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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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¡Ya somos (del todo) europeos!

Este año la Navidad viene cargadísima de libros para los pequeños

Manuel Rodríguez Rivero
Fotograma de la película 'Invasión'.
Fotograma de la película 'Invasión'.

1. Vox

Hice mi bachillerato de Letras pertrechado con el diccionario griego-español de don José Manuel Pabón y Suárez de Urbina, publicado por Vox, un sello que ha sufrido numerosos avatares hasta su definitiva (suponiendo que algo lo sea) incorporación al grupo Anaya. Por cierto que Pabón, que logró la proeza de que su diccionario fuera el más utilizado por los estudiantes helenistas españoles, tenía sendos hermanos que representan perfectamente a aquellas “dos Españas” que helarían los corazones de nuestros machadianos antepasados: Benito, que murió en el exilio, fue un abogado anarquista que llegó a defender a los acusados del POUM en uno de los procesos-farsa montados por los estalinistas; Jesús, diputado por la CEDA y, en 1940, director de la agencia Efe, fue catedrático de Historia en la Complutense y autor, entre otros libros importantes, de una célebre biografía política de Francesc Cambó. Bueno, todo esto viene a cuento de que parece que los de la editorial Vox (su lema es “¡Necesitas un Vox!”) están que trinan por la utilización de su marca por el partido posfascista del señor Abascal, especialmente después del seísmo andaluz. Deberían resignarse, sin embargo. La entrada del otro Vox en las instituciones democráticas es lo que nos ha hecho verdaderamente europeos: ya no somos la excepción en un universo en el que la extrema derecha tiene carta de naturaleza y gobierna en numerosos ámbitos e instituciones. Y crece, al parecer, imparable. No importa que, en lo que respecta al ascenso del Vox posfascista, la izquierda socialdemócrata siga estrábica (sin extraer, por ejemplo, conclusiones acerca de su errático tratamiento del desafío independentista) y la izquierda de la izquierda se muestre francamente estúpida (el señor Echenique se ha quitado de encima el embolado autocrítico con un simplismo típico de militante del tercer periodo de la Komintern: “Son los perros de presa del Ibex 35”). Este Vox viene para quedarse una buena temporada. Los valores que lo sustentan son vino viejo, aunque en odres (y retóricas) renovados. Como los que transmitía el No-Do en los años gloriosos del franquismo. Estos días he hojeado (y visto en el DVD incluido) la nueva edición de No-Do. El tiempo y la memoria (Cátedra), de Rafael R. Tranche y Vicente Sánchez- Biosca, un completo estudio de uno de los más influyentes instrumentos ideológicos del franquismo, especialmente en los años cuarenta y cincuenta. A veces me parecía que de sus páginas y de sus imágenes blanquinegras iba a salir Abascal a echarme una bronca.

2. Santa

Avanza a buen ritmo la colonización de nuestro patrimonio cultural, hoy ya casi dominio arqueológico. Es lo que tiene la globalización: cuando uno quiere darse cuenta, ¡zas!, ya somos otros diferentes a nosotros, pero los mismos que todos, con iguales gustos, exactas emociones, idénticas referencias; es como si, durante el sueño, nos hubieran abducido las vainas extraterrestres de La invasión de los ladrones de cuerpos. En menos de una década Halloween se ha convertido en una celebración tan española como la tamborrada de Calanda. No me extrañaría que, muy pronto, el Ratoncito Pérez, que es el múrido encargado de recoger los dientes de leche que guardan los niños bajo la almohada, fuera despedido a causa de alguna reestructuración, y su puesto concedido a Tooth Fairy, el “hada de los dientes” que hace su mismo trabajo en la anglosfera. El caso más flagrante es el del afrancesado Papá Noel, laminado ahora por la fuerza propagandística de Santa Claus. Los hijos de mis vecinos lo esperan ilusionados: Santa por aquí, Santa por allá. El conserje del edificio en el que vivo planta cada año en el vestíbulo un árbol (artificial) de Navidad y un Santa de plástico de tamaño regular que, al pisarle la bota, exclama “¡Ho, ho, ho, Merry Christmas!”: los niños saben que es una efigie del verdadero, el que habla inglés, vive entre los hielos del Norte y les trae los juguetes. Santa Claus es, como casi todo lo que tiene que ver con la Navidad —excepto el nacimiento en Belén de su verdadero protagonista—, una creación del XIX: el personaje, inspirado originalmente en san Nicolás de Bari, evoluciona desde que Washington Irving lo recupera de la tradición holandesa hasta que, en los años treinta del siglo pasado, el dibujante Haddon Sundblom le confiere su actual aspecto iconográfico por encargo de… Coca-Cola, que lo usa en sus campañas navideñas.

En todo caso, este año el tal Santa viene cargadísimo de libros para los pequeños. Entre los que han llamado mi atención destaco la reedición de tres clásicos contemporáneos: Verónica (Alba), que cuenta las aventuras de una hipopótamo que quiere hacerse famosa; ¡Dídola pídola pon! o La vida debe ofrecer algo más (Kalandraka), del gran Maurice Sendak, y Matilda (Penguin Random House), de Roald Dahl, que acaba de cumplir 30 años. Entre las novedades, me inclino por dos de Kalandraka: Un largo viaje, de Daniel H. Chambers y Federico Delicado, y Cándido y los demás, de Fran Pintadera y Christian Inaraja; uno de Impedimenta: Mary, que escribió Frankenstei, de Linda Bailey con ilustraciones de Júlia Sardà, y uno de Combel: el pop-up (troquelado y tridimensional) Los Reyes Magos, de Meritxell Martí y Xavier Salomó. Por último, para los lectores más autónomos, mis preferencias van hacia Cascanueces y el Rey Ratón (Nórdica), de E. T. A. Hoffmann (ilustrado por Maite Gurrutxaga); La conquista de los polos (Nórdica), de Jesús Marchamalo (ilustraciones de Agustín Comotto); Planetarium (Impedimenta), de Chris Wormell y Raman Prinja, un estupendo álbum para los aficionados a la astronomía, y Súplica a la mar (Salamandra), de Khaled Hosseini (ilustrado por Dan Williams), un poético relato inspirado en la historia real del niño sirio ahogado en el Mediterráneo cuando su familia intentaba llegar a Europa en un bote de goma. Espero que a Santa no se le rompa el saco con tanto peso.

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