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Columna
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Rabia

Juan Cruz

Que acabe el programa de Buenafuente en Antena 3 es una mala noticia para los telespectadores. Su ausencia, cuando se produzca, mermará el humor del país y cercará de alambradas peligrosas la posibilidad del experimento de calidad en los horarios más prestigiosos. España está de mal humor; ese espacio garantizaba, en el ecuador del domingo, antes del lunes cabrón que ahora amenaza, reflexión y risa. Habrá un hueco. Lo sentiremos.

La presencia de Buenafuente y su equipo en el prime time, esa especie de abismo que atrae y repele, abría las puertas a una forma de hacer televisión que había juntado peras con manzanas de una manera inteligente y fresca. No es el de Buenafuente un humor a piñón fijo, no nació para la astracanada ni para el delirio de gustar gritando; está con las peras y está con las manzanas, no abre su ventana para unos y se la cierra a otros; hace periodismo a su manera, y ese periodismo toca la fibra de la actualidad con el respeto que es marca de la casa y con la irreverencia que Monty Python puso en la tradición del show televisado.

Así fue siempre la compostura de este muchacho de Reus que se hizo en la radio y se convirtió, casi jugando en una azotea, en uno de los humoristas más importantes de la pantalla traicionera. Pero así es la pantalla, traicionera, devuelve aplausos, críticas, pero sobre todo devuelve audiencias, y cuando estas insisten en mirar para otro lado las empresas renuncian a seguir apostando y se van por la vía de lo que seguramente les dará menos quebranto. Es una fórmula habitual; hace muchos años, Xavier Sardá, que por cierto está en la misma antena y a continuación del show de Buenafuente, Corbacho y Berto Romero, se congratulaba de que la radio que lo acogía entonces, la Ser, siguiera apostando por su emisión, que luego fue celebradísima, mientras esta se debatía en números modestos, arañando.

Ahora te decapitan en cuanto no sobresales en los picos que, como un martirio, esperan a la puerta de los estudios. En Chile inventaron una máquina diabólica que avisaba en directo de lo que le pasaba a la audiencia a medida que se desarrollaban los programas best sellers. Aquí está la guadaña dispuesta antes de que se consoliden las ideas en marcha. Y así no se puede ni crear ni creer. La palabra lástima no dice tanto como la palabra rabia.

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