A bordo de un avión en la infructuosa búsqueda de ‘pellets’ en el mar: 25 vuelos, cero sacos
El aeroplano ‘Rosalía de Castro’, de Salvamento Marítimo, recorre la costa española entre Portugal y Francia. La mayoría de los vertidos plásticos se concentran en la desembocadura de los ríos y provienen de tierra
En el particular cuaderno de bitácora que lleva abordo Chete Eytor, el bregado piloto del avión Rosalía de Castro-Sasemar 102, figuran más de 7.000 náufragos de pateras rescatados y cero sacos de pellets. La cifra de migrantes es solo el balance de los vuelos de apoyo que a veces piden los compañeros de Salvamento Marítimo que se ven desbordados en el sur de la Península y en Canarias. La de bolsas de 25 kilos de granulado plástico industrial es el resultado negativo de los 20 vuelos que lleva hecho el Rosalía, más otros cinco de helicóptero, a partir del 13 de diciembre, cuando la gente empezó a llamar al teléfono de Emergencias 102, a la Guardia Civil y a la policía porque las playas de Ribeira (A Coruña) habían amanecido sembradas de sacos de rafia blanca repletos de bolitas. Fue esa la fecha en la que, según fuentes oficiales, hubo constancia de que el contenedor que había caído del buque Toconao al fondo del mar —en aguas del norte de Portugal, el 8 de diciembre— se había abierto y estaba vomitando su carga de 26 toneladas (1.050 sacos), y que esta había elegido las rías gallegas como destino.
“Encontrar un saco en el mar es muy difícil, detectar los pellets dejándose llevar hacia los puntos de remanso de la costa por las corrientes marinas, imposible”, insiste varias veces durante el vuelo número 25 en busca de granza plástica Néstor Perales, jefe del Servicio Aéreo de Salvamento y Seguridad Marítima en España. Este mando del Sasemar, un organismo adscrito al Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, ha volado desde Madrid para supervisar el operativo que parte del aeropuerto santiagués de Lavacolla, donde tiene su hangar el Rosalía, con capacidad para 11 tripulantes, desde que entró en servicio en 2007, un lustro después de la catástrofe del Prestige. Además del equipo mecánico que revisa y pone a punto a diario el aparato, el personal de vuelo de la subcontrata Avincis lo integran el piloto y el copiloto, un técnico de apoyo y dos marinos mercantes que trabajan abordo como operadores de consola y van revisando en pantallas toda la información que envían la cámara y los sensores de la aeronave. El avión despega poco antes de las 10.30, después de comprobar que la meteorología da una tregua tras una noche infernal, con la borrasca Irene enfurecida y una manga marina que ha entrado en tierra levantando tejados y haciendo volar casetas y contenedores en Cambados (Pontevedra).
La tripulación del Rosalía lleva cinco años centrada en la detección de “basuras marinas”, con vuelos que permiten divisar muchos detalles, a solo 1.000 pies o 300 metros sobre el mar. Hoy, al sobrevolar las playas por debajo de las nubes, entre la zona cero de esta crisis de los pellets en Corrubedo (Ribeira) y Fisterra, en la Costa da Morte, se distinguen claramente las figuras de los voluntarios que quedan y se organizan por libre, agachados en la arena y vestidos de multicolor. También las de los grupos con chaleco amarillo o naranja que han movilizado colectivos ambientalistas, y los equipos uniformados contratados por la Xunta. En las inmediaciones, se aprecian los coches aparcados, los contenedores, y las bolsas de basura en las que se van separando los pellets y los residuos plásticos desde que se criba la arena a diario. Pero mar adentro, ni un saco. Las manchas blancas son espuma, gaviotas dejándose mecer por el agua y esas crestas a las que Perales y Eytor, en la reunión técnica de la mañana, previa al despegue, se han referido como “borreguillos”: “Hoy se esperan muchos borreguillos, por las olas de tres metros”.
El avión parte de Lavacolla cargado con 2.900 kilos de combustible, lo necesario para aguantar seis horas en el aire. Cada hora de vuelo cuesta a la Administración unos 1.600 euros, y las expediciones suelen durar entre dos y cuatro, el máximo de tiempo que se permite pilotar sin descanso, salvo cuando se buscan náufragos y están en juego vidas humanas. “Entonces se puede sobrepasar ese límite legal”, explica Eytor, el piloto que se curtió persiguiendo en helicóptero planeadoras de contrabando de tabaco y narcotráfico, en la ría de Arousa, en los 90. Desde que tomó los mandos del Sasemar-102 hace 17 años, su misión más cotidiana, en cambio, es perseguir la contaminación marina. Ayer, sin ir más lejos, la vigilancia de la costa en busca de sacos de pellets llevó al avión gallego en un viaje de cuatro horas por todo el Cantábrico, hasta la desembocadura del Bidasoa.
Si el granulado que cayó al mar desde el portacontenedores de bandera liberiana Toconao (y esas otras 160.000 toneladas que la UE calcula que se pierden en los océanos cada año) es imposible de apreciar en la inmensidad del agua salada, lo que es perfectamente visible es la basura en las desembocaduras de los ríos. Néstor Perales lo describe como “una media luna” de residuos no biodegradables que se forma en el punto donde se enfrentan el agua dulce que baja por el río y la del mar. Es la porquería sin dueño, casi siempre imposible de imputar a nadie, que viaja por todo el curso y es la sucia aportación de la actividad humana tierra adentro. La otra clase de contaminación que convierte el mar en un vertedero es la que cae de los barcos y los sentinazos, la vieja costumbre de tantos navíos de limpiar sus tripas aprovechando la soledad del océano.
En las playas, estas dos últimas semanas, los voluntarios han difundido muchas fotos de “galletas de chapapote” que han recogido de la arena y de las rocas. No son ya del Prestige, sino de otros barcos que aún limpian sus depósitos 21 años después de aquel naufragio. El principal cometido del Rosalía, en sus primeros años poscatástrofe, era perseguir los sentinazos, de día y, sobre todo, de noche. “Había una franja horaria en la que se producían muchísimos, entre el momento de la cena en los barcos hasta que los tripulantes se iban a dormir”, recuerda Perales. En la primera década de siglo, el Rosalía de Castro cazaba en vivo y en directo varios sentinazos cada jornada. Ahora, “su presencia se ha vuelto disuasoria, como las multas de tráfico”, comenta la tripulación, y en toda la costa española Salvamento Marítimo localiza solo “unos 20 al año”. Algunas fotos del último, pillado in fraganti a finales de diciembre, todavía las conserva en su móvil el piloto: una estela kilométrica de un color más pálido que el agua del mar se extiende tras la popa de un buque. “Era aceite de colza”, ilustra Chete Eytor.
“Otros aviones no, pero el Sasemar-102 tiene capacidad para detectar los vertidos de noche, algo con lo que los infractores no cuentan”, revela el jefe del Servicio Aéreo de Salvamento. El avión con base en Santiago está equipado con cámara de infrarrojos, y un sistema que lanza cuatro tipos de haces (desde ultravioleta a microondas) capaz de escrutar la mancha para discernir si se trata de una sustancia orgánica, un hidrocarburo líquido o uno sólido. Mientras el personal de las consolas va registrando toda esta información, el técnico de apoyo en vuelo dispara su cámara de fotos, con un objetivo que capta la matrícula del buque contaminante. Para poder llevar el atentado ambiental a juicio, en un mar que todo lo engulle, las fotografías de detalle son la prueba de cargo.
Pero en el caso de las bautizadas como “lágrimas de sirena”, el granulado de la industria plástica, la tarea parece una quimera de momento. El vuelo de hoy, que supervisa todo el frente atlántico entre Cabo Silleiro, al sur de Pontevedra, y Fisterra, el punto más al noroeste de A Coruña, pasando por todas las islas del Parque Nacional Illas Atlánticas y otros parques naturales como las Dunas de Corrubedo, no da tampoco resultados. En estas expediciones, el avión hace distintas pasadas a lo largo de la costa, desde la línea más próxima a tierra hasta unas 10 millas, o 18 kilómetros, mar adentro. Un portavoz oficial de Sasemar en Madrid confirma que ni en los 25 vuelos ni en las “más de 50 imágenes satelitales” se encontró ni un saco ni lo que se conoce como “islas flotantes” de desperdicios, en este caso acumulaciones de pellets. “Por su condición y su tamaño, de unos tres milímetros, viajan muy disgregados hasta encontrar puntos de remanso en las playas y los acantilados”, describe Perales.
“La localización de pellets en el mar es difícil, de acuerdo con las propias recomendaciones de la OMI [Organización Marítima Internacional], que prima la localización aérea sobre la de los buques”, abunda la fuente oficial de Salvamento Marítimo, “la recuperación en la mar, en los incidentes con pellets sucedidos hasta ahora en el mundo, no ha sido exitosa”. En este caso, detalla el portavoz, “se ha producido una recuperación accidental por parte de un buque de apoyo a bateas y dos sacos en tierra localizados por un helicóptero de la Xunta que inspeccionaba la línea costera”, una cantidad minúscula, si se compara con los sacos recuperados hasta el momento en tierra, y que esta fuente cifra entre “90 y 100″. “Aún así, seguiremos buscando”, avisa, “porque es nuestra responsabilidad”.
La cuenta incompleta de los 'pellets' arribados a la costa
Mientras colectivos del sector pesquero y marisquero, grupos ecologistas y voluntarios ultiman los lemas, las pancartas y el flete de autobuses para la manifestación en defensa del mar que tendrá lugar el próximo domingo en Compostela, el destino de bastantes sacos de 'pellets' —localizados en tierra por ciudadanos anónimos o por personal contratado— todavía no está claro. Aún no es posible saber cuánto material contaminante, de las 26 toneladas perdidas por el 'Toconao', ha sido recuperado entre las comunidades afectadas y cuánto continúa en el mar. El baile de cifras se debe a que las cuentas y la gestión corrieron primero a cargo de los consistorios y ahora es Tragsa, una empresa de la Xunta, la responsable de pasar por los municipios a retirar lo cosechado pacientemente, bolita a bolita, en la arena.
Noialimpa, el colectivo ecologista en el epicentro del movimiento que hizo que cientos de voluntarios se echasen a trabajar a las playas, armados con tamices y coladores, desde hace más de medio mes, actualiza continuamente un mapa informativo de playas afectadas y limpiezas (https://www.noialimpa.org/informacion-pellets-plastico-galicia). Por su parte, la Xunta de Galicia —que en el agua trata de encontrar sacos con dos helicópteros y 12 embarcaciones— difunde balances provisionales de recogida en las playas por parte de las “400 personas” que ha desplegado en “57 arenales de 27 municipios”. El viernes por la tarde, esta suma global era de “3.313 kilos de 'pellets' y 8.926 kilos de otros plásticos”. Fernando Abraldes, concejal de Mar de Ribeira (A Coruña), el más afectado por la marea de 'pellets' desde el 13 de diciembre, cuenta que a sus playas llegaron “84 sacos enteros”, de los que “Tragsa se habrá llevado 12 o 13″. Antes de que esta sociedad de capital público asumiese la recogida, hace unas dos semanas, “Ribeira organizó su propio plan” y los primeros sacos de rafia de 25 kilos, que llegaron a decenas al principio, “se los llevó la empresa Urbaser para destruir”. "No sabíamos lo que era", justifica el edil. Entre ellos estaban los casi 60 que rescató de las rocas del faro de Corrubedo y del oleaje que muere en la playa un solo vecino, el hostelero Rodrigo Fresco.
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