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Motor de inspiración

La directora de escena, actriz y coreógrafa madrileña Carlota Ferrer enlaza un proyecto tras otro

Hace tres años, con ‘Los nadadores nocturnos’, comenzó a sonar su nombre como el de una directora a seguir. Después llegaron ‘Blackbird’ y ‘Esto no es la casa de Bernarda Alba’, que hicieron que Carlota Ferrer se consolidase. Acostumbrada a que sus radicales propuestas reciban ovaciones de pie, pero también reprobatorias muecas de desagrado, se enfrenta a cada montaje como si fuese el primero. “Cada espectáculo tiene que ser nuevo y distinto”. Lo aplica para ella y para los demás. Además de dirigir sus propios proyectos, el último año y medio ha estado al frente del Corral de Comedias de Alcalá. Desde hace un mes, es la directora artística del Festival de Otoño.

Agenda llena. Se siente como en casa en La Abadía, el Teatro Español, el Pavón Kamikaze o los Teatros del Canal. Conoce bien sus recovecos. Todos esos escenarios han programado sus montajes, que integran teatro, danza y performance. “Me siento absolutamente libre en lo artístico”. Ya tiene compromisos en su agenda para dentro de dos años.“Da mucha tranquilidad. Cuando empezaba no sabia si iba a tener para comer el mes siguiente”. Llegó a la gestión sin ambicionarlo. “Cuando me ofrecieron la codirección del Corral fue una sorpresa”. Entusiasmada con la experiencia, ha sido todo un aprendizaje para la nueva etapa que comienza.

Primeros años. Nacida en El Escorial, su padre era ferroviario. Vivía encima de la estación. “Me he criado con el ruido de los trenes”, descubre. Recuerda los cambios de vías con palancas enormes. Sus hermanos eran bastante mayores que ella, por lo que jugaba mucho sola. “Me encantaba disfrazarme e inventarme historias”. Comenzó a decir que quería ser actriz y su madre la llevó a la Asociación de Amigos del Real Coliseo Carlos III, donde hacían teatro de manera amateur. “Debuté allí como actriz”. Le gustó tanto, que decidió dedicarse a ello de manera profesional. Hizo numerosos cursos de interpretación y danza, en distintas escuelas. Considera su maestra a Liuba Cid. A los 19 se trasladó a Madrid. “Quise entrar en La Abadía, pero no cogían a gente que tuviera menos de 22 años. Estuve esperando a cumplirlos para que me dejaran hacer las pruebas”. En cuanto las hizo, la cogieron.

Ganas de dirigir. Las ganas de pasarse a la dirección se intensificaron cuando ensayaba ‘Ubú Rey’ con Àlex Rigola en La Abadía. “Me fascinaba verle crear. Plásticamente todo era de una gran belleza. Yo también quería poder hacer algo así”. Entonces se matriculó en dirección en la RESAD. Allí coincidió con José Manuel Mora, que estudiaba dramaturgia. Desde aquella época no han dejado de trabajar juntos. Él como autor, ella como directora. Para un trabajo en primero convencieron a un coro de 40 personas de Ciudad Real. A cada proyecto, mayor riesgo. “Hay que trabajar, hay que hacer. Hay que exponerse, estrellarse para crecer. El miedo no sirve para nada. El miedo solo sirve para enfrentarte a él”.

Nueva obra. ‘El último rinoceronte blanco’ es lo último del tándem que forman el dramaturgo y la directora. Una versión libre sobre ‘El pequeño Eyolf’ de Ibsen, que puede verse en la Sala Negra de los Teatros del Canal hasta el 12 de mayo. Ella firma la escenografía, el vestuario, la coreografía y la dramaturgia. En los ensayos, pidió a cada intérprete que preparara una performance sobre su personaje en la obra. “Qué pena que eso no pudiera verlo el público. Fue maravilloso. Algunas cosas quedan, como el cuadro que pintó Cristóbal Suárez”. Es el que ahora ocupa el lado izquierdo del escenario.

Capital teatral. “Madrid ha subido muchísimo en el ranking internacional de las artes escénicas. Hay una oferta inabarcable. Yo tendría que ir a dos cosas cada día para ver todo lo que quiero ver”. Es una espectadora incansable. “La multiplicación de salas y propuestas tiene una parte mala: la precariedad. Ahora es más fácil estrenar porque hay multitud de espacios donde puedes tener la oportunidad, pero mantenerse es muy difícil”. Cuando estaba como actriz en La Abadía llegó a girar dos años con una obra. “A mí me encantaría hacer una compañía estable, pero es muy difícil económicamente. Con las condiciones actuales es imposible mantener bloqueada la agenda de los actores para la gira”. Producciones anteriores suyas, como ‘Esto no es la casa de Bernarda Alba’, siguen representándose en España y fuera, pero con variaciones en el reparto original.

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Alumna y profesora. Carlota Ferrer ha pasado largas temporadas en Londres, Berlín o Bruselas. “Soy cursillista profesional”. Durante ocho veranos, tuvo una cita fija: Venecia. “Los ocho años que Àlex Rigola estuvo en la Bienal hizo un programa pedagógico espectacular. Fui a todos los workshops que pude”. Ahora la que da clases es ella. “Trato a los actores como creadores y les doy imputs para trabajar. No lo hago más por falta de tiempo, pero me enriquece muchísimo. Aprendo mucho del alumnado”.

Planes inmediatos. “Dirigir el Festival de Otoño es un sueño”, reconoce. “Tengo algo muy emocional que me une al festival. Ha sido motor de inspiración para mí y para todos los de mi generación y generaciones anteriores. Creo que es muy importante que lo siga siendo”. Hereda parte de la programación de la dirección anterior. “Algunas cosas se van a quedar, otras no. Las que estaban cerradas evidentemente se van a quedar por una cuestión de respeto”. Planea una escuela del Festival de Otoño. “Me gustaría que los creadores no solo vengan a mostrar el trabajo sino que puedan dar herramientas nuevas a los más jóvenes, que cambien su prisma sin necesidad de viajar como he tenido que hacerlo yo”.

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