‘Veep’: la parodia política imposible
En 2012, 'Veep' hacía parodia porque quedaba margen para la parodia: nos reíamos de las barbaridades que decía y hacía Selina Meyer porque pensábamos que las cosas no podían ser tan desquiciadas


Acaba de estrenarse la séptima y última temporada de Veep (HBO), la mejor parodia política de los últimos lustros, y hay que celebrarlo porque lo tenía todo en contra desde que Julia-Louis Dreyfus, la actriz protagonista, sufriera y se recuperase de un cáncer de mama. Con ser esto muy grave, no cuestionaba la continuidad de la serie tanto como la otra amenaza: la propia actualidad política. Cuando Veep se estrenó en 2012, el mundo no se imaginaba que Donald Trump y Jair Bolsonaro serían presidentes, nadie podía anticipar el Brexit, Vox era solo un diccionario y el procés, un sueño húmedo de cuatro marginales.
En 2012, Veep hacía parodia porque quedaba margen para la parodia: nos reíamos de las barbaridades atroces que decía y hacía Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfus) en su loca carrera presidencial porque, en el fondo, pensábamos que las cosas no podían ser tan bárbaras y desquiciadas. La parodia es un consuelo: exagera la realidad para que concluyamos que las cosas no están tan mal y que, en el minuto que precede al desastre, alguien con aplomo y sentido común pone orden y encauza todo por su sitio. Para disfrutar de la parodia sin suicidarse hay que tener fe en el destino.
Hace al menos dos temporadas que eso no sucede en Veep. La crónica política se ha vuelto más bruta y absurda que su parodia. En el penúltimo capítulo emitido se enteran de que un loco ha matado a decenas de personas en Spokane. "¿Musulmán o blanco?", pregunta Selina. "No sé", responde el asesor. "¿Qué me beneficia?". "Blanco", responden sus asesores. "Crucemos los dedos", concluye la candidata.
Ese diálogo no es paródico porque seguramente se pueda transcribir uno parecido en muchos despachos de políticos en campaña. Veep se ha vuelto realista e incluso se queda corta porque no hay forma de caricaturizar la crónica política, que ya viene caricaturizada de fábrica, sin que las costuras de la verosimilitud revienten. Basta comparar el capítulo de la semana con la campaña electoral española: a ver cuál de las dos es más bestia e increíble.
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