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Columna
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Paraíso

Las cuatro horas y media de ‘Prisioneras’ se pueden ver de un tirón en una tarde de domingo y ratifican el buen hacer de la televisión islandes.

Ángel S. Harguindey

Con poco más de 325.000 habitantes, Islandia es un país sorprendente, entre otros motivos por su muy digna producción audiovisual, una industria que no arrancó eficazmente hasta 1949 y que ya es sinónimo de calidad e interés, más aún después de conocerse su serie Atrapados. Un país, también, que cuenta con una primera ministra de 41 años, Katrin Jakobsdottir, que puede ser definida como de izquierdas, ecologista, pacifista, feminista y experta en novela negra. Añádanle que desde hace dos años es la política mejor valorada de su país y comprenderán por qué es uno de los paraísos terrenales, si no fuera por su clima y su ortografía. Cualquier comparación es odiosa.

Prisioneras, una producción de Mistery Productions, es una prueba más de lo dicho. Los seis primeros capítulos de su primera temporada los exhibió desde el 1 de noviembre Sundance TV (Movistar), una historia inicialmente de “cárceles de mujeres” en la que subyacen las miserias de la condición humana a través del retrato de una familia poderosa. Cuatro horas y media que se pueden ver de un tirón en una tarde de domingo y que ratifican el buen hacer de la televisión autóctona.

Linda, la protagonista, ingresa en prisión en la única cárcel de mujeres que hay en el país y que al lado de la de Vis a vis, por ejemplo, es un hotel de cuatro estrellas tot pagat, que diría Francesc Pujols. Está encarcelada por dejar medio muerto a su padre, un cacique de la política y la empresa, con un palo de golf. La trama ideada por tres mujeres, dos de las cuales son también coprotagonistas en un reparto coral, va desvelando las auténticas razones que impulsaron a Linda a propinarle tamaña paliza a su progenitor. Diversas secuencias en ambientes cotidianos de la sociedad islandesa muestran que el paraíso terrenal ya no lo es tanto. El instinto depredador humano rompe en mil pedazos cualquier utopía. El infierno somos nosotros.

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