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MANUEL DE LA ROCHA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Los primeros alcaldes democráticos

Cola para votar en un colegio electoral de Miraflores de la Sierra (Madrid), en las elecciones municipales en 1979.
Cola para votar en un colegio electoral de Miraflores de la Sierra (Madrid), en las elecciones municipales en 1979. Alfredo Amestoy

Hace hoy (19 de abril) 40 años se constituyeron los primeros Ayuntamientos democráticos y se eligieron sus alcaldes, que debían hacer frente a la pesada herencia del franquismo. Tuve el privilegio de ser elegido alcalde de Fuenlabrada gracias al acuerdo entre el PSOE y el PCE. Éramos una hornada de jóvenes y no tan jóvenes concejales —yo tenía poco más de 30 años— que nos iniciamos en la tarea municipal sin experiencia institucional, muchos con un bagaje de lucha antifranquista y todos con enorme entusiasmo democrático y sentido del cambio social.

Se acababa de aprobar la Constitución. La democracia no estaba consolidada. Fuenlabrada era una ciudad dependiente, una barriada obrera de la capital, lo que entonces se llamaba una ciudad dormitorio, sin urbanismo, sin prácticamente servicios públicos, incluso sin agua corriente.

La herencia del franquismo era muy pesada, el desarrollismo especulativo había campado a sus anchas, la desigualdad social era la expresión de una manera de concebir la realidad por las clases dominantes.

En los años setenta se habían otorgado licencias para 64.000 viviendas sobre suelo no urbanizable, sin planeamiento, sin conexión entre las promociones, muchas de varios miles de viviendas, llena de barrizales, sin colegios, ambulatorios, servicios públicos o sociales. No había agua corriente, sino pozos, algunos municipales y otros de cada urbanización, que a veces se secaban o se atascaban. Podríamos hablar de una “ciudad fallida”. Pero era la ciudad que crecía más deprisa de toda Europa, en la que ya vivían más de 80.000 personas, con una población trabajadora muy joven, procedente de la inmigración. Nuestra tarea no admitía demora. A ella nos dedicamos no solo la corporación, sino la ciudadanía en su conjunto, porque el cambio o era participado mayoritariamente o no se produciría.

Trajimos el agua del Canal de Isabel II; apostamos por los servicios públicos; promovimos el primer centro para mujeres maltratadas de España; y nos dedicamos, Ayuntamiento y vecinos, no solo a gestionar el presente, sino a diseñar la ciudad del futuro. Iniciamos el primer PGOU, debatido barrio a barrio, aprobándose siendo ya alcalde José Quintana. En esa tarea teníamos un riesgo, seguir siendo una barriada de la capital, continuar siendo el sur social, siempre dependiente, donde se alojaran las actividades que la burguesía madrileña no quisiera tener cerca y donde viviera la mano de obra que tampoco querría ver por sus barrios centrales. Y apostamos por una ciudad plural y tolerante, social y culturalmente abierta, en la que la participación fuera eje básico de una nueva forma de hacer política.

Los Ayuntamientos democráticos son hoy instituciones consolidadas. Entre ellos, Fuenlabrada, que viene marcando un modelo de bienestar y de participación. Sin democracia no hubiera sido posible.

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