Cazadores de fugas
El Canal de Isabel II cuenta, desde 2013, con un equipo de expertos en localizar, a golpe de oído, roturas
Trabajan por la noche, cuando nadie les ve ni escucha. Pero ellos oyen todo, casi como unos agentes secretos. Aunque no es del todo cierto que salgan de noche pues envían a sus pequeños robots espía —unos aparatos llamados geófonos y correladores— a realizar parte del trabajo por ellos. Los cazadores de fugas, que trabajan para el Canal de Isabel II, tienen una misión: encontrar todos los escapes de agua en la red de tuberías que puedan evitar que la avería llegue a mayores. Su trabajo no es ciencia ficción. Sólo el año pasado evitaron 389 roturas, localizadas en un tercio de la red, de 17.000 kilómetros de longitud. Desde 2009, sus acciones preventivas han evitado a los madrileños el 43% de las roturas.
José González y Alberto Barona tardan menos de un minuto en colocar el imán debajo de la tapa de lo que parece una alcantarilla. “Esto servirá para escuchar si hay una rotura en el tramo, porque hay resonancia”, explica Barona. El sistema, que funciona desde 2013, consiste en colocar imanes con sensores en dos puntos de un tramo y escuchar. “Graba decibelios de ruido de las 2.00 a las 4.00 de la mañana”, explica González, “cada cinco minutos se registra una medición y al día siguiente se retira y se vuelca la información”. De esta forma, y después de discriminar los ruidos más estridentes “como coches, gritos, riegos automáticos e incluso tacones”, bromea Barona, interpretan si “suena algo porque el ruido se propaga a través de la tubería”. Cuando la fuga se detecta, se repara.
¿Qué se consigue con esta técnica? Alberto Gutiérrez García es el ingeniero responsable de este equipo al sur de Madrid. “Hay roturas internas que no dan la cara”, cuenta, “si revienta hay que cortar el agua, la calle… incomodidades innecesarias si nos adelantamos”. Ahorran tiempo y esfuerzo, “y también dinero y agua, que no sobra”. Gutiérrez lo cuenta en una de las sedes del Canal en Villanueva del Pardillo, bajo el sol vehemente del mediodía. Las roturas que se estudian desde su departamento “pueden ser tan pequeñas como la punta de un alfiler”, remarca Gutiérrez, “pero un mes de pérdida equivale al agua de tres familias”. Este departamento revisó en 2016, 6.157 kilómetros de tuberías de la red.
Los buscafugas son personal con oído adiestrado, con unas dotes muy específicas. “Esto es como buscar un tesoro”, cuentan los técnicos, “por eso buscan gente, y no es broma, con oído para la música clásica”. Barona confiesa que además de ese “buen gusto”, hay que “aprender y practicar”. “Es un trabajo en equipo, y encontrar una fuga, una satisfacción”. Ellos son capaces de distinguir entre el ruido “producido por la resonancia y vibración de la salida del agua por la tubería, el producido por el impacto del agua en el suelo que rodea a la tubería, y el de la circulación y flujo de agua en la cavidad del suelo”, remarca Alberto Gutiérrez.
Y si los técnicos son los oídos, allá en la oficina del Canal hay otros profesionales que identifican las zonas susceptibles de sufrir roturas como, por ejemplo, áreas de la red más viejas. “Nos planifican el cuadrante y se eligen las zonas”, cuenta González, “así es como escuchamos una ciudad, y acaba siendo un vicio”.
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