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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Teatralidad política

El que más de ocho millones de personas vieran una emisión que concluyó a las 0.50 demuestra el interés, las expectativas y la curiosidad que despertaba

Los presentadores del debate electoral, Ana Blanco y Vicente Vallés. En vídeo, resumen del debate.Vídeo: ULY MARTÍN / QUALITY
Rosario G. Gómez

Tras más de dos horas y media de debate llega la hora de repasar fallos y aciertos, debilidades y fortalezas. Como si se tratara de examinar a cámara lenta las jugadas de un partido de Champions, analistas políticos y expertos en comunicación diseccionan la capacidad discursiva de los candidatos, analizan sus mensajes y propuestas, el lenguaje no verbal, el grado de comodidad o nerviosismo ante las cámaras, el control de los tiempos, la manera de dirigirse a sus oponentes. Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal (el debutante) se vieron el lunes las caras en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, un edificio propio de la arquitectura racionalista de los años sesenta que a lo largo de su historia ha albergado todo tipo de ferias. Era la primera vez que este paralelepípedo acristalado, apoyado sobre una superestructura de cerchas metálicas, acogía un debate electoral televisado.

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La teatralidad marcó el encuentro. Tuvo mucho de show y fue a la vez “muy eficaz comunicativa y políticamente”, dice el profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad Europea Moisés Ruiz. El hecho de que más de ocho millones de personas estuvieran pendientes de una emisión que concluyó a las 0.50 demuestra el interés, las expectativas y la curiosidad que despertó un formato “plano pero entretenido” en el que todo estaba muy estudiado y quedaba poco espacio a la improvisación. Al show contribuyó en gran medida la profusión de artilugios que fueron sacando de los atriles los candidatos. No solo fotografías (borrosas), gráficos (indescifrables) o listados (interminables). El adoquín que exhibió Rivera, similar a los que los violentos han arrojado en Barcelona a las fuerzas de seguridad en los disturbios de las últimas semanas, fue clamoroso. Rivera siempre sorprende. Esa puesta en escena hubiera sido impensable en Estados Unidos, donde los contrincantes no llevan documentos ni cartapacios atiborrados con todo tipo de artilugios. Ir pertrechados de notas sugiere que no se han preparado mentalmente el debate.

La liturgia en España es distinta. Como lo es también el formato: cinco candidatos, bloques pactados con los partidos y una limitada capacidad de formular preguntas. Dentro de las restricciones, los moderadores, Ana Blanco y Vicente Vallés, desempeñaron su papel con solvencia a la hora de dar paso a los distintos capítulos, encarrilar las intervenciones y dar turnos de palabra. Y de paso meter una pulla sobre la ausencia de mujeres entre los candidatos.

Para muchos de los millones de telespectadores que siguieron la retransmisión, el debate habrá servido para reafirmar su voto, para cambiarlo, salir de la abstención o entrar en ella. Ruiz otorga a estos debates una gran importancia porque “ayudan a elegir al próximo presidente del Gobierno”, y no cree que sea contraproducente que se prolonguen hasta la madrugada porque a partir de las doce de la noche se incorpora mucha audiencia juvenil. Y a todos los partidos les interesa sobremanera este tipo de público.

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