¿Cuál es el mejor tenor de la historia? (I)
Mantuvimos ayer unos colegas un debate en Radio Clásica sobre la cuestión de cuál había sido el mejor tenor de la historia. De la historia contemporánea. O de la edad que inauguró Caruso, patriarca del escalafón con sus cualidades vocales, carismáticas y fonogénicas. Ya es una restricción sustraer el debate a los siglos anteriores, pero conviene acotar nuestro tiempo porque lo contrario significaría recrearse en un ejercicio de especulación.
Nos faltan argumentos concretos. Y habría que convenir, acaso, que el tenor más importante de la historia fue Gilbert Duprez, artífice del primer do de pecho computado en una función operística -Guillermo Tell, 1831- y cuyo impacto dejó a los espectadores en estado de hiperventilación. Les pareció un sonido sobrenatural que concedió a la familia de los tenores el lugar de privilegio del escalafón, aprovechando el crepúsculo de los castrati y haciendo de los agudos y sobreagudos de pecho una suerte de categoría sobrehumana, sadomasoquista.
Es un ejemplo de lo exigente que resulta contraer el debate del mejor tenor de la historia a nuestras certezas. O a las certezas que nos ha proporcionado la discografía, naturalmente desde la perspectiva y el criterio contemporáneos. Hablamos de voces que se han quedado antiguas. Y de voces vigentes, por eso me parece suficientemente honesto considerar a Caruso un patriarca indiscutible. Más que preguntarnos cuál es el mejor tenor de la historia podríamos derivar la respuesta a la medalla de plata. La de oro es patrimonio del tenor de los tenores, con más razón cuando tenemos suficiente perspectiva para canonizar al cantante napolitano en su papel de pionero y de tenor absoluto, dominando como dominaba los extremos del repertorio y añadiendo a sus facultades un timbre arrebatador y una personalidad que traspasa el movimiento giratorio del gramófono.
Y es entonces cuando puede elaborarse una lista más serena sin necesidad de crear una jerarquía dogmática. E introduciendo otra pregunta: ¿Cuántos tenores caben entre las interrogaciones o pueden salir airosos de ellas? No tengo dudas respecto a Caruso. Ni respecto a Beniamino Gigli. Tampoco las tengo respecto a Plácido Domingo ni respecto a Pavarotti, pero el impacto de ambos en la ópera contemporánea obliga a relativizar su peso en una visión más general o más generosa, de forma que la lista, por fuerza, incluye a Tito Schipa, Aureliano Pertile, Lauri-Volpi,Franco Corelli, Mario del Monaco, Carlo Bergonzi, Giuseppe di Stefano -no está mal el banquillo italiano-, más allá de los mitos nacionales -de Fleta a Kraus-, las referencias wagnerianas -Melchior, Windgassen-, los cantantes refinados -Peter Pears, Peter Schreier-, los tenores colosales -Jon Vickers-, las estrellas nórdicas -Björling, Gedda- y hasta las máximas figuras de nuestro tiempo, como puedan serlo Jonas Kaufmann y Juan Diego Flórez. Creo que ha sido Domingo el tenor que más me ha emocionado en vivo y creo que ha sido Di Stefano quien más me ha emocionado en disco, pero estos extremos no me obligan a abjurar de la naturalidad solar de Pavarotti ni de convertir a Beniamino Gigli en el tenor que hubiera creado el doctor Frankenstein sin necesidad de perder el tiempo en las morgues.
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