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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las causas inútiles

Yo creo que existe la empatía histórica. Y si no existe habrá que inventarla. Sería la única manera de que muchos trágicos periodos o momentos históricos no se volvieran a repetir.

J. Ernesto Ayala-Dip
Manifestación de Abuelas de Plaza de Mayo en Buenos Aires.
Manifestación de Abuelas de Plaza de Mayo en Buenos Aires. AFP

En el momento de redactar este artículo, sabía que se publicaría hoy, día de Sant Jordi. Ello me vino como anillo al dedo para escribir sobre lo que hay que escribir en un día como este. O lo que es lo mismo, escaquearme de escribir sobre el procés. Una cuestión que debió ser apasionante y oportunidad irrepetible para encauzar a España en el camino de un estado plurinacional y plurilingüístico, acordado por todas las fuerzas políticas. Pero por el momento, España no da para más. Y tampoco Cataluña parece que esté por la labor, excepto dividirse peligrosamente, con un independentismo pertinaz, sin un asomo de autocrítica y remordimientos ideológicos.

También estamos a muy pocos días de unas de las elecciones más importantes de los últimos años, y ello significa que uno debería ser más sensible para con esta cuestión y hablar de ella. Pero a juzgar por el nivel del debate que no existe, por la temperatura de los insultos, por la intolerancia de los extremos (la derecha aliada a la ultraderecha por un lado, y el independentismo por el otro), por todo lo que es todo menos política, dejando en el medio a PSOE, Podemos y el PNV con la grave responsabilidad de cicatrizar heridas cada hora más incurables y devolver al país a la senda del sentido común y la sensatez, malditas ganas te quedan de desperdiciar el Día de Sant Jordi para hablar de libros. O de algunos libros concretos.

Por ello hoy escribiré sobre uno que me dejó una sensación de tristeza e impotencia históricas, como hace mucho que no me sucedía. Se trata de Como si un ángel, del escritor austriaco Erich Hackl (Periférica). Esto que escribo no es una reseña ni nada parecido. Si algo es, tal vez sea un desahogo. O una manera como cualquier otra de comunicar la inmensa pena que me produjo leerlo.Yo creo que existe la empatía histórica. Y si no existe habrá que inventarla. Sería la única manera de que muchos trágicos periodos o momentos históricos no se volvieran a repetir. Cuando uno ve, por ejemplo, Espartaco, la gran película de Stanley Kubrick, tiene que procurar lamentar el infortunio final de Espartaco y ponerse en su lugar y en el de la gente que lo siguió hasta la crucifixión final, y no quedarse en la butaca del cine lamentado el destino de Kirk Douglas en el filme. Esto es la empatía histórica. 

Como si un ángel trata de la desaparición de una muchacha de 22 años durante la terrible dictadura de Jorge Videla. Erich Hackl narra los hechos desde una suerte de voz omnisciente solidaria con todas las personas que pasan por su relato. Obviamente, la protagonista es la chica desaparecida, Gisela Tenenbaum. Hackl nos informa de que Gisela —Gisi para los amigos y la familia— era estudiante de Química y Física. Aplicada, muy inteligente y con notas que no bajaban nunca de 9 o 10. Destacaba también por su sentido de la responsabilidad social ante lo que consideraba que era innegociable, la lucha contra los poderes del Estado y la justicia para el pueblo argentino. Eso la llevó a militar en el grupo terrorista Montoneros.

Sin embargo, con ser dramática la corta trayectoria de la muchacha, lo que más me llamó la atención y me llenó de una indescriptible e inesperada rabia fue el papel que jugaron sus padres en toda esta dolorosa historia. Eran judíos austríacos. Llegaron a Argentina alrededor de 1940, escapando del nazismo, con apenas 17 años de edad. Una vez casados, se instalaron en la provincia de Mendoza, pegada a los Andes. Trabajaron muy duro y se pusieron a estudiar medicina, obteniendo sus respectivos títulos pasada la treintena. Tuvieron tres hijas. Gisi, además de brillante alumna, fue una destacada nadadora profesional. Sus padres las educaron para que fueran autónomas. Les crearon las condiciones óptimas para sus desarrollos intelectuales y espirituales. Sólo cometieron un error terrible: hicieron muy poco, por no decir nada, para que Gisi, como sí hicieran sus hermanas, se alejara del enorme suicidio colectivo que significó desafiar la engrasada maquinaria de exterminio que les tenía preparada el aparato militar del estado argentino.

Terminado de leer este conmovedor libro, sigo sin saber exactamente si Erich Hackl acusa o no a los padres de Gisi de algo imperdonable. Tal vez no lo quiso hacer tan transparente, dada la dimensión del dolor que tuvieron que arrastrar durante el resto de sus vidas.

Yo los perdonaría, pero como padres no debieron nunca permitir que Gisi sacrificara su hermosa juventud.

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