Plácido Domingo: el león
Ya que de Venecia hablamos, Plácido Domingo emulaba anoche a uno de esos viejos leones que apuran sus reservas depredadoras. Parecía "dormido" en los dos primeros actos de I due Foscari, pero se demostró otra vez feroz e implacable en el tercero. Y entonces sobrevino la gran celebración verdiana, se produjo el salto de la convención al misterio melodramático. Domingo convocaba a Verdi. Cantaba en su nombre.
El viejo león se comió la ópera. Y se atribuyó el mérito de incendiar la velada. Que había sido desigual y hasta inexpresiva porque la dirección musical de Heras Casado no adquirió demasiado vuelo. O porque no hubo comunión entre el escenario y el patio de butacas hasta que Plácido Domingo enseñó los colmillos. Los tiene afilados a los 75 años. Y volvió a utilizarlos para convencernos de que sigue siendo el rey.
Lo demostró la reacción de los espectadores en el trance de los saludos. Un resorte los puso de pie con la sincronización de un desfile norcoreano. Y se concedió Domingo la enésima noche de gloria. No sólo por la sugestión de su leyenda o por la devoción que suscita, sino por su credibilidad artística, por su afinidad verdiana y por su competencia vocal. Más que 75 años, se diría que Domingo ha cumplido 57. Y que persevera en la hegemonía del escalafón porque nadie es capaz de ocupar su sitio. Compareció ayer uno de los aspirantes. Michael Fabiano se llama, un tenor italoamericano que tiene cualidades extraordinarias para situarse entre los delfines de la sucesión.
Estuvo anoche valiente, descarado. Y anduvo más inspirado en los recitativos y en los pasajes concertantes que en las arias -titubeó en la primera-, pero Fabiano forma parte de los cantantes más interesantes de nuestro tiempo. No abundan esas voces penetrantes. Ni proliferan los cantantes que esmeran la línea de canto y profundizan en la partitura. Fabiano es una especie protegida. No sólo como tenor, sino como "protoestrella" de la ópera al que ya cortejan los grandes teatros. Lo descubrimos en el Teatro Real hace unos años precisamente a la vera del propio Domingo en un papel gregario de Cyrano de Bergerac, aunque un servidor ya tuvo la suerte de escucharlo en Glyndebourne como protagonista masculino de La Traviata y como artífice de Les Martyrs (Donizetti). Ambas óperas lo ubican en la naturaleza de tenor lírico. O más bien predisponen su mutación hacia tenor "spinto", como pudo apreciarse ayer en el color y en el calor de voz "squillante". No hay un término demasiado equivalente en la traducción española ni para "spinto" ni para squillante. Squillante es una voz que penetra afilada como un teléfono de los antiguos, o como lo hace el timbre de Angela Meade, soprano yanqui de grandes medios a quienes anoche correspondieron merecidas ovaciones.
No superaron los decibelios de las otorgadas a Domingo. Ya que de Venecia hablamos, este viejo león vuela con las alas de San Marcos.
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