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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Victimismo valenciano y nuevo gobierno

Sánchez debe facilitar a Puig que rompa con su discurso en el que lleva anclado una legislatura y nueve meses.

Amparo Tórtola
Pedro Sánchez y Ximo Puig, en mayo de 2016.
Pedro Sánchez y Ximo Puig, en mayo de 2016.JAVIER LIZÓN (EFE)

Estanislao Figueras y Moragas fue presidente de la I República española entre febrero y junio de 1873; a qué punto de hastío no llegaría aquel buen hombre que, como recordaba hace unas semanas en un tuit Arturo Pérez Reverte, antes de dimitir y largarse al exilio francés, coronó su intervención en un Consejo de Ministros con la siguiente y rotunda frase: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”

Las recientes intervenciones parlamentarias con motivo del debate de investidura presidencial me provocaron el mismo hartazgo que el experimentado por aquel republicano federal. En mi caso, por cuestión de género, hasta los ovarios.

El filibusterismo, táctica original de piratas y bucaneros, se ha adueñado de los usos parlamentarios y es una tortura para los que, por obligación y/o devoción, nos chutamos en vena de manera cotidiana los debates políticos en los que, en teoría, se debate sobre asuntos que conciernen a nuestro futuro como colectividad.

Habemus presidente. La elección de Pedro Sánchez como jefe del ejecutivo nacional pone fin a una larga etapa de interinidad y abre otra de duración insospechada. Los apocalípticos, situados, según se entra, a la derecha del hemiciclo, ya han hecho sus predicciones y las alimentan a diario con una retórica inflamada que invita a cubrirse la cabeza y buscar refugio. En dos años, nueva convocatoria electoral, pronostican. Los integrados -con asiento en el Gobierno o prestando condicionados soportes a este- defienden una batería de propuestas y compromisos que exigirían más de una legislatura de cuatro años para ser satisfechos.

La formación del nuevo Gobierno presenta, a priori, dos beneficios y una consecuencia. Entre los primeros, el fin de la interinidad ya reseñada y, merced al acuerdo con los soberanistas de ERC, la ruptura del llamado bloque unilateralista catalán. A ver cómo gestiona la alegre muchachada de nuestros vecinos del norte el nuevo contexto.

La consecuencia afecta directamente al bloque de la derecha española. Vox solo se moverá de su posición -bien fijada electoralmente- para desplazarse aun más hacia el extremo del arco que le define. El problema lo tienen el PP y C’s. Los de Pablo Casado e Inés Arrimadas deberán decidir si se enrocan en posiciones inmovilistas o, por el contrario, evolucionan hacia perspectivas reformistas homologables con los grandes partidos conservadores europeos. La lideresa del PP valenciano, Isabel Bonig, parece decantarse hacia la segunda opción, con timidez y sin grandes aspavientos, a la espera de que su líder nacional fije doctrina con claridad. No vaya a ser que yerre.

En la retaguardia de ese amplio espacio político observan y esperan figuras como la del ex primer ministro francés y candidato a la alcaldía de Barcelona por C’s, Manuel Valls. No debemos descartar la irrupción de nuevas siglas que atomicen, todavía más, el fraccionado bloque de centro derecha. Existe un mercado electoral agregado por ciudadanos que sienten la orfandad de no sentirse representados por ninguna opción política encuadrada en dicho bloque.

En el Consell autonómico presidido por Ximo Puig y controlado de cerca por Mónica Oltra -asistidos en las bandas por Martínez Dalmau- se ha saludado con entusiasmo la formación del nuevo ejecutivo nacional. Por las venas de ambos gobiernos circula similar savia política. El frenesí inicial se puede ver ensombrecido si Sánchez, sus cuatro vicepresidentes y la retahíla de ministros que les acompañarán no muestran en breve la sensibilidad precisa hacia la llamada agenda valenciana, título endosado al abanico de reivindicaciones históricas largo tiempo requeridas y sucesivamente desatendidas por PP y PSOE.

Lo del nuevo modelo de financiación autonómica va para largo, por más que Pedro Sánchez comprometiese su palabra con Joan Baldoví a cambio de su voto y ello le obligue a presentar un borrador para el próximo mes de septiembre.

El termómetro más inmediato que medirá la influencia valenciana en el nuevo ejecutivo se llama proyecto de Ley de Presupuestos Generales del Estado. A ver si, por fin, se reconoce en los mismos las necesidades valencianas y abandonamos el estatus de víctimas. Daniele Giglioli señala en su ensayo Crítica de la víctima (Herder Editorial, 2017), que esta “es irresponsable, no responde de nada, no tiene necesidad de justificarse: es el sueño de cualquier tipo de poder”. Hay que facilitar al Gobierno del Botánico II que rompa con el discurso victimista en el que lleva anclado una legislatura y nueve meses.

Hoy, domingo, conoceremos la composición definitiva del nuevo consejo de ministros. No, Mónica Oltra no ocupará cartera ministerial, ni tampoco la consellera Graciela Bravo. Ya les gustaría a unos cuantos verlas subirse al AVE camino de Madrid.

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