Mímica política
Durante el revolcón de esta semana en España, la mímica del duelo y de la euforia retransmitida por televisión fue elocuente
La información proporcionada por las lágrimas, los rictus y los aplausos es valiosa en política porque la cara es el espejo de alma y también del disimulo. Durante el revolcón de esta semana en España, la mímica del duelo y de la euforia retransmitida por televisión fue elocuente. Los pucheros de Rajoy demostraron que aunque parezca mentira, el registrador de la propiedad puede alcanzar la catarsis de las emociones. Los disfrazados de dolientes le confortaron con igual muestra de cariño que sus leales.
Las cámaras no filmaron la reclusión del caído en el restaurante de la espantada parlamentaria. Hubiera sido interesante observar la gesticulación de sus deudos durante la sobremesa, después del salmorejo cremoso, las anchoas de Santoña y el solomillo de vaca gallega. La maledicencia menciona dos botellas de whisky para combatir las penas del desalojo. Pocas me parecen.
No hay pruebas del grado de simulación y aspaviento registrados durante las condolencias, pero cabe suponer que después del pésame, el presunto heredero Alberto Núñez Feijóo regresó a Orense bailando una muñeira, y sus cortesanos, tocando la gaita y el tamboril. El zoom nos acercó a Antonio Hernando y César Luena transitando por Vía Dolorosa, al puño en alto de Ada Colau, y a otras arengas.
Soltar lágrimas a capricho no es fácil; por eso la policía sospecha del llanto seco de los oportunistas. Las lágrimas de tristeza tienen mucha proteína y comunican mejor que las derramadas por la cebolla política. Cuando un Rajoy campanudo se proclamó honrado por haber niquelado España, la tele identificó a los conmovidos de verdad.
Días después, completando la miscelánea, la compasiva sonrisa de Sáenz de Santamaría cuando Batet ofreció diálogo y consenso a Cataluña fue todo un discurso de desinvestidura. El desconsuelo popular cohabita ahora con los carialegres ministros socialistas, la pistola al cinto de Podemos, el rictus de Ciudadanos y la matraca independentista. Y en esto irrumpió Aznar, con una mueca.
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