Coexistir no es convivir

La revista 'Ínsula' dedica un monográfico a las dos literaturas que cohabitan en la cultura catalana

"El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual, todo el mundo opina”. Gabriel Ferrater destacó estas líneas de Josep Pla en su deslumbrante Curs de literatura catalana contemporània, recientemente publicado completo por Empúries en edición de Jordi Cornudella, un volumen perfecto para leer junto a Noticias de libros (Peníns...

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"El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual, todo el mundo opina”. Gabriel Ferrater destacó estas líneas de Josep Pla en su deslumbrante Curs de literatura catalana contemporània, recientemente publicado completo por Empúries en edición de Jordi Cornudella, un volumen perfecto para leer junto a Noticias de libros (Península), la recopilación de los —sinceros y sangrientos, divertidísimos— informes de lectura del poeta de Reus para las editoriales Seix Barral y Rowohlt.

La preeminencia de la descripción sobre la opinión es, precisamente, una de las grandes virtudes de una lectura muy útil para el otoño que se avecina: el número doble que la revista Ínsula ha dedicado al tema Cataluña: dos sistemas literarios, una cultura plural. Coordinado por Jordi Amat, el monográfico analiza la relación entre las literaturas escritas en catalán y en castellano, que “coexisten sobre un mismo suelo, pero no conviven bajo un mismo techo”. Convivencia supondría compasión, complicidad y ayuda. Algo que se da en la calle pero no tanto en las instituciones culturales. La metáfora de la coexistencia es del ensayista Pau Luque, que en su artículo compara los premios nacionales de literatura otorgados por Ministerio de Cultura entre 1995 y 2012 y los promovidos por la Generalitat de Cataluña en ese mismo periodo. Si en los primeros los autores en catalán son numéricamente simbólicos, en los segundos lo son los autores en castellano, como si a ambos lados del Ebro los gobernantes no acabaran de creerse del todo que viven en un país plurilingüe.

Apagados los himnos de la Transición, tuvo que venir Rosalía —aunque fuera diciendo cumpleanys en lugar de aniversari— para que las masas de toda España volvieran a cantar en catalán, una lengua —como el euskera o el gallego— difícil de oír en medios audiovisuales generalistas para los que, si se tercia, el coreano no tiene secretos (Gangnam Style). Los medios públicos podrían hacer algo al respecto. Por algo administran símbolos. La literatura es más lenta que la música aunque también sirve para rastrear la huella de los usos —puristas o impuros— de cada idioma. En la parte del Curs que dedica a Salvat-Papasseit, autor que le parece sobrevalorado, Ferrater lee un poema, se detiene en dos versos —“Quan els mossos d'esquadra espiaven la nit / i la volta del cel era una foradada”— y dice que esta última palabra es la única que necesita explicación: “Es una tontería de época: surgió una serie de pedantes, de estos que son puristas semisabios, que se inventaron que túnel es una palabra que debemos proscribir de la lengua porque es una palabra inglesa, así es que como equivalente de túnel se inventaron foradada. Afortunadamente, la manía pasó”. Menos una trinchera, todo puede ser útil para la convivencia: ínsulas, rumbas, túneles y foradades.

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