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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fumaroli

Ninguna televisión requirió su presencia de aristócrata con chispa porque en las teles españolas nunca hay sitio para esas cosas

David Trueba

El ensayista francés Marc Fumaroli abrió la semana pasada un ciclo de conferencias en la Biblioteca Nacional. Ninguna televisión requirió su presencia de aristócrata con chispa porque en las teles españolas nunca hay sitio para esas cosas. Fumaroli criticó hace veinte años en El Estado cultural la escuela de gobernanza artística francesa heredera del ministro Malraux. Según él, tanta tutela del elemento cultural no había producido más que rutilantes ministros, políticos famosos pero no grandes pensadores ni eminentes hombre de letras. Esa burocrática manera de encarrilar la Cultura con C mayúscula llenaba las ciudades y provincias de enormes contenedores y lujosas puestas en escena, comisariados artísticos y festivales, pero se podían contar con los dedos de una mano los nuevos dramaturgos, los compositores del día y los artistas contemporáneos.

Ese modelo escaparatista ayudó a sostener una retórica cultural en media Europa, que llegada la crisis se vacía de contenido sencillamente porque se vacía de fondos. En la otra media, regida por el desapego y el dejar hacer al mercado, la situación no es mejor. Basta ver la destrucción del mundo literario en los países que suprimieron el precio fijo del libro y la sumisión de la inteligencia a los valores del dinero y la popularidad. Por eso quizá el Fumaroli de hoy se empeña en la recuperación de la vieja República de las Letras, la élite universitaria, científica y artística, que se coloque por encima de la egoísta élite financiera que ha llevado a Europa a la ruina y a la renuncia de sus principios fundadores.

Para él, esa República tenía un Rey, Voltaire, cuya variedad de intereses y su influencia sobre las costumbres provenía de algo perdido, el afán de la élite por ser generosa, no por aislarse, sino por expandir en la comunidad lo mejor del conocimiento. De ahí que Fumaroli siempre haya sostenido que el Estado debería quitar sus sucias manos del dirigismo cultural y sus glorificaciones interesadas, y volver la mirada a los dos pilares donde se funda la conciencia colectiva en la sociedad moderna: la educación y la televisión, en toda su amplitud tecnológica. Los lugares donde los jóvenes reciben la formación en horas diarias de exposición, donde se asienta la cultura de verdad, con c minúscula.

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