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El Caso de Pequeño Nicolás
Columna
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Eres grande

Steven Spielberg buceó en hechos reales en su película Atrápame si puedes para contar la historia de un estafador de altura

Carlos Boyero

Se supone que la adolescencia es la edad de la incertidumbre (y en algunos se prolonga esa inseguridad hasta la vejez, qué tristeza palmarla sin encontrar tu lugar en el mundo, tu refugio de acero), de la revolución hormonal, de la ciclotimia y el desorden emocional, de las gamberradas instintivas, de la negación a lo establecido, de la transgresión con causa o sin ella, de no tener ni puta idea de lo que vas hacer con tu vida aunque los sueños se acumulen. Esas características pueden sufrir alteraciones en función de si eres rico o pobre, inteligente o más bien corto, complejo o simple, audaz o tímido, guapo o feo, pero existen demasiadas reglas y patrones comunes en el universo adolescente.

Steven Spielberg buceó en hechos reales en su película Atrápame si puedes para contar la historia de un estafador de altura, un maestro en suplantación y falsas identidades, un tipo tan imaginativo como escurridizo que tuvo en jaque al FBI y a Interpol una década. Esa esplendorosa carrera comienza cuando el tipo tiene 18 años y en tiempo mínimo trinca millones de dólares.

A ese insólito genio lo interpreta Leonardo Di Caprio, una estrella molona que te puede hacer creer lo que les dé la gana a él y a Spielberg. Cosas del cine. Pero al ver el careto de pan del flipante impostor Fran Nicolás y constatas sus hazañas desde que tenía 17 años en el mundo de los políticos, empresarios, e incluso de la sagrada realeza, se me escapa la bendita carcajada, algo que la farmacología me había congelado desde hace demasiado tiempo.

A este chaval la incertidumbre le debe de parecer algo propio del retraso mental. Es prodigioso que tuviera tan claras sus metas vitales. Ha demostrado que a edad tan tierna se puede practicar idéntica metodología que los curtidos profesionales de la política como intermediario en el trapicheo de influencias y favores, chantaje, suplantación de credenciales institucionales, aparente cercanía a los círculos del poder político y financiero, etc... Verle sentado en compañía de Aznar durante solemne acto pepero o adoptando el saludo cortesano hacia Su Majestad en la restringida recepción después de que le plantaran la corona, tiene el efecto de un tripi. Si la casta fuera consecuente, le dedicaría una estatua y una avenida a Nicolás. Este niño ejemplifica la farsa en la que ellos solo se diploman al hacerse adultos.

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