No tanta gloria
La miniserie sobre Mario Conde relata una etapa de efervescencia financiera, dominada por la cultura del pelotazo y el dinero fácil, en la que valía todo con tal de prosperar
Queda la segunda parte, que es la de la caída, hundimiento y resurrección de Mario Conde; pero, a la vista de la primera y de lo que el propio protagonista de la historia manifestó en la entrevista que acompañó a la miniserie de Telecinco, hay pocos indicios de que se vea a un hombre doblado y derrotado camino de la cárcel. Más bien, al contrario, se intuye a un Mario Conde incólume y sobresaliente, sin reconocer sus errores ni actuaciones delictivas, que aparece como una víctima del sistema, del que se sirvió y en el que los malos son los guardianes de la ortodoxia y los buenos los transgresores de las normas; gentes que, como él, aprovecharon para hacerse multimillonarios sin ningún escrúpulo.
No es extraño porque la serie, que se completará el próximo jueves, se basa en el libro autobiográfico de Conde Días de gloria. Pero no hubo tanta gloria. La película, en su primera parte, es un relato de una etapa de efervescencia financiera, en el que se había instalado la cultura del pelotazo, del dinero fácil en la que valía todo con tal de prosperar. Y Mario Conde fue un producto perfecto de ese tiempo, sino uno de sus impulsores; quizá el alumno más aventajado de la clase que vio la oportunidad para alcanzar esa gloria y saborear el poder. Se le presentó en Banesto, el que fuera primer banco del país venido a menos, y en un sector, el bancario, que necesitaba una reconversión urgente (en la película lo pone en boca de Carlos Solchaga, ministro de Economía) para competir fuera. Conde apareció como un advenedizo en el sector de la mano de Juan Abelló (este, perteneciente a la élite empresarial madrileña, no tanto), con el que había dado uno de esos pelotazos de leyenda tras la venta de Antibióticos al grupo italiano Monteedison (bien reflejado en la pantalla).
Entraron en Banesto, como dijo Conde, sin pedir permiso y con ganas de comerse el mundo. Aunque cuenta la historia a su manera, hace un fiel retrato del protagonista (bien interpretado). Un hombre ambicioso, al que se le ponen muy cosas por delante y que se reconoce como “peligroso” para la estabilidad del sistema. Es una historia de buenos y malos, de listos y no tan listos en un territorio de caimanes. Y Conde lo relata a su forma. Entre todos un malísimo Mariano Rubio, a la sazón gobernador del Banco de España, que no le deja entrar en un banco privado; un inflexible Solchaga, que queda bien parado precisamente por no tolerar algunas de las osadías de Conde; los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer (los Albertos), también triunfadores de en esa etapa a los que considera enemigos; Antonio Navalón, el intermediario sin corsés que utiliza su amistad con Fernando Garro, uno de sus colaboradores al que tacha de traidor; un efímero (porque apenas sale en esta primera parte y había razones para que saliera más) Javier de la Rosa, al que considera muy bien informado, e incluso Juan Abelló, a quien, pese a reconocer que fue la causa de que él llegara donde llegó, Conde retrata como un celoso irritante y a quien ningunea y margina. Pero Abelló responde con más sabiduría, decide salir de Banesto a buen precio y abandonar el barco antes de que encalle, posiblemente porque se dio cuenta de muchas tropelías que se estaban haciendo.
Esta primera parte, la miniserie recoge el ascenso de Conde a la presidencia de Banesto tras convertirse en salvador del banco ante la OPA lanzada por el Banco Bilbao de José Ángel Sánchez Asiaín, que contaba con el beneplácito de Rubio y Solchaga. Sin embargo, pasa por encima de la alianza con Cartera Central (de los Albertos y KIO, representado por De la Rosa) para fusionar Banesto y Central. Y, sobre todo, ignora una de las claves del fracaso posterior de Conde, la guerra del pasivo (aumento de la remuneración de las cuentas corrientes) que desencadenó un agresivo Banco Santander, donde Emilio Botín hacía poco que acababa de sustituir a su padre en la presidencia. Ni Banesto ni ninguno de los otros grandes (Central e Hispano) pudieron responder los ataques del Santander, y apenas lo pudieron hacer el Popular el BBV, que bastante tenía con su guerra por la fusión. Es curioso que más tarde los tres grandes acabarían bajo la llama del Santander, que entonces era el más pequeño. En respuesta, Conde inició una huida hacia adelante, en lo que fue el principio de su caída. Pero eso no lo cuenta.
En esa estrategia hizo y deshizo operaciones que luego se sabrían y, algunas, le llevaron a prisión (una de ellas, Argentia Trust, de pago de 600 millones de pesetas, sí sale en esta primera parte). Hasta idear la operación con la que esperaba sacar la cabeza, la creación y salida a Bolsa de la Corporación Industrial Banesto. Conde había conseguido las exenciones fiscales con muchos apuros para la Corporación y se las prometía muy felices, incluidas su carrera política; pero la invasión de Kuwait por Irak y la consecuente guerra del Golfo frustró todos sus planes. Esa fue la segunda y definitiva clave de su fracaso. La entrada en barrena definitiva. Aunque en la película le dice a Don Juan, con quien destaca que tenía muy estrecha relación, que no pensaba meterse en política, Conde ansiaba convertirse en salvador de la patria liderando a la derecha, que en aquellos tiempos hacía la travesía del desierto con un José María Aznar que trataba de consolidarse con líder del PP. O, tal vez, dijera la verdad y lo de entrar en política se le ocurriera más tarde como un antídoto al fracaso empresarial.
Hasta que llegó su hora el 28 de diciembre de 1993 y el Banco de España, ya con Luis Ángel Rojo de gobernador, decidió intervenir Banesto. Un año después, el 23 de diciembre, entraba en la cárcel condenado a 20 años por estafa, apropiación indebida y falsedad. Conde culpó de ello a una alianza entre Felipe González y Aznar.
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