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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La censura como tic nervioso

Si el arte fuera un gato, la política sería el perro. Juntarlos no es del todo recomendable

El cantautor extremeño Luis Pastor, en una imagen de archivo.
El cantautor extremeño Luis Pastor, en una imagen de archivo.EFE

La censura política es una aberración democrática. Podría volver a escribirlo o hacerlo con mayúsculas pero creo que la idea queda bastante clara. Cuando la política hipertrofia su ideología, se convierte en religión. Y donde hay dogmas no hay razón. Si el arte fuera un gato, la política sería el perro. Juntarlos no es del todo recomendable. Los gatos son muy especiales y la política puede alcanzar grados muy peligrosos.

El arte supone uno de los mayores tesoros que tenemos. Un tesoro que, por cierto, anda escondido. Sólo unos pocos son capaces de desplegar el mapa del talento, sólo unos pocos son capaces de ir encontrando joyas ocultas en forma de composición musical, de poema, de danza, de escultura…

Nadie tiene garantizado el derecho a ser artista, que no es lo mismo a que los artistas no tengan derechos. No existe el derecho a ser capaz de crear. Es mentira que Einstein dijera “todo el mundo es un genio”. Seamos serios a la hora de tildar a alguien como artista o a algo como artístico. Y lo mismo digo con los políticos y la política. No todo vale. Hay por ahí demasiado latón pretendiendo ser oro.

De siempre los ayuntamientos han contratado a músicos para sus fiestas municipales, de distrito, de barrio. Este mecenazgo público resulta esencial pues permite a los ciudadanos acceder a conciertos de manera asequible. Recuerden que por cada artista contratado hay cien que se quedan fuera. El problema estriba en plantearse la selección o el rechazo en función de un manual de simpatías/antipatías morales. Cuando la política entra hasta la cocina del arte, el suflé creativo se pincha y la monocromía lo inunda todo.

Creo sinceramente que no hay mejor apuesta desde la política local que buscar la concordia a la hora de contratar músicos para las fiestas. No veo mayor problema en este asunto salvo que se quiera imponer a la población un modelo artístico-ideológico afín al de quienes gestionan el poder. Resulta paradójico que aquellos que se rasgan las vestiduras con determinados cantantes suelen luego lavarse las manos con otros.

El político que juega a sacerdote debe hacerlo hasta las últimas consecuencias. No se pueden poner vallas morales a un lado de la corrección y dejar la zona contraria sin controles. A mí, por ejemplo, tanto asco me dan los que construyen odas al machismo en la letra de sus canciones como los que ensalzan a los terroristas de ETA. Seleccionar no es censurar. Don't become a monster to defeat a monster, que diría Bono. Todo con moderación, hasta la moderación. Hablamos de fiestas locales, pensemos en la gente. Pasárselo bien no es un derecho, pero casi.

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Mar Espinar es concejala socialista de Cultura del Ayuntamiento de Madrid

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