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LA POESÍA EN EL CENTENARIO DE RUBÉN DARÍO

Darío a la luz de Whitman

El estadounidense es la única figura literaria que cumplió para su lengua en esa época el mismo papel renovador y visionario que el nicaragüense para el español

Darío Villanueva

Walt Whitman me parece la única figura literaria de la América del siglo en el que Rubén Darío se dio a conocer que cumplió para su lengua el mismo papel renovador y visionario que el nicaragüense para la nuestra. Fueron rigurosamente coetáneos durante tan solo 25 años, y les separaba casi medio siglo entre sus respectivas edades. Pero tenemos constancia de que la obra del norteamericano no escapó a la inagotable curiosidad y erudición que caracterizaron a nuestro poeta. Cuenta Rubén que en París, año 1892 en que muere Whitman, cuando lo visita el crítico simbolista Charles Morice, encuentra en su mesa “un Walt Whitman que no conocía”. Con anterioridad, en Azul, había incluido ya un soneto a él dedicado.

Junto a su egocentrismo intensamente lírico, Whitman es, por romántico, profundamente nacionalista. No duda en afirmar que el mismo Shakespeare “pertenece esencialmente al pasado sepulto”, y solía recordar a Herder en el trance de convencer al joven Goethe de que la gran poesía es siempre resultado del espíritu nacional. Bien entendido que su nacionalismo partía del supuesto de que Estados Unidos representaba “la gran nacionalidad ideal del porvenir”.

Su optimismo democrático tiene, sin embargo, mucho de aideológico o de preideo­lógico. Rigurosamente contemporáneo es, asimismo, Karl Marx con su crítica del capitalismo industrial que en Europa había configurado su propio modelo, lo que explica el muy distinto tratamiento de algún tema como el de la ciudad por parte de otros poetas como Baudelaire o Rimbaud. A este respecto, es determinante la identificación de Whitman con el common people cuya épica canta en un poema, ‘A Song for Occupations’, dedicado no solo a los oficios manuales y agrícolas, sino a quienes se realizan in the labor of engines. Whitman es un entusiasta estadounidense, pero también una especie de “nacionalista de la modernidad global”. Nueva York representa el escenario privilegiado en el que encarna la nueva cultura material y humanística, de lo que Whitman es tan solo el primer cantor, pues su estirpe se prolongará a lo largo del nuevo siglo, en el que los prodigiosos años veinte favorecieron esa identificación de todas las artes con los nuevos tiempos. Por cierto, su prematura muerte, en 1916, cuando aún no había cumplido la cincuentena, nos privó de un Rubén inmerso en la vorágine de las vanguardias poéticas cuyos cultivadores en español lo reconocían como maestro.

Pero Darío no estaba ciego ante esta modernidad futurista. Ya en Azul menciona que “crujían las poleas, chocaban las cadenas. Era la gran confusión del trabajo que da vértigo”, y en sus poemas chilenos de 1886 ‘¡Al trabajo!’ y ‘Al obrero’, expresa similares ideas a las de Whitman en ‘A Song of Occupations’.

El cosmopolita y humanista nicaragüense no secunda al bardo de Paumanok en su desdén hacia la poesía del pasado

Ciertamente, no secunda al bardo de Paumanok en su desdén hacia la poesía del pasado. La cultura literaria del autor de Hojas de hierba se limita a la Biblia, frente al enciclopedismo humanista y cosmopolita de Rubén, que desde los poetas de la antigüedad lo lleva hasta los italianos del Renacimiento, a los clásicos del español, a Victor Hugo, a los parnasianistas y simbolistas, al propio Verlaine… Y, todo ello, sin menoscabo de su profunda originalidad.

Whitman ejemplifica en Nueva York la nueva era del desarrollo sin fin y el triunfo de la gran democracia yanqui. Asuntos que Rubén también trata a lo largo de su obra, especialmente en el ‘Canto a la Argentina’, que dedica al primer centenario de la independencia. Allí la ciudad de La Plata es definida como “la metrópoli reina”, a la que saludan Londres, Berlín, “y Nueva York la babélica, / y Melbourne la oceánica”. Se trata de uno de los poemas más whitmanianos de Darío no solo por el tema de las máquinas y las grandes urbes, sino por el canto a la masa que las habita, a los operarios del futuro abierto que espera a la humanidad, y sobre todo, a la libertad que las Américas consagraron como emblema de su identidad.

La mirada de Rubén Darío puede ser como un escalpelo cuando se fija, por ejemplo, en las terribles condiciones de vida de muchos neoyorquinos. Y así, escribe en la ciudad del Hudson, con voz deses­perada, su poema de madurez ‘La gran cosmópolis’. Quince años más tarde, otro poeta de cuyo infame fusilamiento recordamos su octogésimo aniversario, escribirá en esta misma clave rubendariana su poemario expresionista Poeta en Nueva York, publicado póstumamente en 1945.

Darío Villanueva es director de la RAE.

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