El quiosquero chino
Zhongfa es uno de los primeros extranjeros que vende diarios en una esquina de un barrio de Barcelona
Zhongfa solo tiene calendarios del Espanyol. “¿Y los del Barça?”, bromea con él el fotógrafo, mientras le pide que se coloque delante de la parada. Con paciencia, se ajusta el gorro en un día frío de diciembre y acepta todas las indicaciones de Joan. Hace dos meses que Zhongfa es el nuevo quiosquero del barrio, en la calle de Nàpols con Gran Via de Barcelona. En su parada, vende chicles, golosinas, libros usados, patatas, sombreros, revistas… Y dos escuálidas ristras de diarios. Todavía está tomando el pulso a lo que quiere la gente en el barrio, explica en un rudimentario español, mientras despacha un El Periódico. “Es un suscriptor”, aclara.
Mi primer recuerdo de un quiosco huele a verano y a crema solar. Mi tío nos cogía a los seis primos y nos llevaba a la playa. De camino, dejaba un segundo el coche sobre la acera, saltaba del asiento y regresaba con el Marca bajo el brazo, como buen seguidor del Real Madrid, debidamente castigado con un hijo del Barça. Luego seguíamos en ruta hasta la playa, donde iba alternando: ahora miraba el Marca, ahora comprobaba que no hubiésemos muerto sepultados por la arena o ahogados en el mar, ambas cosas perfectamente factibles. Hace años que ese quiosco cerró.
Igual que estaba a punto de cerrar el quiosco de Nàpols. Un día su dueño colgó el cártel de traspaso, que Zhongfa vio paseando por el barrio del Fort Pienc, una de las zonas predilectas por los pequeños empresarios chinos que viven en Barcelona. “Eso prefiero no decirlo”, se excusa Zhongfa cuando se le pregunta cuánto pagó por el cubículo metálico, ubicado en el lado montaña-Llobregat (indicaciones solo comprensibles para el que vive en Barcelona). En una búsqueda rápida por Internet se encuentran quioscos similares a 15.000 euros.
Zhongfa se tiró a la piscina y compró el traspaso. Su mujer ya regentaba otro quiosco, que solo abre en verano, en el parque de la Ciutadella, famoso estos días porque alberga el parlamento catalán, sometido a cierto estrés los últimos meses. También tiene el zoo, una escuela y un laguito con barcas. A la que sale un poco el sol, el parque se llena de jóvenes enamorados que se tuestan en el césped, practicantes de juegos malabares, ciclistas, familias con niños y perro, y runners (estos suelen estar todo el año, inspirando y expirando como cafeteras en ebullición). En ese quiosco, la mujer de Zhongfa solo vende dulces, aperitivos y bebidas azucaradas al típico precio de parque en un día de sol.
A Zhongfa lo descubrieron unos amigos, de esos que aún bajan a comprar el periódico los domingos en lugar de mal leer unas pocas noticias recomendadas en un viciado timeline de Twitter. “Tu quiosquero es chino”, me dijeron, sorprendidísimos. A diferencia de otras ciudades, como Nueva York o Londres, los quioscos de prensa en Barcelona son un negocio casi exclusivamente de personas originarias de España. Zhongfa aún se está adaptando a los horarios: entra a las seis de la mañana y sigue del tirón todo el día, combinándose con su mujer. Los domingos no cierra antes de la cuatro de la tarde. Si hay diario, él está al pie del cañón.
“Poco va a ganar con los diarios. Lo que saque será de todo lo demás”, dice, agorero, Víctor Monferrer, de 52 años, frente a dos cañas y unas bravas, en un bar de barrio, en el Vall d’Hebron. Sabe de lo que habla: durante 30 años ha regentado el quiosco de la Facultad de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), una de las universidades públicas donde se estudia Periodismo. Me cita tarde, a las horas que sale del quiosco del pueblo de Bellaterra, el único que le queda, y al verme dice que le suena mi cara. Algo que pongo en duda: la carrera fueron años de cartas, parchís y otras cosas, todas ellas poco relacionadas con la facultad.
Víctor cerró para siempre el quiosco el 1 de diciembre, dejando el campus huérfano de esos lugares donde se venden diarios. “Pensaba que pasaría algo, pero no", se resigna. Él mismo estudió Periodismo, pero enseguida tuvo el deseo con tres amigos de montar un quiosco. Se fueron animando, levantaron otro en la Facultad de Letras, otro en la Vila Universitaria (el sitio del parchís y las cartas y las fiestas y el topless prohibido en la piscina), otro en la plaza Cívica… “En la época de la guerra del Golfo vendíamos más de 1.000 ejemplares al día”, recuerda, sobre los años dorados de la prensa escrita. “Ahora, si llegas a medio centenar es un éxito”.
Su análisis es pesimista. “En papel pasan cosas, pero cada vez será más difícil”, dice, en referencia a publicaciones como Revista 5W o Panenka. “Si había un comentario un día en clase de un artículo de Jotdown, vendías un montón de revistas”. Pero poco más. “El 80% admite que nunca se ha comprado un periódico”, dice, sobre lo que le cuentan los profesores del hábito de los futuros periodistas, que “no profundizan, no leen”. “Antes, la universidad era un espacio de encuentro, de reunión, en el que pasaban cosas. Ahora, los pasillos están vacíos”, se queja.
Lejos quedan los fanzines de boxeo, los cómics, la música y toda la ebullición cultural que se vivía en aquel quiosco de unos amigos montado en una esquina de la primera planta de una facultad acristalada. “Conseguíamos cualquier cosa que nos pedían, éramos libreros. El quiosco era un espacio vivo dentro de la facultad”, insiste. La irrupción de lo digital, la crisis y un cambio en su licencia (en los últimos dos años ya solo podía vender revistas, diarios y libros de comunicación), acabaron con el negocio.
Y Monferrer no es el único. En siete años, Barcelona ha perdido casi el 30% de los puntos activos de venta de diarios. En la actualidad hay 287 quioscos en funcionamiento y 51 están vacantes, según cifras del Consistorio a noviembre de 2017. El Ayuntamiento de Barcelona está estudiando un nuevo plan de usos para este tipo de negocios. El año pasado hubo 8 renuncias y 20 traspasos de quioscos. Uno de ellos es el que se ha quedado Zhongfa.
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