Sobre el avance de las mujeres
El debate sobre la toma de conciencia social sobre la lucha por la igualdad de género difícilmente puede ser ajeno a la conciencia de clase
La efervescencia feminista se ha hecho un lugar en la agenda política, pero en el movimiento de las mujeres se palpa un temor cauto a que la ola pase, a que la lucha por la igualdad de género se acabe licuando y, como una moda, se resuelva con retoques de barniz.
Esta sensación ambivalente —satisfacción por la sonoridad lila y, a la vez, prudencia ante el riesgo de que el sistema intente apropiarse del movimiento y lo pode de cualquier atisbo de radicalidad— ha sobrevolado los intensos debates que acaban de desarrollarse en el V Congreso de las Mujeres del Baix Llobregat este pasado fin de semana. La comarca, autoproclamada feminista, lleva dos décadas organizando este evento cada cuatro años, pero la cita de Castelldefels ha sido la primera que ha tenido lugar desde la enorme movilización del 8-M.
Algunas de las delegadas comentaban en los pasillos cómo, en el primer congreso, y también en fechas más recientes, “nos miraban como a un puñado de locas”. La actual delegada del Gobierno, Teresa Cunillera, no tuvo reparo en recordar durante la sesión inaugural el chaparrón de “burlas” recibidas en la política y en los medios de comunicación cuando se empezó a hablar de introducir cuotas en los partidos, y cómo, sin esas burlas, el espacio que hoy existe para las mujeres en la política no se habría abierto. Hoy, el palabro “empoderamiento” aplicado a las mujeres no se pone en tela de juicio (al menos en público).
Si se cuantificara el trabajo doméstico y de cuidados que se realiza en casa, el PIB catalán aumentaría un 23,4%
La violencia machista ha sido uno de los catalizadores, si no el primero, de una movilización que denuncia múltiples situaciones de discriminación de las mujeres, ya sea en el entorno familiar, en el trabajo, en los medios, en la ciencia, en el deporte o en el resto de los etcéteras. Quiero pensar que la creciente intolerancia ante estas situaciones es un reflejo de una creciente intolerancia generalizada ante los abusos en las relaciones de poder.
Para la economista Carmen Castro, el gran reto simultáneo de la agenda feminista, junto a la erradicación de la violencia sexual, es un cambio de sistema económico. Al fin y al cabo, ¿hasta qué punto es posible acabar con las desigualdades de género sin modificar la mirada sobre el propio concepto de lo que es la economía, sin comprender y asumir hasta qué punto la economía funciona porque la mitad de la población se encarga de cubrir necesidades vitales de las personas sin que nada de lo que hace aparezca reflejado en el Producto Interior Bruto (PIB)? ¿Hasta qué punto se reduce todo a comparar porcentajes de personas, según la variable del sexo, en diferentes instancias, y a intentar que se incremente la presencia femenina, sin escarbar en las causas de fondo? ¿Hasta qué punto la cuestión es si hay más o menos mujeres en el 1%? ¿Hasta qué punto es posible avanzar si no se coloca la vida (frente al capital) en el corazón de la economía, con total corresponsabilidad social sobre los cuidados?
La persistencia de la división sexual del trabajo hace que las mujeres estén saliendo peor paradas
El año pasado, el Instituto Catalán de las Mujeres y la Cámara de Comercio de Barcelona calcularon qué sucedería si se cuantificara el trabajo doméstico y de cuidados que se realiza en casa, y que, de tener que encargarse al mercado, debería pagarse. El resultado fue que el PIB de Cataluña aumentaría un 23,4%. La doble carga de las trabajadoras, ya no solo al cuidado de las criaturas, sino de mayores dependientes y al frente de la logística familiar, se reproduce.
La pérdida de derechos sociolaborales a resultas de la crisis, en un marco económico dominado por el neoliberalismo, afectan al conjunto de la sociedad, pero la persistencia de la división sexual del trabajo hace que las mujeres estén saliendo peor paradas. La brecha salarial se agrava en las capas de la población con menos recursos, las mujeres son mayoría en los empleos peor remunerados, la precariedad de los contratos a tiempo parcial no voluntarios siguen copados por mujeres, las mayores dificultades de acceso a pequeños créditos con que arrancar un proyecto siguen concerniendo a las empresarias, las pensiones de las jubiladas, por otra parte mucho más numerosas entre las no contributivas, arrastran una desigualdad inquietante. Nada de eso ha cambiado seriamente. Parafraseando a la economista María Pazos, los retrocesos en los servicios públicos en ámbitos como la dependencia —esos que se producen porque la economía de verdad, la que prioriza cuadrar las cuentas públicas— se basan en que la solidaridad no será necesaria porque siempre habrá alguien disponible, probablemente una mujer, que se encargue de que te cuiden.
Es cierto que las políticas de género pueden ser, y hasta cierto punto son, un punto de encuentro infrecuente —y en este sentido esperanzador— por encima de las diferencias de partido. Pero el debate sobre la toma de conciencia social sobre la lucha por la igualdad de género difícilmente puede ser ajeno a la conciencia de clase.
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