Olimpiadas
El día 7 Madrid saldrá elegida para albergar los Juegos Olímpicos. La ciencia cierta sobre la que se asientan estas decisiones sigue siendo un misterio
El día 7 Madrid saldrá elegida para albergar los Juegos Olímpicos. La ciencia cierta sobre la que se asientan estas decisiones sigue siendo un misterio tan íntimo y ligado a una estructura particular que es mejor no hacerse preguntas incómodas, porque las respuestas pueden ser tóxicas. Para Madrid sería una noticia muy positiva, pero no por las razones que llevarán a la celebración. No se trata tanto de las inversiones y el desarrollo urbanístico, por más que en la capital de la indiferencia desde hace años rige un mandamiento: solo de cemento vive el hombre. Tenemos además la promesa de Sheldon Adelson de convertirnos en el Macao europeo. Las alegrías vendrán por caminos menos turbios.
En primer lugar, la autoestima, perdida después de ver cómo la ciudad se desinfla tras haber rozado el cielo. Puede que se resuelva el problema de interinidad que padecen sus gobiernos implicados en una privatización de servicios urgente y opaca. Arrojada a la mediocridad tras el abandono de Gallardón en busca de misiones más señaladas, nunca fue más insultante la sensación de que sin dinero no somos nada. Abrazada a su deuda, deja para dentro de tres generaciones lo que podría hacer hoy. Asistir al cierre y el derribo de locales míticos, de lugares de encuentro, nacidos muchas veces por azar pero sostenidos en un equilibrio que las autoridades se cargan a base de tasas, zancadillas y desprecio.
Algunos sostendrán que para gestionar las hazañas deportivas, nada mejor que Lissavetzky, el jefe de la oposición, que ha celebrado tantas medallas y copas en su anterior reencarnación de encargado de deportes que al pasar parece dejar un aroma a champagne derramado. Pero el desesperanzado madrileño, educado en admirar mucho más el cielo de su ciudad que el suelo que pisan sus pies, lo que encontrará en los Juegos Olímpicos es una oportunidad para pelear por su oportunidad desde el silencio y seguir confiando en que las ciudades sobreviven siempre al diseño institucional desde lo subterráneo, lo oculto y lo particular. En una ciudad poblada de termitas, nada mejor que esperar que llegue la madera de lujo, la decorativa insulsez oficial, para poder triturarla despacio, alimentarse de los despojos y vivir de sus ruinas. Las termitas ganan siempre la maratón.
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