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CASAMIENTO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A bodas me convidas

El director lituano Oskaras Koršunovas y su fantástico Vilnius City Theatre presentaron en Temporada Alta (Girona) 'Casamiento', su versión de la ácida pieza en un acto de Brecht

Marcos Ordóñez
'Casamiento', de Bertolt Brecht, dirigida por Oskaras Koršunovas.
'Casamiento', de Bertolt Brecht, dirigida por Oskaras Koršunovas.Tomas Ivanauskas

Diciembre de 1973. Una voz radiofónica anuncia: “¡Papá, mamá, abuelita, corred, venid, que ya empiezan los sainetes!”. Suena una melodía bailable. Yo tenía 16 años cuando vi La boda de los pequeños burgueses, una obra juvenil de Brecht, en el Capsa barcelonés, entonces feudo del teatro independiente. El montaje, dirigido por Ángel Facio, fue el gran éxito de los Goliardos, y giró un año y medio por España. Brecht la había escrito en 1919, a los 21 años, justo después de la Gran Guerra, en una clave de caricatura feroz cercana a Karl Valentin, su gran influencia de la época, pero no la estrenó hasta 1926. Los Goliardos la ambientaron, arriesgadamente, en la inmediata posguerra franquista (y con un cartel que mostraba a la novia embarazadísima) entre el sainete y la farsa, con aires de comedia del arte expresionista e hilarantes tropezones y caídas. Iban todos muy maquillados, como máscaras blanquinegras. De aquel reparto solo recuerdo a Mario Gas, Félix Rotaeta y Camilo García.

Noviembre de 2018. Han pasado 45 años. El gran director lituano Oskaras Koršunovas y sus no menos grandes intérpretes del Vilnius City Theatre, que nos habían regalado Hamlet, La gaviota y Los bajos fondos, entre otras joyas, han vuelto de nuevo a Temporada Alta (Girona), esta vez al Teatro del Canal (Salt), para ofrecer, en función única, su versión de la pieza brechtiana. En una entrevista que figura en el dossier, Koršunovas dice: “Es, sobre todo, una comedia maravillosa, para reírnos de nosotros mismos o de unos vecinos”. O el señor K. es pavorosamente sarcástico o no sabía cómo vender el piano, porque Casamiento es feroz, negrísima. Está bien, en cambio, que haya apocopado así el título: Casamiento (Vestuvés) a secas. Nada de “pequeños burgueses”. Es un grupo de gente que sobrevive, al borde del lumpenproletariado. Los detalles de muebles y vestuario son minuciosos, muy bien observados. Y las costumbres que refleja la versión: uno de los visitantes cifra en Ikea su gran anhelo, y el padre comunica que tendrán que lavar los platos al terminar la fiesta “porque más tarde cortan el agua”. Me vuelven a la memoria más aspectos reveladores. La comida barata, con los colores de un supermercado triste. El alcohol abundante pero que se adivina áspero. El chunda chunda de la música a todo volumen. La crisis, omnipresente en comentarios y chistes. Se diría que Korsunovas ha añadido una autoalusión: el amigo del novio habla de lo mucho que se aburrió con su Hamlet, y trata de contar en qué demonios consiste, a su entender, el “teatro posdramático”. ¿Ego exacerbado? No, fidelidad a Brecht: en el texto original, dos invitados intercambiaban chanzas despectivas sobre Baal, su otra “obra joven”. Bastante más buena, más furiosa, más lírica: me hubiera gustado ver lo que hacía con ella el señor K. Que, hablando de fidelidades, también ha mantenido los nueve personajes de la fiesta. Sin embargo, los subtítulos llegan cuando llegan, lo que me hace pensar que quizás haya bastante diálogo improvisado.

A diferencia del enfoque de Goliardos, en el espectáculo de Salt no hay aire farsesco sino naturalismo extremo. Esto quiere decir que afloran pausas silenciosas e incómodas tras las historias horribles que se empeña en contar el padre. O pasajes lentos y aburridos, en los que parece no suceder nada, hasta que algo o alguien atrapa tu mirada. La claridad fría de un foco cenital. La mueca amarga de la novia (Elena Jakstaite). O, atentos ahora, la hosca mirada de la suegra (Kamile Petruskeviciute). Poca broma con esta señora. Apenas habla, pero no se le escapa una. Y tiene un gran peligro: es la que manda. Para mí es la auténtica protagonista. Me gustaría ver Casamiento convertida en monólogo: la obra contada por la suegra. Pero el señor K. también hace algo muy difícil: sostener la tensión creciente. ¿Cómo se muestra eso? Con una energía constante, en las peleas, en los bailes (Bamboleo, de los Gipsy Kings, convertido en himno), hasta en la fatiga. En la obra de Brecht se iba rompiendo todo a pedazos. No quedaba un mueble sano. Aquí no. ¿Para qué seguir la didascalia, se habrá dicho el señor K., si en su montaje se pulverizan todas las relaciones, si todos acaban a tortas, a gritos? Korsunovas (ya me he cansado del señor K.) se limita a cascar la mesa, cuando se apoyan en ella para follar. Son mucho más atroces los insultos. El novio, borrachísimo, le dice a la novia: “¡Cerda asquerosa!”. Más tarde, ella dirá, parpadeando después de un silencio: “¿Eres feliz conmigo?”. Pedazo de intérpretes, ni duda, pero este proceso de demolición es muy duro, y tiene para mí un interés un tanto limitado. Lo resumo en dos preguntas: ¿por qué hay tanta tristeza? ¿Por qué se quieren tan poco? Ah, ahora lo veo: la segunda es una afirmación.

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