_
_
_
_
Blogs / Cultura
La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

El órgano explosivo de Jimmy Smith

Miles Davis calificó al organista, embajador del 'soul jazz', como "la octava maravilla del mundo"

Fernando Navarro

“Este tipo es la octava maravilla del mundo”. Miles Davis no solía regalar elogios y cuando se refería a “este tipo” se refería a Jimmy Smith. El grandioso trompetista tenía motivos: Jimmy Smith dio al órgano un lenguaje propio en el mundo del jazz. Con su swing explosivo, lo hizo estallar, recuperándolo por todo lo alto a finales de los cincuenta y dotándole de un torrencial R&B y una asombrosa improvisación y fluidez.

Nacido en Norristown, una localidad próxima a Filadelfia, en diciembre de 1925 (aunque sus familiares dijeron tras su muerte que lo hizo en 1928), James Oscar Smith se crio entre padres pianistas. Bajo este paraguas, su padre fue su primer profesor y le inició en el juego de las teclas siendo un niño. Pronto adquirió una gran destreza y con nueve años ganó un concurso para pianistas aficionados. A los 12 años actuó en varias ocasiones, algunas de las veces en programas radiofónicos. En plena adolescencia, sin embargo, abandonó el colegio para ingresar en el Ejército. El uniforme no le hizo olvidarse de la música y siguió tocando el piano y el contrabajo en una banda segregada de las fuerzas armadas.

De vuelta al hogar, su vida se encaminó definitivamente hacia la música, aunque tuvo que compaginar sus estudios con trabajos en la construcción y el servicio de ferrocarriles de Filadelfia. Estudió en la prestigiosa Hamilton School of Music y, en 1951, entró a formar parte como pianista de R&B en el grupo Don Gadner’s Sonotones. Fue el comienzo de una maravillosa relación entre el músico y el instrumento que le haría famoso. Porque Smith, a pesar de tocar el piano, comenzó a experimentar con un órgano Hammond B-3. Compaginó ambos instrumentos hasta que finalmente se decantó irremediablemente por el Hammond B-3. “Tenía mi sonido. El único sonido de órgano Jimmy Smith”, diría años más tarde el músico, que nunca tuvo reparos en alardear de su talento y sacar a pasear su ego. Aquel sonido venía de un instrumento con largo recorrido en la historia del jazz, aunque para cuando Smith se adentró en sus posibilidades no era prioridad de casi ningún artista en la segunda mitad del siglo XX.

Omnipresente desde los años veinte, el órgano Hammond se transformó muy pronto en uno de los instrumentos más populares del jazz. Como asegura Joachim E. Berendt en su libro El Jazz. De Nueva Orleans a los años ochenta, el órgano simbolizaba originalmente el sueño de la solemne música religiosa en las resonantes catedrales. Era el “rey de los instrumentos” de la tradición occidental europea. Al cruzar el océano hacia América, al cambio de siglo, su influencia también sería incuestionable. El jazz se nutrió de la música clásica europea y, pianísticamente, de la música de piano del siglo XIX, de Chopin y Liszt, pasando por la polca o la marcha.

El Hammond B-3 fue la seña de identidad de Smith. Los órganos de la factoría Hammond eran instrumentos pequeños y baratos que trataban de imitar fielmente el sonido de los órganos de tubos, tan propios de la tradición europea. Entre sus más de 200 modelos, los pertenecientes a la serie B estaban caracterizados por la introducción del vibrato y el chorus emulando al órgano de la iglesia. Durante años, destacaron por su éxito y su durabilidad. De los diferentes submodelos, el B-3 fue el primero en incluir percusión y es, con diferencia, el órgano Hammond más utilizado en nuestros días. Traspasó fronteras estilísticas. Un gran número de organistas del rock asimilaron este instrumento y sus resonancias naturales del R&B y góspel. Entre otros, los blancos Stevie Winwood (Muddy Waters, John Lee Hooker, B. B. King, Howlin’ Wolf, Spencer Davis Group o Blind Faith), Al Kooper (Bob Dylan, Mike Bloomfield o Blood, Sweat & Tears) y los negros Billy Preston (Sam Cooke, Beatles, Rolling Stones o Eric Clapton) y Booker T. Jones (Booker T. & the MGs o Otis Redding), estos dos últimos orientados especialmente hacia el soul.

Pero fue Jimmy Smith quien hizo del órgano Hammond B-3 un instrumento de jazz con todas las de la ley. Le dio categoría propia dentro de la música moderna. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, en su etapa con el sello Blue Note, le otorgó una legitimidad absoluta rivalizando con instrumentos más clásicos dentro del mundo del jazz, hasta ese momento, como el saxo, la trompeta, la guitarra y el piano. En palabras de Joachim E. Berendt: “Smith ganó para el órgano lo que Charlie Christian logró para la guitarra: la emancipación. Gracias a su intervención, el órgano se convirtió en un instrumento con igualdad de derechos ante todos los demás instrumentos del jazz”.

Con su mezcla de blues, R&B y góspel, Smith, que destacaba por sus improvisaciones de gran altura, llevó al órgano a lugares que nadie lo había llevado antes. A su habilidad en las teclas se sumaba su fantástico dominio de los pedales. El Hammond B-3 es un mueble de madera con cuatro patas y que tiene pedales para los sonidos del bajo. Smith los utilizaba con maestría, era un auténtico virtuoso. “Cuando enseño, me tiro en el suelo para ponerles los pies en los pedales...”, aseguraba el organista en el libro Un siglo de Jazz cuando hablaba de la necesidad de saber acompañarse de los pedales. “Cuando me compré mi primer órgano, lo dejé en el almacén. Mi padre acababa de enyesar la casa del propietario del almacén, así que le pregunté si podía practicar allí. Lo hice durante seis meses. Tenía un pequeño cuarto en la parte de atrás y me llevaba la comida, como un obrero que trabajaba en el almacén. Coloqué un gran cartel en los pedales para no tener que mirar hacia abajo. Así es como aprendí a manejar los pedales. Miraba hacia arriba y veía dónde estaba el Do, el Re, el Re-bemol. Cuando dejé esa mierda de almacén, ¡parecía un semental salvaje!”.

Este dominio del Hammond le hizo que se convirtiera en una especie de género en sí mismo con el movimiento soul. Fue lo que se llamó el soul jazz. Si bien Smith no fue creador del soul jazz, se puede decir que sí fue su mejor embajador gracias a discos como The Sermont (1958) y Back at the chicken shack (1960). Porque el soul jazz halló su voz más inequívocamente propia en los sonidos electrónicos del órgano Hammond B-3. Como afirma Ted Gioia en su Historia del jazz, los toscos sonidos distorsionados del B-3 captaban la esencia de la sensibilidad del jazz estimulando al público con su vigor imperturbable, del mismo modo en que lo había hecho la corneta sucia de King Oliver entre su generación. El soul jazz recordaba al sonido de la música religiosa de los negros americanos (en el caso de Smith a través de su solemne órgano) así como a la herencia secular del blues, en su estructura y feeling al oído.

Smith debutó con New sound, a new star: Jimmy Smith at the organ, vol. 1, pero sus álbumes más sobresalientes fueron The Sermon, Home Cookin’, Midnight Special, Prayer Meetin’ y Back at the chicken shack. En esos plásticos se recoge buena parte de su genio y de su más excitante sonido vigoroso y bailable.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_