Mis villanos (catódicos) de cabecera

El malo televisivo es una especie aparte. En primer lugar, claro está, se encuentra el tiempo de exposición: mientras un villano cinematográfico tiene una hora y media (o dos horas) para dejar su huella, los de la pequeña pantalla cuentan a su disposición con un montón de minutos en los que pueden dedicarse a cimentar su reputación. Por supuesto hay excepciones (Darth Vader tuvo más tiempo para mangonear aquí y allá por aquello de las trilogías) pero normalmente así es.

Cojamos un icono de la maldad catódica, por ejemplo J.R. Ewing. Con ese sombrero vaquero y esa sonrisa de rata estreñida; en cada episodio de Dallas dejaba un reguero de cadáveres que te hacían esperar impacientemente la siguiente entrega para ver quién iba a sufrir el tratamiento Ewing. Reconozcámoslo: disfrutábamos de su maravillosa falta de escrúpulos domingo sí, domingo también.

Otro: el mítico y bienamado Falconetti (gran William Smith). Con su parche en el ojo y esa cara perpetua de “me dais asco” le daba a Hombre rico, hombre pobre el plus de peligrosidad que necesitaba. Sin él la serie era ya una auténtica revolución por forma y fondo pero con él se convertía en un cohete, una ficción incendiaria.

He puesto dos por no extenderme demasiado pero la lista podría seguir unos cuantos párrafos. Como no es esa la idea vayamos al grano:

¿Quiénes son vuestros villanos catódicos favoritos?

Yo abriré el fuego con mis tres imprescindibles:

1) Stringer Bell en The Wire. El traficante de drogas que huye de la moral a través de sus clases de economía y que habla como si llevara un birrete y le estuvieran examinando del caballo que tiene que colocar en las esquinas para que le salgan los números. Un tipo con donaire, listo, repugnantemente atractivo y más malo que la peste. Idris Elba daba vida a Bell, un villano de campanillas capaz de matar a alguien y acto seguido declamar a Shakespeare. Un asesino natural que manda más que su propio jefe. Si ha habido algún personaje de la tele que se parezca a un guepardo ese es Stringer Bell.

2) Vic Mackey. He estado tentado de poner a Shane Vendrell (que se rompe los piños con él en The Shield) pero la cabra tira al monte y Vic es Vic. Un policía más corrupto un político con mayoría absoluta, ladrón y justiciero, todo en uno. Partidario de resolver la situación de cualquiera de las dos maneras: con la culata o con el cañón. De su pistola, naturalmente. Los problemas de su hijo, su matrimonio roto y el amor fraternal que siente por sus hombres hacen que en el fondo de nuestra alma sintamos cariño por él aunque en realidad sepamos que cuando se apagan las luces ese hombre es el mayor bastardo de la tierra. Por eso sentimos escalofríos cada vez que le atiza con la guía telefónica a algún pederasta y recelamos de cualquiera que le trate mal. Vic Mackey es un personaje construido para que sintamos el abrazo (de oso) de eso tan jodido que es la conciencia. Seguramente por eso nos sentimos tan vacíos con ese oscuro final que le depara el destino.

3) Una debilidad personal: la mayor y más imperturbable dama criminal (ejem) que haya pisado Kentucky (obviamente se admiten disensiones, que para eso estamos) se llama Maggs Bennet (Margo Martindale). Vive en Justified y es salada y dulce a un tiempo. Su mirada, entre esquiva y tristona, contribuye a hacerse una idea equivocada del sujeto, a la que una tomaría por una encantadora señora sureña cuando en realidad se enfrenta a una Medusa moderna a la que ni siquiera le hace falta mirarte para convertirte en piedra. Maggs es la quintaesencia de la banalidad del mal (aquello que la filósofa Hanna Arendt observó en Adolf Eichmann), capaz de devorar a sus hijos al estilo goyesco mientras le hacen la manicura. Mala, mala, mala. Y si no que se lo pregunten a sus enemigos, que en su mayoría o duermen el sueño de los justos o desearían dormirlo.

P.D.: Y añado un último villano imprescindible: el alcohólico y putero dueño de Deadwood, ese señor sucio, bruto y desalmado llamado Al Swearengen. Ian McShane interpretó al tipo más malhablado y barriobajero que jamás haya pisado el Lejano Oeste y su mítico “cocksucker” resuena aún en los oídos de los fans. Sí Al, te queremos.

Ahora os toca a vosotros/as separar a la típica chusma que puebla las series televisivas de los auténticos cabrones/as, los que se merecen algo más que un guiño o un par de líneas: los que aspiran a la historia.