Editorial Sajalín: La isla de los malditos
Una editorial a la altura de su nombre: la isla que obsesionaba a Antón Chéjov a la que tardó dos meses y medio en llegar
A veces la elección de un determinado nombre tiene más historia que aquello que vamos a nombrar. Hace 126 años, el escritor Antón Chéjov tardó dos meses y medio en llegar a una isla con la que estaba obsesionado: Sajalín. El viaje desde Moscú hasta este lugar lo realizó cruzando una feroz Siberia que ha sepultado vidas sin escrúpulos. A Chéjov le importó poco. Carruajes con caballos, trenes, barcos… cualquier medio de transporte era válido con tal de llegar a una isla que era, en verdad, una colonia penitenciaria zarista. La llegada a aquel “infierno helado” -tal y como la calificó el escritor en su obra La isla de Sajalín-, fue la culminación de una obsesión. De un modo similar, como un Chéjov catalán contemporáneo, Dani Osca supo que pese al clima gélido de una industria editorial que se asemeja en demasiadas ocasiones a un infierno, él quería habitar allí: “Lo que me fascina de la historia de Chéjov es que para llegar a la isla tuvo que hacer un complicadísimo viaje, un auténtica odisea que todo el mundo le desaconsejó. Pensé que la isla de Sajalín era la metáfora perfecta para esta editorial que todo el mundo me desaconsejó montar”. También el escritor japonés Natsume Soseki definió en sus Diarios a Sajalín como ese lugar imaginado similar a un purgatorio, un estado intermedio repleto de vacuidad.
Con toda esta intrahistoria detrás, Osca y su socio Julio Casanovas debían estar a la altura del nombre que había escogido. Un repaso rápido por el catálogo de esta editorial catalana fundada hace siete años confirma la intuición de un corpus coherente cuyo objetivo es doble: “Por un lado, recuperar clásicos del S.XX y por otro, descubrir nuevas voces de literaturas extranjeras que las editoriales españolas han arrinconado”. En este sentido, trabajan únicamente la literatura traducida que ya no es posible encontrar en las librerías. Y en ese ejercicio constante de practicar la sencillez, Sajalín edita una media de diez libros al año en dos únicas colecciones: ‘Sajalín’, con literatura europea más localizada donde destacan las obras del escritor italiano Beppe Fenoglio (El partisano Johnny y Un día de fuego. Cuentos completos) y la del croata Ivica Djikic (Soñé con elefantes, centrada en la mafia yugoslava).
La otra colección, titulada específicamente en minúsculas ‘al margen’, y dominada por la visión áspera y poco complaciente de una realidad que se revela como insostenible. “Es la literatura que nosotros llamamos ‘del arroyo’, dura y sin concesiones. Siempre autobiográfica y auténtica. Y eso es lo que creemos que más fascina a los lectores”, explica Osca. Entre los títulos de esa orden de los malditos, fracasados y torcidos destacan cuatro novelas del autor de culto Edward Bunker (No hay bestia tan feroz, Stark, Perro come perro y La fábrica de animales); dos novelas de Dan Fante (Chump Change y Mooch) y Las vidas de Dubin, de Bernard Malamud. Cuando se acerca el verano, el editor curiosea en otros libros y fantasea con la idea, por ejemplo, de editar una obra que acaba de publicar la editorial amiga Automática: “Nosotros quisimos publicar Solos en Londres de Sam Selvon pero no dimos con los herederos. Lo han publicado ellos y les deseamos lo mejor”. Juego limpio –parece- entre las editoriales independientes.
La peripecia de Dani Osca tiene visos de acabar igual de bien que la de Chéjov. Con sudor y sufrimiento, pero corroborando una fe inquebrantable en los libros que el editor defiende así: “Los libros te permiten otras vidas. Es la gran y sencilla baza de la literatura”.
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