Campanadas
Ver 'Campanadas a medianoche' deja un regusto de placer, es una obra maestra, y de rabia, porque demuestra la capacidad creativa de una industria machacada por la piratería y, desde que llegó el PP, por el IVA cultural
Contemplar el pasado martes en La 2 Campanadas a medianoche deja un regusto de placer y rabia. Placer porque, pese al deficiente estado de la copia, es una obra maestra producida por el empeño de un español, Emiliano Piedra, que pudo superar las dificultades propias de un genio como Orson Welles (la película tenía un rodaje previsto de 12 semanas que se alargó a 20, con los consiguientes sobrecostes que sólo podía resolver un enamorado del cine como Piedra) y que sigue viva 50 años después de su rodaje.
Y rabia porque filmes como éste demuestran la capacidad creativa de una industria machacada por la piratería y, desde que llegó el PP al poder, perseguida fiscalmente con saña con el 21% del IVA cultural, un peaje reaccionario que no están dispuestos a modificar pese a las numerosas promesas de los ministros del ramo.
De la maestría de Welles para narrar una libérrima adaptación de cuatro obras de Shakespeare (Enrique IV, Enrique V, Las alegres comadres de Windsor y Ricardo II) poco más se puede decir que no lo hayan mostrado sobradamente sus imágenes, con esa extraordinaria secuencia de la batalla de Shrewsbury, rodada íntegramente en la Casa de Campo de Madrid, a la cabeza.
Placer al contemplar a un reparto maravilloso con un Welles arropado por John Gielgud, Keith Baxter, Jeanne Moreau, Margaret Rutherford, Fernando Rey o Julio Peña, entre otros, y deslumbrados por la capacidad del productor y el director por reconvertir Calatañazor, Santa María de Huerta o Soria en la Inglaterra de los siglos XIV y XV.
Y rabia porque todos los empeños para rebatir las conclusiones de las Conversaciones de Salamanca de que el cine español era políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico, acabarán volviendo a tener vigencia por el desprecio casi secular de los Gobiernos hacia la cultura.
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