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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

12-M

Diez años después resulta aún más evidente y lamentable que no supiéramos usar tanto dolor y tantas lágrimas para unirnos más y mejor

David Trueba

Lo poco que podemos ofrecer los españoles a las víctimas de los atentados del 11-M, tan cercanas, pero al mismo tiempo tan inalcanzables para nuestro consuelo, es poner las condiciones para que alcancen el día siguiente. Ya ha pasado una década y, aunque no lo parece, algunas cosas han empezado a cambiar. Ahora hay una generación de adolescentes que se acercan al momento sin memoria ni prejuicios. Son ellos los que necesitan encontrar un país capaz de enfrentarse al relato compartido. Los medios de comunicación hacen un esfuerzo loable por colocar a las víctimas en primera línea, para tratar con sutileza la matanza y al mismo tiempo rendir el tributo necesario al recuerdo. Las intemperancias de otros años comienzan a amainar. En el fondo, los atentados y la información gubernamental de los tres días siguientes forman una argamasa difícil de digerir, incómoda para muchos, casi desquiciante.

Resulta asombroso escuchar a algunos de los responsables de avivar durante años las teorías conspiratorias y la rabia política por delante de cualquier consideración, caminar hacia la aceptación judicial. Por más que creamos que nada cambia, a zancadas evidentes la historia nos pasa a todos por encima. Hace poco escuchamos decir al director de El Mundo en una entrevista televisiva, tras su relevo en el cargo, que consideraba poco probable la conexión de ETA con los responsables yihadistas del atentado. Supongo que se agota la fisura por la que aún aspiraban a reescribir algunos de los días más conmovedores y también más indignantes de la historia reciente de España.

Las salpicaduras del 11-M afectaban a estamentos políticos y mediáticos, que eran incapaces de asumir un error de cálculo. De ahí que se tuvieran que escuchar descalificaciones hasta contra algunas víctimas, que fueron las primeras que se rebelaron contra tanta manipulación. Fueron aquellas personas víctimas dos veces y ejemplificaban como nadie la petrificación de todo un país en una misma fecha. Diez años después resulta aún más evidente y lamentable que no supiéramos usar tanto dolor y tantas lágrimas para unirnos más y mejor. Pero como aún brotan las lágrimas espontáneas en cada aniversario puede que el futuro nos ayude a reconciliarnos con el pasado y amanezca alguna vez un 12 de marzo que nos encuentre unidos.

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