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Brisa

David Trueba

El caso de Hamza Kashgari, el periodista saudí detenido y deportado por la policía de Kuala Lumpur a su país de origen tras haber hecho algo parecido a apostatar del Islam en twitter, tiene ramificaciones geopolíticas. La comunidad de tuiteros no parece darse por aludida ante la posible condena a muerte de quien escribió sus dudas religiosas dirigidas retóricamente hacia el profeta. La capacidad de movilizarse emocionalmente choca siempre con la prudencia y el miedo. La conmoción por la muerte de una cantante concita un masivo chorreo de correo rápido, pero en cambio en este caso se echa de menos una respuesta solidaria global. El sistema al completo debería ofrecer refugio y colocar su mirada escrutadora sobre la desmesura de la ley religiosa.

 La figura del apóstata nos retrotrae en el tiempo. Gore Vidal inmortalizó a Juliano, el emperador que trató de recuperar la creencia pagana y el pensamiento platónico frente a la rutilante potencia del cristianismo, antes de morir atravesado por una jabalina perdida junto al Tigris. Por más que los tiempos cambian, nunca cambian del todo. El asunto Kashgari se entrecruza con las incógnitas sobre las revueltas sirias y la incapacidad de la Liga Árabe y los países occidentales para frenar las matanzas. Parece complicado dar lecciones de libertad y progreso mientras persiste la persecución interna. El mundo es una caldera de contradicciones. Por eso tanta catatonia política.

Hace años en Damasco conocí a unas universitarias que estudiaban español y representaron para mí un fragmento teatralizado de Mujeres al borde de un ataque de nervios. La escena del gazpacho escrita por Almodóvar me pareció entonces un símbolo perfecto de que la seducción cultural es nuestra mejor aportación al progreso. En su castellano esforzado sonaba a metáfora liberadora. Esas mismas chicas, que vestían al modo occidental, me contaron que si querían hacer manitas con el novio preferían ponerse el velo y así no despertar tanta sospecha en el barrio, en el café, en el autobús. Me hizo gracia empezar a atisbar que debajo de toda represión late el anhelo de libertad, aunque sea entre las líneas de un tuit. Pensemos en ellas y en el activista Kashgari frente al miedo de tantos a dejar que corra la brisa.

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