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Euphoria
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Madres que ven ‘Euphoria’

El público más cautivo de la serie somos quienes tenemos niños aun pequeños: es un tráiler, moloncísimo, del desastre que se avecina

En vídeo, tráiler de 'Euphoria'.
Patricia Gosálvez

¿Te acuerdas de Kids? Pues es como Kids pero ahora, con móviles y un maquillaje increíble. Así recomiendo Euphoria a las madres del cole. Vedla. Váis a flipar. La que nos espera.

Kids fue una película de 1995 en la que unos adolescentes deambulaban por Nueva York poniéndose ciegos y contagiándose el sida. En realidad, no me acuerdo mucho de Kids, 25 años han pasado, salvo que fue muy polémica y que cuando se estrenó solo pensé: "¿Pero dónde está toda esa droga y todo ese sexo, que yo lo vea?".

Euphoria es una serie de adolescentes de HBO en la que también hay mucha mandanga de la una y de la otra. Y además: grupos de Whatsapp, Grindr, PornHub, bitcoins y teens con ansiedades diagnosticadas. Pero no es una serie para adolescentes, ni siquiera para padres de adolescentes. Su público más cautivo somos quienes tenemos niños aún pequeños. De esos que se te acurrucan y te miran como si fueses Dios. O Spiderman. De esos que todavía hay días que se quieren casar contigo. Y es el miedo, incrédulo y pavoroso, de imaginar a nuestros retoños deprimiéndose, vomitando inconscientes y no ya follando, sino haciéndolo en un vídeo robado y colgado vengativamente en la redes, lo que nos engancha a la serie. Euphoria es un tráiler, moloncísimo, del desastre que se avecina. Ese accidente del futuro que no puedes dejar de mirar.

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Tengo una amiga (dos hijos, niña de 10, niño de 7) que ha visto la serie “como quien mira un documental del National Geographic”, fascinada por las exóticas criaturas en las que en nada –crecen tan deprisa– se van a convertir sus niños. Su marido no la quiere ver. Quita, quita, para qué amargarse lo poco que le queda. Intentó ponerse, el pobre, pero le incomodaron las explícitas escenas de sexo adolescente. Se sintió un viejo verde en la plenitud aún de su mediana edad: la chica sexualizada de la pantalla conjuraba a su niña del alma. Qué jodida para todos la “mirada masculina”.

Las madres (y padres) que vemos Euphoria también vemos Élite, pero no es lo mismo. En Élite los chavales se drogan, se abusan y hasta se matan, pero no da miedo, es divertida y liviana, una versión púber de Dinastía, pasan cosas tremendas, van todos supermaqueados y no te crees nada.

Euphoria, a pesar de ser tan extrema, te la crees. Por eso es tan desasosegante. Sin tener ni la menor idea de si es un retrato realista de cómo es ser adolescente en 2019, lo parece. Sam Levinson, el showrunner, la ha rodado con alma. No se cansa de repetir que es una obra íntima: él dejó los opiaceos a los 19 para “pasar a una droga más productiva, como el cristal de metanfetamina”.

Rue, la protagonista, es él a los 17. Zendaya, la exniña Disney que la interpreta, está perfecta, con el punto justo de vulnerabilidad y fiereza. Su novia trans (luminosa Hunter Schafer), sus amigas (la guapa que solo quiere gustar, la queen bee que sufre por amor, la modosa a la que ignoran, la gorda que se reinventa) y su amigo/camello (tan delicioso que crecerá en la segunda temporada) son arquetipos que respiran y con los que empatizas. Quieres abrazarlos, decirles “cariño, todo va a mejorar, esto pasa”, más que nada por ir practicando la frase que esperas que te salve de la adolescencia de tu hijos.

Pero, pese a toda la naturalidad de su joven elenco, Euphoria es también una calculada polémica y ejercicio estético de crudeza y modernidad (el final musical de la temporada es "lo más"). Consigue que las taquillas, las vueltas en bici, la feria o el baile del instituto sean los de siempre, pero distintos. Te crees a su generación Z, pero al mismo tiempo parecen todos salidos de un videoclip. Son tan cool como descarnados.

Para consuelo de la madres que vemos Euphoria, la serie es tan hermosa que hay momentos en los que el pánico al qué será de nuestros hijos se te olvida. Desaparece la angustia por su adolescencia y entra en tromba la nostalgia por la tuya. En el segundo capítulo, Rue y su novia están en una habitación que imaginas que huele a leonera adolescente femenina. Es decir, a pies y a frambuesa. Debajo de una tienda de campaña improvisada con sábanas, las chicas se drogan, con química y la una con la otra, con ese arrebato eléctrico de las primeras amistades cuando todavía la gente te sorprende. Van hasta las cejas, se maquillan la cara con polvos brillantes, se ríen, se emocionan hasta el llanto de lo bonito que es todo. "Soy tan feliz", llora Rue. Y entonces, la madre que ve Euphoria se olvida de sus hijos, y la niña insolente y frágil que fue no hace tanto –crecemos tan deprisa- se muere por regalarse una última vez lágrimas de purpurina.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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