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La música como trabajo, técnica e inspiración

Marianna Prjevalskaya se muestra en A Coruña con el ‘Concierto nº 2’ de Saint-Saëns como una pianista en espléndida sazón

Marianna Prjevalskaya al piano en una imagen cedida.
Marianna Prjevalskaya al piano en una imagen cedida.

El concierto de la Orquesta Sinfónica del Galicia (OSG) del pasado viernes fue de los llamados a permanecer por mucho tiempo en la memoria de sus abonados. Especialmente por lo que hace al trabajo de la solista y el director invitados, la pianista Marianna Prjevalskaya y Clemens Schuldt y al rendimiento que este habitúa a lograr de la orquesta gallega.

Prjevalskaya rgresaba al escenario del Palacio de la Ópera de A Coruña, seis años y medio después de sacar petróleo del menos interpretado (con razón) de los conciertos que Piotr Ílich. Chaikovski (1840 - 1893) escribió para su instrumento. En este tiempo, el trabajo de la pianista de origen ruso ha madurado hasta encontrarse en una espléndida sazón en todos los aspectos: su técnica –una herramienta siempre poderosa en sus manos- ha aumentado esa falsa sensación de facilidad solo al alcance de los mejores que ya exhibía en su anterior comparecencia ante el auditorio coruñés.

Pero es en su sólida idoneidad interpretativa donde se puede apreciar esa maduración a la que solo se llega con gran calidad como intérprete e infinitas horas de estudio y práctica. Y así, todas las mejores cualidades del Concierto nº 2 en sol menor, op. 22 de Camille Saint-Saëns (1835 - 1921) fueron aprovechadas y puestas de relieve por Prjevalskaya.

Esto fue evidente desde los primeros arpegios de la cadenza inicial del concierto en los que mostró su técnica, con un gran poderío sonoro que dota de texturas matéricas a sus fortissimi. Pero asimismo con un legato de tal fluidez que le permite una sutileza expresiva en los pasajes escritos con el llamado jeu perlé. Es aquí donde sus manos vuelan sobre el teclado con tal delicadeza y brillantez que el ánimo del oyente no puede por menos de verse como transportado a paisajes de aguas claras de manantial iluminadas por un sol de primavera.

La gracia del Allegro scherzando estuvo en sus diálogos entre ambas manos y la alternancia de rotundos acordes con escalas luminosas como cielos poblados de estrellas fugaces, antes de esos acordes finales que fueron dos auténticas delicatesen. El vértigo inicial del Presto final fue el principio de un movimiento en el que Prjevalskaya volvió a demostrar cómo se extrae la verdad de una partitura y todas sus cualidades musicales: con cualidades técnicas y grandeza de espíritu.

La más que merecida ovación del público al final del concierto, que fue realmente intensa, se tornó inmensa tras el regalo que Prjevalskaya ofreció al público de a Coruña. Tocó una obra propia, Valse à la manière de Ravel, en la que tras la huella de la figura del compositor vascofrancés pareció asomar la sombra de ese Chopin del que es grandísima intérprete la pianista y compositora. Clemens Schuldt y la Sinfónica hicieron un acompañamiento a la gran altura de la interpretación de esta, mostrando la calidad del alemán y toda la ductilidad de que es capaz la orquesta gallega.

El concierto había empezado con Tres pinturas velazqueñas, de Jesús Torres (n. 1965), obra ganadora del VII premio de composición AEOS - BBVA. Inspiradas en -pero no descriptivas de- tres obras del universal pintor sevillano; La Venus del espejo, Cristo crucificado y El triunfo de Baco. En el primer cuadro destaca la sutil sonoridad de la orquesta, entre vaporosa y textil, desde la que emanan algunos brillos antes de su rutilante final.

Muy contrastada con el final anterior, el inicio del Cristo crucificado tiene tempo y carácter procesional y un color orquestal que transmite la oscuridad del fondo del cuadro al que Unamuno dedicó su famoso poema en “verso blanco”. Sobre este fondo, marcado con rítmicos y precisos lamentos del timbal, se elevan momentos de dolor apenas contenido que fueron muy bien expresados por Schuldt.

La fiesta báquica que refleja el cuadro de Velázquez fue expresada como un movimiento festivo lleno de una contradicción que podría expresarse como un caos bien ordenado. Movimiento festivo bien expresado por el conjunto orquestal con especiales intervenciones de la sección de trompas y de una rica percusión servida brillantemente por un Alejandro Sanz multiplicado. Aquí se demostró cómo la limitación que imponen las bases del concurso sirve de cauce a la inspiración y oficio de Torres y al mucho y buen trabajo de Sanz.

La Sinfonía nº 1 en si bemol mayor, “Primavera”, op. 38 de Robert Schumann (1818 - 1856) tuvo una gran interpretación por parte del director alemán. La dirigió de memoria, con excelente sentido de la anacrusa -esa anticipación del gesto a lo demandado-, precisión y muy bien matizada expresividad. El fulgor solar de su inicio a cargo de los metales ya hizo presagiar la brillantez que la recorrería de principio a fin.

La serenidad del Larghetto, la fuerza impregnada de gracia del Scherzo y sus Trios -con el misterio en el primero de ellos- precedieron a un precioso Allegro animato e grazioso en el que destacó la intervención de los dos oboes, David Villa e Iria Folgado, que fueron una muestra del placer de hacer música en grupo. Gran concierto previo al parón de cuatro semanas en el abono de los viernes. Toca esperar; paciencia.

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