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¿Miedo global, protección local?

Surge lo imprevisto en medio de lo cotidiano. Y ello se hace más incomprensible cuanto más cercano es

Joan Subirats

El mundo se nos está convirtiendo en una gran aldea desordenada, con capacidades de gobierno muy débiles. Proliferan los actores dispuestos a convertirse en los jefes del cotarro. En ese escenario global, los Trump, Putin y compañía rivalizan teatralmente en ver quien es más matón, mientras que, al mismo tiempo, otros actores transestatales buscan sus propios espacios. Redes financieras que burlan fronteras; mafias y demás tramas de comercio fraudulento que crean sus propios códigos; grandes compañías digitales que pugnan por monopolizar flujos. Todos tratando de asegurarse el monopolio de las nuevas y rentables intermediaciones en ausencia de instancias gubernamentales capaces de regular y ordenar ese escenario global.

Esa sensación de desorden, las incertidumbres sobre el devenir económico, los efectos impredecibles del cambio tecnológico, generan desasosiego. Se palpa la sensación de intranquilidad. Y se busca seguridad. El submundo del terrorismo y del tráfico de armas forma parte de esa realidad. Y es en ese contexto enmarañado en el que se mueven los servicios de inteligencia y de policía que operan dentro y fuera de sus fronteras. A diferencia de otros riesgos ya incorporados en el horizonte mental-racional de cualquiera (coches, inundaciones, accidentes domésticos) actos como el acecido en Barcelona resultan incomprensibles (irracionales) y por tanto alteran profundamente la normalidad. Más allá del miedo global, incorporado en la incertidumbre general y en cuya respuesta no nos sentimos directamente involucrados, buscamos, al menos, una cierta protección local.

Surge lo imprevisto en medio de lo cotidiano. Y ello se hace más incomprensible cuanto más cercano es. Oímos estos días expresiones que hemos oído ya en situaciones distintas (como las relacionadas con la violencia de género), pero también disruptoras: “Eran chicos normales”, “unos vecinos más”, “no se les notaba nada”. Es un terrorismo de proximidad y globalidad, íntimo y lejano, todo al mismo tiempo. Y ello lo hace más difícil de gestionar. Pasamos de las sentidas reflexiones de la educadora social de Ripoll que se preguntaba con sorpresa qué estamos haciendo mal ante la constatación de quiénes eran los protagonistas del execrable acto de las Ramblas, al cierto alivio que supone la conexión del imán con Bruselas o el vídeo publicitario de ISIS hecho a posteriori. Es como si constatáramos que son gente como cualquiera de nosotros, pero finalmente son extraños, no son de los nuestros. Alguien les lavó el cerebro y los convirtió en los monstruos que han acabado siendo.

Frente al miedo global y la incomprensión de lo que nos altera en la cotidianeidad, nos toca buscar qué hacer para evitar que acabemos cediendo toda respuesta a los profesionales de la seguridad. No es un problema (solo) de más y mejor policía. De más y mejores sistemas de control de las redes. De cerrar (más) las fronteras. De evitar que llegue más gente de “los otros”. No es lo mismo tratar de evitar una repetición del 11-9, que controlar la venta de cuchillos, la acumulación de bombonas de butano o el alquiler de furgonetas. Hay inseguridades globales e inseguridades locales, aunque todas ellas puedan parecer conectadas.

En el caso de la violencia de género, sabemos que no es solo un problema estructural y global, derivado de la sociedad jerárquica y patriarcal, y tampoco es un tema que podamos circunscribir a unos pocos desalmados. Somos conscientes de que tiene que ver, también, con el sistema educativo, con las pautas y estereotipos de consumo, con la composición equitativa de hombres y mujeres en las instituciones, administraciones públicas y cuerpos de seguridad. ¿No deberíamos asimismo procurar que la diversidad interna de nuestras comunidades locales acabe teniendo efectos en todos esos ámbitos y esferas?

El desequilibrio entre percepción de desprotección e instituciones capaces de asegurar respuestas democráticas, abiertas, plurales y al mismo tiempo protectoras aumenta. Y no es extraño qué en un escenario como este, la gente se refugie en lo conocido, en lo propio, en “los nuestros” frente a “los otros”. No conseguiremos “inseguridad cero”, ya que hay factores a escala global que son difícilmente gestionables desde cerca. Pero si deberíamos conseguir que nuestras instituciones, administraciones y entidades sociales, reflejaran mejor la pluralidad y apertura que hemos de defender frente a la simplificación identitaria y estrictamente securitaria que algunos ofrecen.

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