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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nunca acorrales a un nihilista político

Sánchez ya debería saber que no hay peor idea que la de acorralar a Iglesias; si hay repetición de elecciones, el PSOE tendría más responsabilidad política porque tiene más margen de maniobra

Pedro Sánchez recibe a Pablo Iglesias en La Moncloa.
Pedro Sánchez recibe a Pablo Iglesias en La Moncloa.Samuel Sánchez

Voy a suponer, tal vez ingenuamente, que las acciones emprendidas por Pedro Sánchez tras las elecciones generales no formaban parte de una sofisticada comedia destinada a repetir elecciones para intentar la fagocitación de Podemos.

Voy a suponer que Sánchez, ante la canción que alguien parece estar susurrándole al oído —“a mí me salen los números, Pedro, si Podemos aparece como intransigente”—, tuvo un sano ataque de escepticismo y no quiso arriesgarse a que la frágil minoría de la derecha (ya que esto es lo que está en juego, no una inexistente mayoría de izquierda) dejara de serlo en unas nuevas elecciones.

Un sector de Podemos propone investir a Sánchez quedándose fuera del Gobierno para controlarlo

Abandonando un rato mi espíritu shakespeariano, voy a suponer, en fin, que las negociaciones con Podemos para la investidura fueron y están siendo genuinas. De ser así las cosas, a Pedro Sánchez se le debería haber notado menos que sabía que Podemos solo podía tener una actitud razonable, por más dolor que le cause a Pablo Iglesias: apoyar la investidura básicamente a cualquier precio, lo cual es tanto como investir a Sánchez incluso a cambio de nada. Y a Iglesias le convendría disimular un poco que entre el dolor y la nada, él, a diferencia de Faulkner, no tiene demasiado problema en elegir la nada.

Con esto no estoy sugiriendo que las responsabilidades ante un fracaso definitivo de las negociaciones se repartan de forma equitativa entre PSOE y Podemos. Si hay repetición de elecciones, el PSOE tendría más responsabilidad política, ya que es quien tiene más margen de maniobra. Y, además, sería más responsable del fracaso porque a estas alturas —tras lo ocurrido en 2016—, Pedro Sánchez ya debería saber que no hay peor idea que la de acorralar a Iglesias, alguien que al inclinarse por la nada hace visible su adhesión a un raro tipo de nihilismo político.

Voy a suponer que las acciones de Sánchez no forman parte de una comedia destinada a repetir elecciones

Digo todo esto, recuérdese, suponiendo que la voluntad de negociar por parte del PSOE fue siempre transparente y que la canción del “a mí me salen los números, Pedro” quedó para el disco de rarezas.

Pero que Sánchez tenga más responsabilidad no quiere decir que su papel para salir del laberinto en el que está metido no sea difícil. (Una vez me contaron el truco para salir de cualquier laberinto. En realidad no es un truco, es pura lógica, y mucha gente seguramente ya lo conoce. No lo voy a revelar aquí porque, en cualquier caso, del laberinto en el que están Sánchez e Iglesias no se sale con pura lógica, sino con algo más sutil o por lo menos más inexacto).

Hay algo que debería haber sido imprescindible en el enfoque de Sánchez para salir del laberinto y que seguirá siéndolo si se repiten los resultados electorales. Sánchez debería convertir el hecho de que Podemos solo tiene una alternativa razonable —prestar apoyo a la investidura— en el punto de partida de la conversación, no en su final. Mi impresión, tratando de leer entre líneas las declaraciones de los dirigentes del PSOE y de Podemos, es que las conversaciones de la negociación se precipitan demasiado rápido hacia esa áspera e inevitable circunstancia. No hay necesidad de recordarle permanentemente a Podemos que tiene esa espada de Damocles sobre la cabeza. Una vez asumida esa premisa, se abre un abanico de opciones interesantes.

En particular, la que propone el sector anticapitalista de Podemos me parece valiosa y digna de ser llevada a la práctica. Se trataría de investir a Sánchez quedándose fuera del Gobierno pero haciendo que Sánchez se comprometa a una serie de iniciativas legislativas de calado social. Esto daría pie a tres cosas.

Permitiría condicionar y en cierta medida controlar desde fuera al Gobierno, obligándolo a mirar hacia la izquierda en el Congreso ya que, a pesar de que algunos todavía sueñan con que C’s apoye a Sánchez, la alocada carrera entre las derechas condena a Rivera a abandonar el centro también en sede parlamentaria. Además, esta opción encaja bien con el espíritu del 15-M, que veía con sospechas a los políticos que se conducían priorizando cargos institucionales.

Y, por último, actuaría como un aparato de rayos X. Si el PSOE rechazara la oferta que le permite tener todo el poder ejecutivo (aunque fuera con algunas incomodidades parlamentarias, del todo asumibles para un partido que se dice socialdemócrata), algunos nos sentiríamos legitimados para recuperar nuestro espíritu shakespeariano; quedaría así revelado que las negociaciones fueron siempre una comedia para consumir tiempo hasta la potencial tragedia de una nueva convocatoria de elecciones.

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