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Columna
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Portacoz

He visto mucha barbarie y muertos en mi vida porque fui intrépido corresponsal de guerra, pero nada comparable con el ensañamiento de la Montero con su presa

FOTO: La portavoz de Unidos Podemos en el Congreso, Irene Montero. / VÍDEO: El "portavozas" de Montero.Foto: atlas | Vídeo: MARISCAL (efe) / atlas
Juan Jesús Aznárez

Como tengo prohibido hablar de política en esta columna, y mis series favoritas son poco recomendables, recurro mayormente al costumbrismo patrio y a los informativos. El mundo animal también me gusta mucho, especialmente el referido a las chaladuras de los bípedos. El documental sobre la migración de los ñus y los cambios estacionales del Serengueti es de cabecera. Cuando me duele Cataluña y no puedo conciliar el sueño, me doy una vuelta por Tanzania y Kenia y caigo rendido en minutos.

En eso andaba este jueves, cabeceando con Mara, el río de la muerte, cuando me desveló un fuerte chapoteo. No era el clásico cocodrilo emergiendo de las aguas del río africano para atrapar un ñu. El sobresalto lo causaba Irene Montero emergiendo de la nada con un diccionario de la Real Academia de la Lengua entre las fauces. La escena fue horrorosa.

He visto mucha barbarie y muertos en mi vida porque fui intrépido corresponsal de guerra, pero nada comparable con el ensañamiento de la Montero con su presa, una especie denominada portavoza que habita en las simas de Neptuno, y pretende anidar en el Manzanares. Soltando espumarajos y dentelladas, intentaba tragarla sin conseguirlo. Giraba y giraba sobre sí misma pero la deglución era imposible.

Con los nervios de punta, cambié de canal. Nada. El viernes amanecí con ojeras. Las portacoces de Irene seguían allí. El escarnecimiento aparecía en todas las cadenas con un espanto in crescendo. ¿Cómo salir de la pesadilla? Pues como el conde Lozano en Mocedades del Cid: ‘defendella, y no enmendalla´, pretendiendo convertir el disparate en cruzada redentora.

Lejos de reconocer su equivocación, ofrecía la captura como delicatesen de paladares exigentes. Durante el delirio del Serengueti, un pedazo de mondongo saltó por los aires y lo atrapó al vuelo Adriana Lastra, que hizo como que se relamía porque el sabor le resultaba familiar, y para no perder el carro de la modernidad y parecer de derechas.

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