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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Gatopardo catalán

La CUP afeará en las elecciones del 10-N a JxCat y ERC que su orgullo sea más fuerte que su miseria para evitar más rectificaciones públicas de unos contrincantes temerosos de ser considerados traidores

Josep Cuní
Los diputados de la CUP abandonan el Parlament, el 26 de septiembre.
Los diputados de la CUP abandonan el Parlament, el 26 de septiembre. ALBERT GARCIA

Uno de los legados que nos dejó el PSUC fue su capacidad de influencia en territorios ajenos. Aquel viejo Partit Socialista Unificat de Catalunya, cuyo recuerdo suscita en algunos tanto prestigio como nostalgia, murió víctima de la moda de los cambios aparentes en época de cambios reales. De la ya superada necesidad marcada por Lampedusa en El gatopardo de que “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Hoy, mientras el recuerdo de la formación de Gregorio López Raimundo, Antoni Gutiérrez Díaz y Rafael Ribó se difumina entre las brumas del ayer, hay que reconocer su herencia en los códigos políticos y culturales que marcaron a Cataluña durante cuarenta años. Por la sagacidad de sus intelectuales y la capacidad de su estructura, por su infiltración en un tejido social transversal y su crédito en la definición de los cánones establecidos, el socio catalán del PCE de Carrillo consiguió marcar pautas y conductas, principios y criterios que acabaron acatando incluso sus rivales más directos para orgullo y desesperación simultánea de sus inductores. Así se lo reconoció Pujol cuando ya no le hacía sombra.

Pasado aquel largo periodo e internados en el ciclo independentista, algo parecido podríamos decir de la influencia que el relato de la CUP tiene en los otros dos partidos que pugnan por capitalizar el procés. Tanto la mayoría de expresiones, lemas y consignas como la incapacidad demostrada para recapitular, a pesar de muchos pesares, de ERC y de Junts per Catalunya, también tiene que ver con la alargada sombra de las Candidatures de Unitat Popular. Ellos, en cambio, desde su coherencia aparentemente inquebrantable, se limitan a marcar un camino que saben que el resto de idealistas seguirá. El ejemplo más reciente lo tuvimos la semana pasada en el Parlament. La bronca en el hemiciclo entre Ciutadans y el bloque independentista, tan comentada como vergonzosa, tuvo una previa que se diluyó como un azucarillo en un vaso de agua por la fuerza y el impacto de los fondos y las formas. Recordémoslo rememorando las crónicas de la sesión.

Los últimos estertores del Debate de Política General transcurrían entre el tedio parlamentario y el sopor de la sobremesa. Salta la noticia de que el juez de la Audiencia Nacional manda a prisión provisional a los siete detenidos acusados de presunta pertenencia a organización terrorista y tenencia de explosivos. El diputado Carles Riera pide la palabra y comenta que “ya tenemos dieciséis presos políticos” mientras solicita la suspensión del pleno y convocar a la junta de portavoces para que los grupos puedan responder a “esta situación de excepcionalidad”. Roger Torrent no accede y los cuatro diputados anticapitalistas abandonan el hemiciclo. Un rato después, y viendo la magnitud de la tragedia que se estaban perdiendo, dirigentes de ERC y JxCat se apuntan a la reclamación denegada y es, desde ese momento, que la cámara nos deja la escena de la discordia. Provocadores y provocados se enzarzan en una batalla verbal de la que, quien más y quien menos, ha sacado sus propias conclusiones. Pero que en aquel ardiente debate la CUP ya no estuviera presente no significa que no hubiera sembrado su semilla. Por miedo a no ser menos, a perder comba, votos o posición, los partidos del gobierno se sintieron empujados a subir su tono.

Observando la manifestación del martes, esa influencia también era obvia. Señoras que peinan canas, elegantes y educadas que uno deduciría que fueron votantes del pujolismo de ley y orden, clamaban que se marcharan las fuerzas de ocupación porque las calles serán siempre suyas. Jóvenes todavía imberbes entonaban eslóganes contra la dictadura franquista de la que apenas podían haber leído nada. Por la mañana, en el acto institucional del Govern, buena parte del discurso del president Torra bien podría haberlo escrito un cupaire. Por no decir de su alocución la tarde anterior inscribiendo el 1-O del 2017 como la fecha fundacional de la república catalana. Hoy sabemos cuándo se fundó el futuro mientras seguimos ignorando como sortear el presente. Y. por supuesto, cómo nos llevarán hasta la arcadia feliz.

Pero el relato queda. Y se potencia en un momento de respiración contenida ante la sentencia que todo lo removerá pero poco cambiará, porque la campaña electoral capitalizará los ánimos encendidos para intentar canalizarlos en votos. Allí volverá a emerger la CUP, ahora dispuesta a batallar también para el Congreso, evitando así rectificaciones públicas de unos contrincantes temerosos de ser considerados traidores. Y, como en el Gatopardo, los anticapitalistas les seguirán afeando que su orgullo es más fuerte que su miseria.

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