Tordesillas vuelve a celebrar el Toro de la Vega sin herir al animal en su recorrido por el pueblo
Un sistema de megafonía recordó a los participantes que no se podía dañar al astado, tal y como había dictado el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, que tumbó una nueva normativa que permitía clavarle unos ganchos con divisas
El Toro de la Vega ha vuelto a celebrarse este martes en Tordesillas (Valladolid, 9.000 habitantes), tras dos años suspendido por la pandemia, pero lo ha hecho en la modalidad de encierro que se lleva practicando desde 2016: sin matar al animal con lanzas, y sin clavarle tampoco unos ganchos con divisas, tal y como pretendía este año el Ayuntamiento y el pueblo en general. En verano se había aprobado un cambio normativo para introducir esta novedad en el festejo, pero tras una denuncia de la organización animalista PACMA, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León tumbó la nueva normativa y prohibió que el astado fuera herido en su recorrido por las calles y pinares del municipio vallisoletano. A regañadientes, finalmente el pueblo ha cumplido. Nadie ha dañado al animal este martes en su recorrido, mientras unos altavoces recordaban: “Cualquier acto de violencia sobre la res estará penada”.
Antes del chupinazo que da comienzo a la carrera del toro Manjar, de 560 kilos, el ambiente mañanero mostraba de forma clara la devoción local por su festejo. Algunos jóvenes resacosos lucían sudaderas y pancartas protaurinas, unos niños ondeaban orgullosos una bandera del Toro de la Vega y los veteranos presumían de su traje tradicional. Junto a una estatua de un enorme toro junto al río Duero, la gente se apelotonaba para ver salir al animal a partir de las 11 de la mañana y se quejaba de la resolución judicial en contra del cambio normativo para recuperar una parte de la tradición. Nieves Rodríguez, de 72 años, se indigna ante lo que siente como “una persecución hacia Tordesillas”. “Nos joden una tradición de siglos y nos llaman bárbaros y paletos”, se desahoga. Muchos como ella lamentan aquí que desde 2016 no se alancee al toro hasta matarlo y siguen sin entender que la Justicia no permita ningún tipo de daño al animal. “El toro nunca ha dicho ‘me están maltratando”, afirma Rodríguez, que esgrime la larga tradición del festejo para rechazar las acusaciones de brutalidad.
La mujer habla junto al edificio donde en 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas entre Castilla y Portugal para repartirse las zonas de navegación del Atlántico. Ese consenso entre partes contrasta con el aislamiento que muchos perciben hoy, como afirman Esther García y Genaro Ramón, de 62 y 54 años: “Todo es politiqueo, solo se acuerdan de Tordesillas por el toro”. “¿Para qué se crían si no los toros?”, cuestionan en una terraza antes de comenzar la fiesta que ven descafeinada. Juan Pedro Vega, de 65 años, analiza el panorama con su boina, vara y traje tradicional y resopla al inquirirle por la nueva normativa que ni siquiera se ha aplicado. “La ley está para todos y hay que cumplirla, pero se asume con poco gusto”, comenta, pues el mosqueo generalizado no se ha traducido en rebeldía más allá de lo verbal. Los altavoces insisten en que “cualquier acto de violencia sobre la res estará penada” y el público se contenta con mirar, con más o menos proximidad a Manjar, el avance del protagonista hacia los pinares.
El toro, que al amagar con embestir hacia unas talanqueras provoca algún revolcón y cierta tensión antes de arrollar un paraguas rumbo a los prados, tarda apenas tres minutos en alejarse del gentío y ser perseguido a caballo. Juan Barragán, de 46 años y muchos torneos en su historial, mira con resignación lo que cree “quitarle la esencia”. El hombre, aunque entiende que no se permita la muerte alanceado del morlaco, sí reivindica que haya un campeonato y se le puedan clavar las divisas. “Es lo que hay”, zanja.
Los más jóvenes muestran diferencias hacia la evolución de la fiesta y en general asimilan mejor las nuevas normas. J.N., una adolescente de 16 años que pide no dar su nombre, explica que a ella no le gusta el fútbol y no va al estadio, pero que no por ello pide que lo prohíban. “Si antes no había problema, ahora tampoco”, argumenta, defendiendo que se haga como siempre, aunque a falta de pan bueno es encierro: “Mejor esto que nada”.
Manuel Rodríguez, de 26 años, desayuna junto a dos amigas unos regalices y una caña sentado cerca del recorrido. “Las fiestas tienen que evolucionar, como todo”, admite el joven, que entiende que la gente mayor o quienes “maman el Toro de la Vega en casa” rechacen tales progresos. “Está bien que dejaran de matarlo porque se acabó la polémica”, comenta, y critica el “centro mediático antitaurino” en el que se convierte Tordesillas pese a que la tauromaquia se practica en muchos otros lugares que no generan tanto revuelo. Una camarera que solicita anonimato insiste en esta vía y cita los toros enmaromados a quienes se les ponen llamas en los cuernos u otros festejos: “Yo no soy nada taurina, pero anda que no hay fiestas con toros”. Para ella también hay “mucha política” sobre este caso que provoca que “la han tomado con los del pueblo”.
La modalidad del encierro cuenta con partidarios, con reservas, entre quienes disfrutan del mundo taurino, como Adrián Carretero, que con 23 años lleva tatuado un astado en su pierna. “Antes era mucho más corto porque lo mataban antes, ahora puedes observar más y está chulo”, sostiene el joven, que entiende el enfado de los más clásicos porque “las tradiciones hay que respetarlas”. A su juicio, la prohibición de 2016 de matarlo en público y la negativa actual a clavarle divisas supone una amenaza porque “lo malo es que comenzamos con esto y luego acaba desapareciendo”. Muy cerca de él, una pintada en un muro pide en vano: “Sí a la lidia del Toro de la Vega”, una demanda que choca con las leyes autonómicas y la justicia, que obligan a que Tordesillas deba buscar, para el año que viene, otra modalidad que no suponga maltrato pero que guste más que el simple encierro.
Una vez el toro se ha dirigido hacia los pinares, comienza el éxodo hacia los bares, que sirven torreznos, cervezas, vinos y demás manjares no astados. Un niño, inocente él, pregunta a su padre si tras el festejo “van a volver a meter al toro en el camión” del que salió. El adulto responde con evasivas. El futuro inmediato de Manjar se encuentra en un matadero, por mucho que se haya librado de las lanzas y los garfios.
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