No hay orquídeas para Celestina
José Luis Gómez protagoniza, dirige y firma una versión de 'La Celestina', que cuenta con un excelente reparto pero a la que le falta algo de vuelo
Nunca he acabado de entender lo que realmente separa a Calisto y Melibea. No son Romeo y Julieta, como diría Karina. Sus familias no están enfrentadas. El amor cortés es aquí una quimera adolescente, una máscara del deseo puro y duro, hasta ahí llego, y entiendo que Calisto necesita a Celestina porque Fernando de Rojas también la necesita, pero no pillo el discurso de Melibea tras la muerte de Calisto y antes de seguirle (oh, doble spoiler). Rebobino: Calisto es un bobo ególatra y cabrón, y Melibea pasa en muy poco tiempo de considerarle un “loco saltaparedes” a perder el seso por él. Los padres de Melibea viven en un limbo, apenas conocen a su hija, y cuando lo hacen ya es tarde. O sea, que los señores no es que tengan un interés tremendo, y los de abajo son mala gente, cosa comprensible: su vida no es un jardín de rosas. Algunos intentan portarse con decencia, como Pármeno, pero no le sale a cuenta aconsejar a Calisto, y además, Celestina no tarda en encoñarle con Areusa.
Don Fernando de Rojas tenía una visión del mundo más negra que una novela de James Hadley Chase. Desde luego había que echarle narices (siendo judío converso y con el aliento de la Inquisición en el cogote) para proclamar, disfrazándolo de apólogo moral, que los motores del mundo son el sexo y el dinero. ¿Qué vigas sostienen esta sorprendente “novela dialogada”? No hay que pensarlo mucho: la fuerza del lenguaje. El realismo brutal. Y la vitalidad en el trazo de los de abajo, liderados por el gran y complejo personaje de la vieja alcahueta: astuta, manipuladora, brujil (en sentido literal), con una sensualidad invicta, y esa avaricia que será su perdición. Hay también en el texto un vuelo inesperado de poesía lírica y seca, casi manriqueña: el planto final de Pleberio, padre de Melibea.
A ratos tuve la sensación de que los intérpretes parecían un tanto pendientes de la elocución. Podrían soltarse un poco más
José Luis Gómez, responsable de esta Celestina recién estrenada en el madrileño Teatro de la Comedia, en coproducción con la Abadía, también le ha echado bemoles, y a varias bandas. En primer lugar, la adaptación (o “adecuación para la escena”, como reza el programa), que comparte con Brenda Escobedo. Casi versificada (en verso blanco), para facilitar memorización, dicción y ritmo. Fluye muy bien. Firma también el espacio escénico, con Alejandro Andújar, y la puesta en escena. Y el gran reto, todo un envite: interpretar a Celestina. Al principio choca, desde luego: recuerda un singular cruce entre Amelia de la Torre y José María Rodero, que no es mala mezcla. Olé, de paso, a la caracterización de Lupe Montero y Sara Álvarez. Me despistó un poco que a ratos Celestina pareciera gitana, con acento andaluz, y a ratos no, por razones que se me escapan, pero el poderío actoral de Gómez es innegable, y con eso tampoco descubro nada nuevo. Elijo tres grandes momentos: cuando se mete en la cama de Areusa para calentarla y abrirle camino a Pármeno; cuando le lleva a Calisto el cordón de Melibea, y mi favorito (por tempo, por dificultad), el largo pasaje de la cena, cuando pasa del elogio al vino, casi falstaffiano, a la bella evocación del esplendor perdido: “Yo vi, mi amor, a esta mesa, nueve mozas de tus días”. No acaba de ceñir, a mi juicio, el soberbio conjuro: falta fuego sulfúrico para ese texto tan potente. Ni me convence su muerte, convertida en una escena de títeres de cachiporra. Con un sarcástico remate, eso sí: el gesto de los cuernos antes de palmar. Otros signos sugestivos: las botas colgando de un cable, a guisa de réquiem pandillero, para Sempronio y Pármeno, y para Melibea el velo blanco que cae lentamente de lo alto, como el chal en Une femme douce de Bresson. Hablando de lo alto, me confundieron un poco las figuras casi fantasmagóricas (¿alguaciles, inquisidores?) que pululan bajo los telares.
El espectáculo cuenta con un excelente reparto. Raúl Prieto ha de lidiar con la estupidez y la brutalidad de Calisto (“Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas”), incluido ese encuentro con Melibea (desagradabilísimo, a un paso de la violación), y aún así logra que su autoridad como intérprete nos imante y no decaiga. También me gustó mucho la Melibea de Marta Belmonte, una actriz a la que no conocía. Delicada, clara, vehemente, un poco excesiva en la escena en que descubre el deseo, aunque desde luego ese momento se las trae. Veo a Prieto y a Belmonte y es uno de esos curiosos casos en que me gustan más los intérpretes que sus personajes. Gómez ha dulcificado un tanto a Elicia y Areusa (magníficas Inma Nieto y Nerea Morena), potenciando su orgullo lumpen (“He querido más vivir en mi pequeña casa, libre y señora, que no en sus ricos palacios, sojuzgada y prisionera”, dice Areusa) y podando su lado asesino (en el original intentan cargase a Calisto con la ayuda de Centurio, que aquí no aparece). Excelentes el Sempronio de José Luis Torrijo. Escuela Rellán: naturalidad y fuerza. ¡Y qué bien canta! Y el Pármeno, niño grande y raisonneur apaleado, de Miguel Cubero. Muy bien, pero con poca tela que cortar, Palmira Ferrer (Alisa, la madre) y Diana Bernedo (Lucrecia, la criada encendida). Lamento decir que no me convenció Chete Lera: su planto debería conmover y me resultó monocorde y rozando el engolamiento, cosa rara en un actor de su talla.
Preciosos coros al principio y al final, con música de Aguirre de Carcer.
Entonces si el reparto, con esos peros, funciona ¿por qué a ratos me aburrí? Dos horas y media tampoco es tanto tiempo de función. Quizás no ayuden la luz, a ratos demasiado lóbrega, de Lopez Cornejo; ni la gélida escenografía, con esas escaleras metálicas y esas pasarelas que tal vez lentifican las acciones. El texto llega medido y diáfano en la mayoría de las escenas, pero echo de menos un ritmo más vivo. A ratos tuve la sensación de que los intérpretes, dentro de ese alto nivel, parecían un tanto pendientes de la elocución, cosa desde luego muy meritoria, pero podrían soltarse un poco más, esponjar sus actuaciones, y es muy posible que lo consigan en funciones sucesivas, ante la respuesta del público.
También he visto, en La Latina, Los vecinos de arriba, brillante comedia escrita y dirigida por Cesc Gay, con un cuarteto magnífico: Candela Peña, Pilar Castro, Xavi Mira y Andrew Tarbet. La semana próxima se lo cuento.
Celestina, de Fernando de Rojas. Director: José Luis Gómez. Teatro de la Comedia (Madrid). Intérpretes: José Luis Gómez, Raúl Prieto, Marta Belmonte, José Luis Torrijo, Miguel Cubero, Inma Nieto. Hasta el 8 de mayo.
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