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“La Rambla vacía y en silencio es lo más aterrador que he visto en mi vida”

Alfonso Domínguez, restaurador de La Boqueria, cree que Barcelona, más allá del aniversario, ha olvidado el atentado

Vídeo: Gianluca Battista
Àngels Piñol

“Y de repente pasaron una docena de mossos, muy nerviosos, y nos dijeron que dejáramos todo tal cual estaba. Soy el dueño, junto a mis hermanos, del Kiosk Universal, de La Boqueria, y estábamos a medio recoger. Habría pasado una media hora del atentado. Todo estaba por el suelo: platos, mesas, comida, taburetes. Los clientes huyeron y todo rodó. Les contesté que no lo podíamos dejar así y me dijeron: ‘¡Por favor, váyanse, compañeros; acompáñennos!' Nos llevaron a un bar de tapas que hace esquina con el mercado. Los dueños son rusos y apenas tenemos relación. Estaba petado. Ofrecieron a todo el mundo agua y comida. Su comportamiento, como lo fue especialmente el de los pakistanís, fue extraordinario. Poco después supimos que los mossos buscaban al terrorista. Lo lógico es que al huir pasara justo al lado del Universal.

Un paseo que lo absorbe todo

Alfonso Domínguez tiene 57 años y lleva 42 yendo cada día a La Rambla. El atentado ha generado que vecinos y comerciantes la reivindiquen frente a quienes la tachan de coto turístico. “Es un reflejo del mundo. Siempre ha sido así”, dice. Y lo ilustra así: el descubrió en los kioskos la prensa extranjera y su venta ya ha pasado a mejor vida. “La Rambla lo absorbe todo. Vi al primer travesti cuando ser gay estaba prohibido. Por ella ha desfilado la gente más guay y la más tirada. Tiene algo. Por la razón que sea, si tenía que pasar algo, estaba claro que iba a ser allí”.

Parece mentira: la sensación que tienes es miedo y luego dejas de tenerlo. No te preocupa lo que va a pasar sino lo que está pasando. No veíamos mucho desde el bar. Pero tampoco había mucho que ver: no había nadie. Policías, algún coche y las víctimas. Al cabo de media hora, una docena de policías, armados, vinieron a sacarnos a seis a de nosotros. Fue bastante heavy. Nos rodearon en círculo y nos escoltaron hasta el perímetro de seguridad. Iban mirando a todos los lados como si temieran que en cualquier momento pasara algo. Y se te va el miedo: simplemente piensas en el minuto siguiente hasta alcanzar la esquina. Y simplemente en vivir, vivir, vivir. Vimos a la gente detrás de los cristales de los otros bares y tiendas y de las ventanas de las casas. Parecían maniquís como en películas de ciencia ficción. Con la mirada perdida. Todos mirándonos. Creo que fuimos de los primeros en ser evacuados.

Nos acompañaron hasta la calle Dels Àngels, en El Raval, y de ahí me fui caminando a casa. Seguramente estaba conmocionado. Más allá del perímetro, la ciudad tenía un ambiente raro pero seguía con relativa normalidad. Me parecía imposible que el resto del mundo siguiera funcionando y que en La Rambla no hubiera nadie. Tengo 57 años y llevo yendo cada día desde hace 42 y nunca, ni a las tres ni a las cinco de la mañana, la había visto vacía y en silencio. Ni nevando ni lloviendo. Es de lo más aterrador que he visto nunca. Además de ver a las víctimas, el mayor impacto psicológico fue ese. Me dio la impresión de que el mundo se había acabado. Llegué a casa, me duché, me relajé, puse la tele y empecé a ver la misma historia otra vez. Me vino el vacío y lloré. Había pasado una cosa horrorosa y tú no eres nadie y no tienes nada que hacer. Y piensas: '¿Y ahora tengo que cenar e ir a dormir?'

“Estuvimos cinco trabajadores y yo en el sótano del bar, de 16 metros cuadrados, media hora”

Parecía una guerra. Me recordaba a las imágenes que vemos de los países en situaciones bélicas. Pero, claro, una cosa es verlo por televisión y otra muy distinta cuando lo vives. Es otra historia. No tiene nada que ver. La gente estaba paseando, tranquila, y en apenas un minuto, un segundo, ¡plas! te cambia la vida. Me podía haber tocado a mí. Sobre las 17.00 horas, salgo a menudo a hacer un pitillo pero aquel día estaba en el sótano del Kiosko donde tenemos las neveras y fregamos los platos. Los chicos, unos cinco camareros, bajaron diciendo que habían oído disparos. Estuvimos los seis en el sótano, de unos 16 metros cuadrados, media hora sin saber qué pasaba. Teníamos muy mala cobertura. Yo subí un momento a recoger la caja y volví a bajar. El mercado estaba vacío. Luego me asomé a La Rambla. Vi las víctimas. Me ordenaron entrar y empezamos a recoger.

“La gente, detrás de los cristales, parecían maniquís. Parecía ciencia ficción”

Volvimos a abrir el sábado. Los turistas reaccionaron muy bien. Fue uno de los días que más a gusto he ido a trabajar: poder limpiar y recoger. Una victoria. Igual que fue una liberación que retiraran las flores y el excesivo espectáculo mediático. El atentado me ha llevado a reflexionar mucho. Barcelona se ha olvidado de él. Y hasta la próxima. No está en nuestras manos evitar una cosa así si no se resuelve de origen. Sí, nos acordaremos en el aniversario pero ya está. No sé si es por memoria selectiva o por lo que sea. Los atentados forman parte del paisaje. Es triste pero es así.

Me sentí más cerca de los comerciantes de fuera que de los barceloneses. La gente de Barcelona no quiere a La Rambla como dice que la quería"

Al principio me dolió ese punto de hipocresía. Los primeros 15 días todo el mundo lloró y se volcó en La Rambla y dejó de ser esa zona apestada a la que la gente guay no va porque está llena de guiris. Pero la gente de Barcelona no quiere a La Rambla como decía que la quería. No la siente suya. Lo sabemos los que trabajamos y vivimos aquí. Y ahora la situación es exactamente igual que antes. Los que tenemos comercios siempre criticamos un poco los locales de souvenirs, los de los paquis y de la gente de fuera que abre negocios. Es un debate un poco tonto ese de que tiene que ser La Rambla, de qué tiene que vender. Y que se tiene que ordenar. Pero ¿Ordenar qué? Al final, La Rambla es de todos: va por libre y es un reflejo del mundo. Aquel día me sentí más próximo a los comerciantes de fuera que de la propia gente de Barcelona en sí. Y piensas: al fin y al cabo estos son mis compañeros y les ha pasado lo mismo que a mí".

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