Ficción contra aflicción
Mario Vargas Llosa pisa la escena del Español con 'Los cuentos de la peste', bien acompañado por los demás actores y a las órdenes de Joan Ollé
Los cuentos de la peste, la nueva obra de Mario Vargas Llosa, dirigida por Joan Ollé y estrenada en el Español, no pretende ser, según su autor, una adaptación teatral del Decamerón (imposible por su longitud) sino una recreación, una versión libérrima. De sus 100 relatos ha tomado unos pocos, pero si ha elegido ese texto es porque enlaza con un asunto fundamental de su obra, tanto teatral como narrativa: la huida de una realidad hostil por la vía de la imaginación, la salvación por la fuerza sanadora de la palabra. “¡Basta de realidad! Volvamos a la fantasía, donde estamos a salvo”, escuchamos en una de las primeras réplicas. La comedia tiene, pues, mucho de celebración vitalista, pero también de ritual, de eterno conjuro para ahuyentar la muerte.
Como el texto italiano, está ambientada en Villa Palmieri, la quinta de Boccaccio, durante los días finales de la epidemia de peste que devastó Florencia en 1348. Los 10 jóvenes protagonistas del original son aquí cinco personajes de muy diversas edades pero que, al narrar, se desdoblan en muchos más. Abundan los relatos gozosos, burlescos, carnales, de humor grueso, contrapesados por una historia oscura, de dolor, impotencia y culpa, imaginada por el autor de La Chunga: la pasión (a ratos sádica, a ratos masoquista) que el maduro duque Ugolino siente hacia Aminta, condesa de la Santa Croce, cuyo tercio final, sin embargo, es una variación sobre El infierno de los amantes crueles, narración fantástica de Boccaccio, que inspiró el ciclo botticelliano de Nastagio degli Onesti. Vargas Llosa, que interpreta a Ugolino, advierte en el programa de mano (así que no desvelamos nada) que Aminta es una “ciudadana del reino de la fantasía” creada por el atormentado duque: Aitana Sánchez-Gijón la encarna como una suerte de Virna Lisi espectral, furiosa y vengativa, y también da vida a otras criaturas más tangibles y alegres, con similar entrega e intensidad.
Completan el quinteto el propio Boccaccio, a cargo de Pedro Casablanc, y dos enamorados, Pánfilo (Óscar de la Fuente) y Filomena (Marta Poveda), que fantasean con vidas posibles sin que lleguemos a conocer del todo sus verdaderas identidades: tan pronto pueden ser hermanos incestuosos (“¡Viva la peste! ¡Ya no hay pecados!”, claman), en uno de los pasajes más sensuales del conjunto, como una pareja de cómicos ambulantes, reclutados para animar el encierro. La omnipresencia del desastre inyecta a todos una sobredosis de vida, y saldrán del lugar más conscientes de la precariedad de sus existencias. El texto respira, desde luego, el hedonismo boccacciano,pero también me evocó, en un recuerdo un tanto lejano, al Italo Calvino de El castillo de los destinos cruzados.
Sebastià Brossa ha creado un jardín con una fuente central (y un caballo muerto, obvio emblema de la peste) que ocupa la platea del Español; el público está dispuesto alrededor, en gradas y palcos. Es una buena idea escenográfica, aunque quizás le hubiera convenido más el espacio del Matadero para no tener que levantar las butacas. Joan Ollé ha salpicado la función de imágenes poderosas, como los doctores con inquietantes máscaras de pájaros, casi salidos de un siniestro carnaval veneciano, y largas varas para manipular la carne infectada. Hay que destacar también la delicada banda sonora, firmada por su hermano, Quim Ollé, que alterna composiciones originales y melodías renacentistas, grabadas con instrumentos de la época, y las luces de José Manuel Guerra, que marcan con sutileza la claridad y la tiniebla de los dos bloques narrativos.
No es un actor pero ahí está, arriba y peleando, jugándose el tipo por amor al teatro, a la palabra dicha
Causa un respeto imponente ver a Vargas Llosa en escena. A una edad en la que los escritores de su quinta apenas salen de casa, ha elegido el riesgo, la peligrosa aventura de las tablas, y con mucho texto a memorizar. No es un actor pero ahí está, arriba y peleando, jugándose el tipo por amor al teatro, a la palabra dicha. Tiene la elegancia de Gore Vidal, otro narrador también poseído por el virus de actuar (en su caso, en la pequeña y gran pantalla). Cuenta con calma y se hace escuchar. Es un trabajo sobrio, contenido, con una única explosión pasional en la que Aitana Sánchez-Gijón, lógicamente, se lleva la parte de la leona.
Pedro Casablanc es un Boccaccio arrasador y convincente, que aprende a pasar de los libros a la vida y de lo sacro a lo profano, abandonando el latín para contar, en lenguaje popular, esas historias que brotan del miedo a la guadaña y al calor del retiro. Está estupendo cuando nos cuenta su pasión por la comida, cuando trata de fingir un voraz canibalismo, y cuando se transmuta, feliz momento de farsa, en marimachísima Madre Abadesa. Al acabar la función me dijeron que había actuado con 39 ºC de fiebre, sin que su trabajo decayera ni un instante por el gripazo: bravo.
Marta Poveda y Óscar de la Fuente, ambos de gracia exuberante, contribuyen también a mantener en alto la función. A su cargo corren las historias más picarescas: la ingenua Alibech y el ermitaño; el jardinero y las monjas; Caterina de Valbona y el falso ruiseñor. Óscar de la Fuente muestra un registro dramático en el hermoso y triste pasaje de Giovanna (Sánchez-Gijón) y Federico, más conocido como la fábula del halcón. Ollé juega la baza un tanto antigua de los acentos como fuente de comicidad (Alibech en clave gallega, Caterina y familia con tonos de pijos del barrio de Salamanca, el médico afrancesado y molieresco que dibuja Casablanc) pero, aun bordeando lo fácil, esos toques resultan eficaces y divertidos.
El espectáculo dura dos horas. Sin ser una extensión infrecuente, resulta un poco largo. A veces, en una exposición, nos acaba fatigando la sobredosis de cuadros, por muy buenos que sean, sobre todo si predominan colores parejos. Yo sería partidario de aligerar un poco el texto. No sabría, desde luego, qué pieza cortar. Tampoco se trata de eso. Quizás podría peinarse un poco, hablando de cuadros, el debate entre pintura y palabra, o el pórtico mismo, un tanto denso de invenciones, que Vargas Llosa lee con maneras y entonación de sumo sacerdote, y que puede desconcertar un poco a los espectadores. Sea como fuere, hay que señalar y celebrar que la acogida del público del Español es espléndida, con teatro lleno y ovaciones en pie.
Los cuentos de la peste, de Mario Vargas Llosa. Dirección: Joan Ollé. Intérpretes: Mario Vargas Llosa, Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Marta Poveda y Óscar de la Fuente. Teatro Español, Madrid. Hasta el 1 de marzo.
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