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Homenaje a Gila, el miliciano del humor

El Instituto Quevedo de las Artes del Humor le rinde tributo en el centenario de su nacimiento con una exposición

Alcalá de Henares -
Gila, en una imagen promocional de 1963 con su perro, 'Cinco'.
Gila, en una imagen promocional de 1963 con su perro, 'Cinco'.BLACKIE BOOKS

Pocos humoristas en la historia de España han alcanzado la dimensión de Miguel Gila (1919-2001). Presente en el imaginario colectivo con ese uniforme militar y ese teléfono: “¿Es el enemigo? Que se ponga”, el Instituto Quevedo de las Artes del Humor le rinde este año homenaje, en el centenario de su nacimiento con la exposición Miguel Gila, el miliciano del humor, en La Fábrica del Humor de Alcalá de Henares (Nueva, 4; hasta el 28 de julio).

La muestra, que cuenta con la colaboración de la Asociación Frente Viñetista, se divide en dos bloques. Por un lado, se exhibe una colección de tiras de distintos viñetistas como Nani, Siro, Turcios, Idígoras y Pachi, Gallego y Rey o Fer. En la segunda parte se pueden observar muchos de los dibujos del propio humorista.

“No es solo un humorista y un dibujante que haya marcado tendencia en todos los que han venido después, sino que además empezó a hacerlo en un momento muy importante”, dice Julio Rey, director técnico del Instituto Quevedo de las Artes del Humor, y uno de los humoristas gráficos que ha participado en la exposición. “A través de su estilo, empezó a crear, en pleno franquismo, ese humor tan crítico que se podía captar si se leía entre líneas”, amplía Rey.

El título de la exposición resume la vida de Gila, miliciano por voluntad en la adolescencia y humorista el resto de su vida. Nacido en Madrid, huérfano de padre, se crió con sus abuelos en el céntrico barrio de Chamberí antes de alistarse como voluntario republicano en 1936. En Córdoba salvó la vida en un fusilamiento fallido antes de ser encarcelado durante casi un año. Estando en prisión —en Valsequillo primero y en Yeserías y Torrijos después— ideó sus primeras viñetas humorísticas.

Fue en Zamora donde Gila dio sus primeros pasos como humorista profesional, como escritor cómico. Sus dibujos comenzaron a aparecer en diferentes publicaciones a partir de 1944. En 1951, a su regreso a Madrid, debutó como monologista en el teatro Fontalba. Tiempo después, su programa radiofónico La Hora de Gila paraba el país de tal manera que las autoridades ordenaron que se adelantará su emisión para no perjudicar la proyección en los cines del No-Do.

Gila era un tan popular como especial. “Solo su profesión le permitía huir de los fantasmas de la guerra”, remarca Rey. “Usa el humor para escapar de esa melancolía que le invadía”, dice Rey, “Gila tuvo que camuflar esa tristeza que le produjo la guerra y la dictadura y de la que nunca se desprendió. El humor era su vía de escape”.

Su estilo surrealista y desenfadado conquistó hasta a Carmen Polo, esposa del dictador Franco y profunda admiradora de Gila. Le llegó a invitar al palacio de La Granja a la conmemoración anual del 18 de julio. “Su éxito fue tremendo en las dos Españas. Hubo quorum en aquel país tan dividido, gris y triste porque era capaz de dibujar sonrisas”, agrega Rey.

Ello no le sirvió para librarse de la censura. Se exilió “por un empacho de dictadura”, como relataba su huida a Argentina en 1962. Regresó a España en los ochenta, con la democracia ya recuperada. Entonces, Gila consolidó su estilo con monólogos y sin olvidar su gran pasión, las viñetas: no dejó de dibujar hasta su muerte en 2001.

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