillermo Pfening. Una barcelonesa y un argentino de Córdoba en ebullición errante. La serie comienza al revés. Por un café. Mañanero. En Bacaro, un restaurante de Barcelona. Allí se encuentran sus dos protagonistas, descolocados en mitad de esa dinámica presente de cruces por medio de aplicaciones para ligar y ansiedades despojadas de espacio para el cortejo.
Una vez disipada la primera duda de ella —“¿eres más de culo o de tetas?”, le suelta antes de que él se atreva a mirar— comienza el tanteo, que continúa en la coctelería Paradiso. La trama les conduce por heladerías y restaurantes de diversos lugares del mundo. De Barcelona a Tokio; de Helsinki a Roma o Nueva York. Un tour gastronómico global para sibaritas del peregrinaje culinario.
Cuando todo está perdido, al menos queda comer. “¿Y pensar que hay gente que no le gusta?”, comenta la cineasta. Lo suelta en Hermanos Torres, restaurante barcelonés con dos estrellas Michelin y un menú que los protagonistas probaron en el rodaje del quinto capítulo. “Aquí se pusieron ciegos, porque además de guapos y grandísimos actores, Laia y Guillermo tienen buen saque y un metabolismo envidiable. De este plato que se llama Hipnosis [un círculo digno de Hitchcock] se zamparon cuatro o cinco. Las tomas valían, pero les daba igual”, recuerda Coixet.
Ese es el espíritu de Foodie Love: cierto desparrame envuelto en una total efervescencia creativa. “Hacer esta serie me ha hecho más libre”, asegura la directora. “Yo no soy una experta en el género. Me puse las pilas para ver cómo se organizaban los guiones, pero, al rodar, las cosas han ido surgiendo. No ha sido algo calculado. Se trata de una historia de amor a través de la cocina. Los sitios también ambientan según qué cosas. Pero si no tienes a los actores que sepan reaccionar en cada situación y venirse arriba, no logras nada”. Ambos, dice, han mamado el método Coixet: “Ponernos de chocolate hasta decir basta”.
Así es cómo todos, entre los puntos cardinales de la obsesión gastronómica, se han metido en faena: “Nos hemos dado un gusto”, se relame la directora. “En todas mis películas, la comida ha estado ahí. Soy de esas cineastas maniáticas que se empeña en que los actores coman bien en los rodajes. Algunos del equipo en otras películas se han llevado una buena bronca por no preparar ese aspecto como es debido”, incide.
Pero más allá del placer, en Foodie Love hay una sociología y un pálpito global; un cruce de insatisfacciones no resueltas, una deriva que alienta las papilas gustativas precisamente por la bulimia anímica. “Los maestros zen dicen que la auténtica armonía se presenta cuando sientes, piensas y hablas en consonancia. Pero ninguno lo estamos. Pensamos una cosa y decimos otra; sentimos algo y nos dejamos llevar por lo contrario”, comenta la directora de A los que aman. “De alguna manera, el trayecto de Foodie Love nos conduce de tapas entre dos personas muy distintas que quieren aparentar lo que no son ante el otro sin llegar a ser ellos mismos. Para quedar en paz y aproximarse a la armonía, necesitan ser brutalmente honestos consigo mismos y, claro, eso, cuesta”.
Sin un buen par de personajes, nada funciona. Pero Coixet ha buscado nuevas formas de definirlos. El tono de su narrativa se mueve por los recovecos de un estilo que bebe de Berlanga —“me encantaría ver cómo podría retratar lo que nos ocurre hoy en este país”— y de Bigas Luna o, en concreto para Foodie Love, referentes canallas como Shameless o experimentos de riesgo como el de Richard Linklater con su trilogía Antes de amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer.“Eso ha sido un hito en la comedia reciente”, opina.
Y, después, su propio cuaderno de bitácora cotidiano: “Los cineastas somos como cerdos; lo aprovechamos todo. Para esto en concreto, me he inspirado tanto en una colección de telenovelas que compré en el mercado de San Antonio como de mi propia ansia devoradora de la calle. Yo voy con la oreja puesta y como un búho, todo el rato. Concretamente, mi alimento lo encuentro en el metro, en el autobús, en el AVE... Y mira que son banales las conversaciones en el AVE, eh”.
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