Philip Glass ya no muerde, enamora
El Palau ovaciona en pie su ‘Einstein on the beach’, tras tres horas y media sin pausas
Cuando en septiembre de 1992 Einstein on the beach inauguró la temporada del Liceo barcelonés Philip Glass todavía erra considerado un provocador, no porque él intentara provocar sino porque los demás le pegábamos la etiqueta. Ahora, 27 años después, ya nadie se acuerda de aquella etiqueta, la música de Glass ha sido totalmente asumida por la sociedad: a unos les gusta y a otros no, y ya está.
En la noche del lunes el Palau se llenó para el reestreno de esa ópera en su reducción de concierto, o sea, que a muchos les gusta, y el local acabó, como ya sucediera hace unos días cuando el compositor presentó su obra pianística, totalmente de pie ovacionando y vitoreando a los intérpretes durante varios minutos.
'Einstein on the beach'
PALAU 100
Einstein on the beach de Philip Glass.
Collegium Vocale Gent e Ictus Ensemble.
Georges-Elie Octors y Tom De Cock, directores.
Suzanne Vega, narradora.
Palau de las Música, 27 de junio
Philip Glass ya no muerde, ahora enamora y eso que la versión presentada lo era todo menos fácil. La reducción de concierto ha eliminado toda la dramaturgia y movimiento escénico original de Robert Wilson, las danzas de Lucinda Childs y cualquier decorado. Música pura y dura a lo largo de tres horas y media sin pausas que transcurrieron entre la placidez y la excitación y que no se hicieron largas. Hubo algunas deserciones, lógico ante el apabulle, pero en la gran ovación final el Palau ofrecía un aspecto magnífico.
Antes de empezar, mientras el público entraba en la sala, los músicos y cantantes, para sorpresa de los que buscaban sus butacas, ya deambulaban sobre el escenario, unos leían, otros hacían estiramientos, mientras sonaba en bucle el suave bordón de órgano eléctrico que precede a la obra. A las 20 horas en punto, casi de improviso (la única alerta fue el socorrido aviso de apagar los móviles), se inició la numérica melopea que abre la ópera. A partir de ahí todo transcurrió como en un suspiro, demostrando lo perfectamente engrasado que estaba el montaje. Tanto el coro como el grupo instrumental rayaron a gran altura y solo quedó algo deslucida la lectura de Suzanne Vega a menudo tapada por la mezcla sonora. Además, no se sobretituló el texto y, aunque estaba traducido en el programa de mano, su lectura era casi imposible por la ausencia de luz ambiental.
El Collegium Vocale Gent, que por cierto dentro de quince días ocupará el mismo escenario defendiendo una misa de Bach, esa vez a las órdenes de su fundador Philippe Herrewege, mantuvo una tensión constante a pesar de la exigencia más física que vocal de la obra.
Por su parte el conjunto Ictus, con algún nombre histórico como el clarinetista Dirk Descheemaeker (por aquí recordado por su grupo Maximalist! o sus colaboraciones con Anne-Teresa De Keersmaeker), bordó una interpretación dinámica y, a pesar de la repetición, ligera y fácilmente digerible.
Curioso resultó la visión de los dos directores trabajando al unísono para controlar las dificultades de la partitura.
El resultado fue un Einstein inquietante y turbador, llevado a un ritmo que no dejaba espacio ni siquiera para tomar aliento, para hacerlo era mejor salir un rato de la sala tal como recomendaba el compositor. Una versión en la que, sin olvidarlos, no echamos en falta los impactantes ambientes de Wilson o las mesmerizantes danzas de Childs, lo que ya es decir mucho. Una velada para el recuerdo.
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