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La música es también un recuerdo

La programación musical de las fiestas ha combinado la memoria con propuestas de futuro

En la imagen, un momento del concierto con Enric Casases.
En la imagen, un momento del concierto con Enric Casases. Massimiliano Minocri

Si no fuese porque de sólo hace treinta años, podríamos decir que el BAM se despidió de La Mercè 2019 recordando sus ancestros. Llegaron desde Leeds, se llaman The Wedding Present, y en un acto cada vez más recurrente en el mundo del pop, acechado por su propia memoria con el consecuente regocijo en su pasado, el cumpleaños de Bizarre, treinta ha cumplido el álbum, fue uno de los puntos centrales de la última noche de fiestas. Los que llegaron para cambiar el mundo, todos los jóvenes lo han pensado, pocos han logrado que el mundo no les cambie a ellos, aquellos que saltaron a la fama con George Best, un disco basado en una ruptura emocional, como explica detalladamente el documental Something Left Behind, volvían a Barcelona con las canciones de su segundo disco para de nuevo acalambrar con sus guitarras nerviosas y sus melodías de juventud inquieta. No podrá decirse que parecía no haber pasado el tiempo, pero sí afirmar que David Gedge, líder de un grupo por el que han pasado casi 20 miembros en sus diferentes etapas, aún mantiene el nervio que un día le permitió dolerse alegremente en público.

A partir de este punto de la noche, el baile se enseñoreó de los escenarios del BAM, particularmente con Charlotte Adigéry, una belga de origen caribeño que desdibujó los perfiles tradicionales de canción para plantear una especie de sesión continua en la que los ritmos podían alcanzar los 120 bpm's (para entendernos, número de acentos rítmicos por minuto). Este escenario, Joan Coromines, ha visto renovada su estructura este año y ya es técnicamente un escenario más que competente. Más tarde, en la contigua Àngels la electrónica del dúo holandés Weval cerró el BAM, un festival dentro de la Mercè que este año ha coronado lo iconoclasta con Conan Osiris, todo un personaje, María José Llergo, si nada se tuerce se oirá hablar de esta cantaora más allá de los circuitos de los enterados o Duckwrth, un excitante rapero californiano. En realidad se ha hecho justicia al cartel de las fiestas, protagonizado por una persona negra de la misma manera que la música negra en todas sus variantes ha pautado la música del BAM, el festival de las descubiertas, y de buena parte de la Mercè.

Por lo que hace a la hermana mayor del BAM, la programación general de la Mercè, ha vuelto a poner las cosas en su sitio. Pau Riba recibió su homenaje al Dioptría en un concierto que resultó mucho mejor que el ofrecido el pasado mes de abril en Barnasants. También recibió su homenaje el poseedor de la rauxa pausada, como definió Sisa a Pascal Comelade, quien se despidió de los escenarios en la Catedral en un concierto tan juguetón como popular, con esos sonidos hundidos en la tradición pero tocados con el frágil e iconoclasta espíritu infantil. De igual manera el guitarrista flamenco Chicuelo fue profeta cerca de su tierra, él es de Cornellá, y Baloji, en el Moll de la Fusta, escenario que este año han compartido Mercè y BAM al no disponerse del de Rambla del Raval, evidenció la pujanza del hip-hop africano. Como despedida, una espléndida Melanie Di Biasio, sustituta de Oumou Sangare, cerró la Catedral con un concierto soberbio de artista contenida y dominadora capaz de atreverse con el I'm Gonna Leave You de Nina Simone. Por su parte, el previo concierto de Luis Pastor dejó en el aire la sospecha de que por mucho que la historia se repita, Pastor es censurado hoy igual que durante el franquismo, la evolución de la música no cesa, por lo que aferrase a formas que tuvieron sentido manteniendo formalmente un discurso de protesta setentero sólo conduce a que las nuevas generaciones consideren el pasado como una batallita de sus abuelos. El arte de Pastor es legítimo, pero su utilidad no va más allá de los ya convencidos.

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