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El detalle como placer literario

El escritor francés Jean Echenoz presenta en Kosmopolis ‘Enviada especial’

Carles Geli
El escritor Jean Echenoz, en el CCCB.
El escritor Jean Echenoz, en el CCCB.ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

“¿Puede mostrarme dónde lo ha visto?”, inquiere poniéndose las gafas Jean Echenoz para constatar si, en su flaubertiano afán de detallismo, puede llegar a encadenar entre cuatro y ocho adjetivos consecutivos. “Pues, no sabe los que quito; no me había dado cuenta…”, comenta ante una de las páginas de Enviada especial (Anagrama; Raig Verd, en catalán), su 15ª novela, pura ficción tras el espectacular friso ficcional, pero de corte biográfico e histórico, que han significado los celebrados Ravel (sobre el músico), Correr (Emil Zatopek), Relámpago (Nikola Tesla) y 14 (la Gran Guerra).

Hay que creerse relativamente el despiste del premio Europa o Goncourt, invitado de postín del noveno festival literario Kosmopolis que se celebra estos días en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Porque, por ejemplo, la canción que ha hecho popular a la artista protagonista de Enviada especial, Constance, secuestrada misteriosamente para ser convertida en una no menos misteriosa espía para el gobierno francés en Corea del Norte, es exactamente la misma canción que se interpreta en su novela Rubias peligrosas, de hace 22 años. “Me gusta tender pequeñísimos puentes entre mis libros; esa es la única canción que he escrito y que nadie nunca ha escuchado”, dice. ¿Hay algún hilo desde el que reseguir toda su obra o que la una? “Tengo un libro imaginario en la mente que no escribiré jamás y del que no sé nada; mis obras son apenas pequeñas muestras de él”.

Un “no” de entrada, algún casi imperceptible bufido de cansancio y luego cierta concesión conforman, amén de la brevedad, el marco de las respuestas de Echenoz (Orange, 1947), al que le cuesta reconocer que en esta novela las relaciones humanas parecen no tener demasiada importancia y nadie sabe a ciencia cierta el sentido de lo que hace o siente. “He intentado, como siempre, construir un mecanismo libresco donde todos juegan un rol, pero aprovechando la organización novelesca del género policiaco, de espías, que no parodio”, avisa, aunque ya había jugado con él en Cherokee o en Lago. “Tuvo una gran presencia en mi vida en los años 60 y 70, me parecía que sus estructuras eran una salida posible a la entonces agotada fórmula de la novela tradicional; Enviada especial es, sin embargo, una comedia, más que otros libros míos… Sí, se acerca más a las películas de la Pantera Rosa de Blake Edwards que al mundo de las sombras de Le Carré”.

La referencia cinematográfica no es gratuita en Echenoz. “Me interesa transponer su gramática a la novela: el punto de vista de la cámara, el ritmo, el montaje, los planos-secuencia”. Y ahí el rey es Hitchcock, que tiene una película casi con el mismo título de su novela, Enviado especial: “Confieso que le copié una imagen, la de las aspas de un molino girando al revés”. En el fondo, la cultura anglosajona no le es ajena, especialmente la norteamericana: ahí está el jazz (Cherokee), Richard Widmarck (Relámpagos), Faulkner asomando entre las frases (Ravel)… “El jazz es mi música formativa, como tuvo una importancia vital la literatura norteamericana, de la que separamos absurdamente la negra de Hammet o Chandler, de la blanca de Faulkner o Hemingway”. ¿Improntas que marcaron su generación? “No sabría decirlo, yo me construí bastante a mí mismo”.

Sostiene el autor de Me voy que la adjetivación es su manera de lograr “el efecto de desglose del campo visual de una cámara; una descripción, para que sea eficaz y completa, debe ser minuciosa y, además, conlleva un aspecto poético: implica convocar el efecto poético a una novela”. Echenoz llega al detalle del número de una calle o la marca y el modelo de un bolígrafo o un coche… “Para escribir necesito imágenes muy precisas, por eso cojo muchos puntos de referencia y tomo fotografías de los sitios sobre los que quiero hablar; lo de las marcas también definen un personaje, me funcionan siempre como indicador sociológico; también es una neurosis personal”.

Algo de eso destila la minuciosa descripción que hace de Corea del Norte: “Me he leído todos los libros que he podido y durante dos años me suscribí a boletines de noticias de allí”. Y es que el país asiático se le antoja “horrorosamente singular, terriblemente real y terriblemente imaginario a la vez: representa el horror político, si bien bajo un manto de objeto misterioso, fuera del tiempo y del mundo, pero a su vez es el tiempo y el mundo; es la encarnación contemporánea del mal, con sus sabotjaes informáticos y sus misiles, pura provocación”.

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Más desinhibido que nunca (“desde principios de los años 90 me he dado mayor libertad para jugar con la narración, aunque quizá escribo hoy con menos rabia”), contrasta el divertimento que propone Enviada especial ante la más oscura y melancólica 14: “Llevo casi 40 años escribiendo y hace unos 10 me sentí incómodo con la ficción, tenía la sensación de estar seco ante la construcción novelesca, de que me repetía y me introduje en los andamiajes basados en vidas reales; cuando me ha vuelto a parecer fácil, me he salido de ello”. ¿Moraleja de esa experiencia y de los personajes? “Después vi que tenían puntos en común: son seres solitarios que han acabado cayendo, inventores de algo que les acabó robando la vida”, dice con un hilo más tenue de voz si cabe, quizá temiendo que no le ocurra a él.

Escéptico con el boom narrativo francés simbolizado en los nobeles Le Clézio y Modiano (“regularmente como una ola, cada 30 años, se dice que la novela está en muerte psíquica, como cuando yo debuté en los 70; Modiano siempre fue singular”), Echenoz admite que no sabe cuál es la pulsión de su escritura, pero sí su objetivo: “Quiero compartir sensaciones y reivindicar el placer físico de leer; escribir no es solo transmitir una historia o un punto de vista; para provocar eso haría ensayo; producir placer me provoca placer”. Y lo hace a partir del más mínimo detalle.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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