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Los tiburones invisibles del Mediterráneo

La mitad de los ejemplares de tintorera captados con cámaras trampa en Baleares vive con un anzuelo clavado

Un ejemplar de tintorera capturado mediante un palangre en agua de Mallorca. Foto: Archivo Fernando Garfella
Carlos Garfella Palmer

Expedicionarios en un velero bajo una gran luna de alta mar, un sangriento trozo de atún sumergido con cabos… y una semana por delante para tantear el olfato del tiburón. No es una escena de una novela de Jack London, sino el habitual método, la mayoría de veces sin resultados, que expertos y aventureros del mar utilizaban para conseguir una imagen cada vez más difícil: la de los últimos escualos del Mediterráneo balear. El animal, alertan los expertos, roza la desaparición en algunas especies. “Se trata de una extinción que no se ve”, sintetiza Claudio Barría, biólogo marino del Instituto de Ciencias del Mar en Barcelona y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

La última evaluación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), de 2016, cifra la reducción de la tintorera mediterránea entre un 78% y 90% durante los últimos 30 años. El estudio Loss of large predatory sharks from the Mediterranean Sea, de 2008, estima que el declive de los tiburones mediterráneos puede alcanzar en algunos casos más del 90% respecto de las poblaciones pelágicas (las que viven en aguas cercanas a la superficie) de la mitad del siglo XX.

En el Mediterráneo viven aproximadamente 44 especies distintas de tiburones, que van de los 40 centímetros de longitud hasta los 11 metros. La inmensidad del mar, la falta de métodos técnicos para documentar sus comportamientos y la opacidad que siempre ha caracterizado al mundo de la pesca son algunas de las razones, dicen los expertos, que han dificultado la investigación de algunas especies como el marrajo o el tiburón blanco.

“El mar… siempre el gran desconocido”, resume Agustí Torres, documentalista mallorquín y presidente de Shark Med, una organización que a través de un novedoso sistema de fototrampeo ha demostrado que la mitad de las tintoreras (Prionace glauca), el tiburón más reconocido de las islas y que en su edad adulta puede sobrepasar los dos metros, vive con algún anzuelo clavado. Estas cifras se asemejan a las del tiburón tigre en la Polinesia Francesa, donde el 40% vive con un anzuelo clavado, según otro estudio de 2020.

“Necesitábamos automatizar otro sistema para facilitar la recogida de datos de tiburones mediterráneos”, explica por teléfono Torres. En 2018, logró junto al veterinario Eric Clua, investigador en el CRIOBE (Centro de Investigaciones Insulares y Observatorio del Medio Ambiente) en la Polinesia Francesa, perfeccionar un sistema con una tabla de surf, placas solares y un tambor de lavadora. Funciona de la siguiente manera: en la parte inferior de la tabla hay enganchada una cámara submarina y en la parte superior placas solares para recargar su batería. El aparato transmite en directo las 24 horas. Mientras, el tambor de lavadora con restos de atún en su interior esparce lentamente la sangre por sus orificios. “Entonces, el tiburón detecta el olor y se acerca. Puede tardar días en llegar. De ahí que sea tan importante haber logrado un sistema con el que poder mantener la batería cargada”, explica Torres. Durante los últimos cinco años, el sistema ha estado 169 días en el mar, durante los cuales ha conseguido registrar a 23 tintoreras en diferentes puntos de las islas.

Un mar de leyendas y silencios

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La tintorera, envuelta por un magma de leyenda y cierto temor infundado entre los isleños, está declarada como especie en peligro de extinción en el Mediterráneo y de vulnerabilidad en todo el mundo a causa de la sobrepesca. Con todo, la legislación española no la protege y hoy en día es muy fácil comprar un filete de su sabrosa carne en cualquier pescadería de barrio.

Solo en España, se pescan alrededor de 40.000 toneladas cada año, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés). “Una cifra altísima y preocupante si se tiene en cuenta que se trata de una especie en peligro”, sintetiza Barría. El biólogo recalca también la dificultad para detectar tiburones, también en el litoral catalán. En verano de 2020, el también director de la asociación CatSharks, consiguió nadar junto a un ejemplar. “Realmente tuve mucha suerte porque hay gente que sale 30 veces y solo encuentra un día…”, añade.

Históricamente, la densidad de la población de tintoreras se ha calculado a través de los desembarcos de ejemplares de los barcos faeneros. Lo mismo que ocurría antiguamente con los tiburones blancos, una especie de la que poco o nada se ha vuelto a saber desde la década de los setenta: entre 1920 y 1976 se capturaron al menos 27 ejemplares de la temida especie en zonas como Cap Regana, Port de Sóller, cala Murta o Ses Caletes de Cap Pinar, en la costa oriental. Desde entonces, su presencia en las islas solo se ha logrado documentar por mordeduras a delfines y atunes. Una de las últimas evidencias se obtuvo en 2019, tal y como publicó EL PAÍS, cuando unos pescadores hallaron un colmillo entre sus redes de pesca.

Aparte de las capturas de la flota profesional de pesca, fuentes del sector añaden el impacto invisible de la pesca recreativa. Tras capturar a algún ejemplar, estos aficionados suelen liberar a los escualos cortando el sedal, dejando al animal a menudo herido de muerte. En 2018, se logró documentar un caso, cuando un cámara submarino recibió un soplo de un pescador. Este había pecado una pequeña tintorera en un palangre, un arte de pesca tradicional, y la había dejado enganchada a varias millas de la costa. El documentalista acudió a la coordenada, avistó al animal y, antes de liberarla, grabó su agonía, la misma que ilustra este reportaje. Torres resalta la importancia de que este tipo de fotografías salgan a la luz. “Hacen visible lo invisible”, dice.

Bucear con escualos

Los ejemplares de tiburón detectados por el sistema de fototrampeo de SharkMed han medido entre 1,7 metros y 2 metros de largo. Normalmente, cuando el animal se acerca a la tabla atraído por la sangre, deambula en torno a ella entre 5 y 7 horas. Aunque hay ejemplares que han llegado a estar hasta 45. De esta manera, le pueden extraer muestras de ADN y aprovechar para bucear con él. “Con esto también queremos demostrar a la sociedad que la tintorera no es un animal peligroso”, dice su impulsor, Agustí Torres. 

Las tablas se anclan en diferentes puntos de la costa, dependiendo de la profundidad de sus aguas. Mientras en el litoral de Sóller, en el noroeste de Mallorca, se han detectado ejemplares a solo cuatro millas de tierra, en Cala Ratjada, el extremo más cercano a Menorca, los dispositivos se instalan a más de 10 millas. Los resultados demuestran que la peor estación para observarlos, dada la temperatura del agua, es el verano. 

El siguiente paso, explica el documentalista, sería lograr monitorizar a las tintoreras a través de geolocalizadores, como se hace con las tortugas, para poder estudiar así sus travesías. Pero aparte de lo económico (cada una de ellos cuesta en torno a 3.000 euros), el problema es que este animal no suele acercarse a la superficie, lo que dificulta mantener la señal GPS. 

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Sobre la firma

Carlos Garfella Palmer
Es redactor de la delegación de Barcelona desde 2016. Cubre temas ambientales, con un especial interés en el Mediterráneo y los Pirineos. Es graduado en Derecho por la Universidad de las Islas Baleares, Máster en Periodismo de EL PAÍS y actualmente cursa la carrera de Filosofía por la UNED. Ha colaborado para otros medios como IB3 y Ctxt.

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