‘Blues’ tuareg con acento de mujer

Fatou Seidi Ghali lidera Les Filles de Illighadad. El grupo, con raíces en la música tradicional de Níger, está de gira por España

Fatou Seidi Ghali, líder de Les Filles de Illighadad, en una actuación en la sala Apolo de Barcelona el pasado noviembre.Jordi Vidal (Redferns)

De su guitarra salen riffs hipnóticos, frases musicales cortas que se repiten en bucle, sobre las que brota una polifonía de voces que hablan de amor, melancolía y religión. Es la propuesta musical de una joven tuareg, Fatou Seidi Ghali, líder de Les Filles de Illighadad, donde la música folclórica del rincón de Níger donde le tocó nacer se fusiona con las sonoridades del blues en el continente africano. El grupo inicia hoy en Bilbao una gira por España que pasará por Oviedo, Vigo, Zarautz, Zaragoza, Sevilla, Valencia, Huesca, Barcelona y Madrid, donde terminará el 9 de marzo...

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De su guitarra salen riffs hipnóticos, frases musicales cortas que se repiten en bucle, sobre las que brota una polifonía de voces que hablan de amor, melancolía y religión. Es la propuesta musical de una joven tuareg, Fatou Seidi Ghali, líder de Les Filles de Illighadad, donde la música folclórica del rincón de Níger donde le tocó nacer se fusiona con las sonoridades del blues en el continente africano. El grupo inicia hoy en Bilbao una gira por España que pasará por Oviedo, Vigo, Zarautz, Zaragoza, Sevilla, Valencia, Huesca, Barcelona y Madrid, donde terminará el 9 de marzo.

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La vocalista y guitarrista presentará su primer disco de estudio, Eghass Malan, editado el pasado otoño y producido por Christopher Kirkley, el musicólogo detrás del sello Sahel Sounds. El título del álbum responde a un intraducible término que hace referencia al número de camellos que incluye la dote de una futura esposa. El Illighadad que da nombre a la banda, de la que también forma parte Alamnou Akrouni, es un pueblo del desierto, sin electricidad ni agua corriente, que adopta tonos rojos en las estaciones áridas y verdes durante la temporada de lluvias.

“No tiene nada original. Es un pueblo perdido en la maleza semidesértica, donde nuestras familias, todos ellos pastores nómadas, se ocupan del ganado. Tenemos una vida rural, centrada en cubrir las primeras necesidades: beber, comer y alimentar a los animales, en condiciones climáticas duras. Es una vida difícil, pura supervivencia…”, explicó Ghali vía telefónica la pasada semana desde Reunión.

En su tradición, la guitarra eléctrica es un instrumento que las mujeres tienen casi prohibido. Suelen inclinarse por el tendé, nombre de un estilo tradicional y también de un instrumento de percusión fabricado con una membrana de piel de cabra sobre una caja de resonancia en la que se vuelca agua. “Con el tendé no hay problema. Al revés, los hombres se extasían cuando las mujeres lo tocan”, afirma Ghali. “Lo difícil no fue tocar la guitarra, sino que los demás aceptaran que una mujer joven pudiera recorrer el mundo, subirse a un escenario y ganarse la vida con esto. En nuestra casa, eso no se hace”, dice la guitarrista y vocalista.

Cuando Ghali empezó a tocar en público, la compararon con un hombre. “Una mujer no deja el hogar si no es para casarse. No está permitido, está mal visto…”, confirma su tío, Ahmoudou Madassane, que la acompaña como guitarrista y traductor al tamasheq, principal lengua tuareg.

Ghali se inició en la música desde muy pequeña, durante las jornadas que consagraba al pasto de su rebaño. Un amigo le prestó un takamba, pequeño laúd de una o dos cuerdas, del que no tardaría en sacar melodías. Más tarde, su hermano llegó a casa con una guitarra acústica. “Cuando estaba sola y nadie me escuchaba, la cogía y me marchaba a tocarla entre la maleza, trasponiendo las melodías que había aprendido antes con el takamba”, relata.

Mucho ha cambiado desde entonces. Les Filles de Illighadad llevan meses de gira por el mundo, convertidas en nuevo fenómeno de la música tuareg tras el que protagonizó Bombino, el Jimi Hendrix del desierto. La cantautora Leslie Feist las ha destacado como su último flechazo musical. “Al público occidental le encanta nuestra música. Diría que les da energía”, suscribe Madassane. Lo mismo sucede en su propio país, tan sometido a la amenaza terrorista. “En ese contexto, la música es lo que nos hace revivir”, concluye el músico.

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